Mooi land (bonito país)
Queridos amigos,
a pesar del brazo roto, de la niña llora que llora por la teta omitida, del movimiento hospitalario en ascensor, de la operación de cúbito y radio, de que (a mayor abundamiento) mi sobrino Milo ha estado el pobrecito con fiebre muy alta, de que la comunión de mi sobrina Amaia era el domingo por la mañana prontito... A pesar de que, como comprenderán, me sentía exánime, flojo, fundido y derrotado... O no... Tal vez fuera precisamente por todas estas circunstancias, el sábado por la noche, cuando la situación estaba ya totalmente controlada, mi cuñado Diego y yo nos miramos de reojillo y nos fuimos a dar una vueltecica por Utrecht.
Primero, por supuesto, arreglé el papeleo... Ya saben... Los permisos de nocturnidad y cuñadeo (con cuñado de coartada se simplifica bastante el trámite).
-- ¿Una vuelta corta?-, me preguntó Beatriz.
-- Sí, sí. Cortita. Esto es Utrecht. Habrá poca cosa. Tu hermano lo necesita...
Una vueltecica corta... Aunque Beatriz sabe que si me enredo con su hermano, suele ser vueltecica y media, dos vueltas... A veces, tres... Hasta las cinco de la mañana.
Diego y Wenneke viven en el centro de Utrecht, así que estuvimos siempre a menos de diez minutos andando por si se diera el caso de tener que volver rápidamente, pero no se dio: los niños fueron muy buenos y durmieron mucho y muy bien esa noche. Tampoco creo que necesite justificarme demasiado. Ambos lo necesitábamos. Salimos, ahogamos nuestras preocupaciones en Vichy Catalán y nos desahogamos en la barra de un bar.
No sé qué hora era cuando llegamos al ACU. Yo ni me fijé en el local, la verdad, porque a ciertas horas un bar abierto es mucho más que un bar abierto: es un oasis. Diego lo miró con precaución:
-- Si entramos ahí, probablemente nos maten.
-- Bueno -contesté yo viendo que, efectivamente, el sitio era una especie club social de okupas, punks desfasados y gentes variadas aficionadas al cigarritos de la risa y al peinados típicos de Uzbequia-, no tiene muy buena pinta, pero en peores sitios hemos estado, ¿no?
-- Pse. Vamos pa'dentro.
La puerta, velada por un cortinón que ocultaba al exterior el humo de los porros, estaba cerrada. A punto estuvimos de volvernos a casa porque nadie respondía, pero, en ese momento, un hombrecillo joven, pequeño, rubio y con coleta, con cara de jugador de rugby de "Asterix en Britania", nos hizo un chequeo visual tipo de arriba a abajo, abrió la puerta y nos ladró en inglés:
-- Come in! Quickly! (¡Entrad! ¡Rápido!) -como si fuera un bar clandestino o algo así.
Puede que les parezca que soy un poco pijo (aunque yo no lo creo), pero el champú Johnson no tenía en ese bar a sus mejores clientes, Rexona hacía tiempo que había abandonado el local y sólo el aroma del hachís, como un ambientador buenrollista, tapaba a ratos el pestuzo a guarro que flotaba en el aire. Digo yo que uno puede ir por el mundo de okupa, de punk o repunk, de hippy, de buenrollista y alternativo, de antitaurino, de franciscano a favor de las ballenas, de grunge o, incluso, de uzbeco pero ¿por qué todo este idealismo romántico es incompatible con lavarse el culo por las mañanas? No lo entiendo.
Dentro, además de encontrarnos con Julia, la au pair que vive en casa de Diego cuidando de Milo, y a sus colegas (por lo que se ve, no éramos los únicos españoles en busca de un oasis en el desierto holandés), entró en acción esa parte de mí curiosa, ávida de conocimiento, que me lleva siempre a aguantar al borracho plasta que da el coñazo. Mi amigo Rodrigo, con mucha gracias, me dice a menudo:
-- Javier, si fueras tía, se te habría pasado por la piedra ya todo el pueblo. ¿Es que no sabes decir que no?
Pues no.
Me pasa eso. En el fondo, me divierten los tipos peculiares. En este caso, en al ACU, me hice amigo de Morekbat (y, además, amigo del alma), un tártaro con cara de malo de Miguel Strogoff, bastante sobón... No... ¡Muy sobón!... al estilo de Uzbequia, que me invitaba a agua del Caspio cada dos por tres. Así. A palo seco, aunque yo no quisiera.
-- Como los hombres -me decía.
¡Venga! ¡A tacatá! A txapuski y la vodka para dentro (y su puta madre).
Morekbat era un poco pesado, pero por ese exceso de amabilidad demasiado servicial, absolutamente etílica y casi empalagosa. Acabó invitándome a conocer su país, Tashkent, Samarcanda, Bukhara, pero como le pregunté, en cristiano, si le iba la zoofilia y me dijo que sí (acompañando su respuesta con las grandes risotas de quien no ha entendido una palabra), me dio un poco de miedo. Así que, casi no.
Después de la siguiente vodka, cantamos juntos el himno de Uzbequistan y Morekbat gritó patriótico y entusiasta "¡Uzbequistan mooi land!", todo un grito de guerra que yo he decidido adoptar como propio.
Al final, le pregunté por Djamolidine Abdoujaparov, el uzbeco más famoso de todos los tiempos, pero Morekbat no tenía ni puta idea de quién era, así que le dije:
-- Tú no eres uzbeco, macho. Este es tu rollo para ligar -y le intenté quitar la careta por si era la enfermera del ascensor del UMC Hospital que me había seguido hasta allí.
Pero no. No era ella.
"¡Uzbequistan Mooi Land!"
X. Bea-Utrecht
a pesar del brazo roto, de la niña llora que llora por la teta omitida, del movimiento hospitalario en ascensor, de la operación de cúbito y radio, de que (a mayor abundamiento) mi sobrino Milo ha estado el pobrecito con fiebre muy alta, de que la comunión de mi sobrina Amaia era el domingo por la mañana prontito... A pesar de que, como comprenderán, me sentía exánime, flojo, fundido y derrotado... O no... Tal vez fuera precisamente por todas estas circunstancias, el sábado por la noche, cuando la situación estaba ya totalmente controlada, mi cuñado Diego y yo nos miramos de reojillo y nos fuimos a dar una vueltecica por Utrecht.
Primero, por supuesto, arreglé el papeleo... Ya saben... Los permisos de nocturnidad y cuñadeo (con cuñado de coartada se simplifica bastante el trámite).
-- ¿Una vuelta corta?-, me preguntó Beatriz.
-- Sí, sí. Cortita. Esto es Utrecht. Habrá poca cosa. Tu hermano lo necesita...
Una vueltecica corta... Aunque Beatriz sabe que si me enredo con su hermano, suele ser vueltecica y media, dos vueltas... A veces, tres... Hasta las cinco de la mañana.
Diego y Wenneke viven en el centro de Utrecht, así que estuvimos siempre a menos de diez minutos andando por si se diera el caso de tener que volver rápidamente, pero no se dio: los niños fueron muy buenos y durmieron mucho y muy bien esa noche. Tampoco creo que necesite justificarme demasiado. Ambos lo necesitábamos. Salimos, ahogamos nuestras preocupaciones en Vichy Catalán y nos desahogamos en la barra de un bar.
No sé qué hora era cuando llegamos al ACU. Yo ni me fijé en el local, la verdad, porque a ciertas horas un bar abierto es mucho más que un bar abierto: es un oasis. Diego lo miró con precaución:
-- Si entramos ahí, probablemente nos maten.
-- Bueno -contesté yo viendo que, efectivamente, el sitio era una especie club social de okupas, punks desfasados y gentes variadas aficionadas al cigarritos de la risa y al peinados típicos de Uzbequia-, no tiene muy buena pinta, pero en peores sitios hemos estado, ¿no?
-- Pse. Vamos pa'dentro.
La puerta, velada por un cortinón que ocultaba al exterior el humo de los porros, estaba cerrada. A punto estuvimos de volvernos a casa porque nadie respondía, pero, en ese momento, un hombrecillo joven, pequeño, rubio y con coleta, con cara de jugador de rugby de "Asterix en Britania", nos hizo un chequeo visual tipo de arriba a abajo, abrió la puerta y nos ladró en inglés:
-- Come in! Quickly! (¡Entrad! ¡Rápido!) -como si fuera un bar clandestino o algo así.
Puede que les parezca que soy un poco pijo (aunque yo no lo creo), pero el champú Johnson no tenía en ese bar a sus mejores clientes, Rexona hacía tiempo que había abandonado el local y sólo el aroma del hachís, como un ambientador buenrollista, tapaba a ratos el pestuzo a guarro que flotaba en el aire. Digo yo que uno puede ir por el mundo de okupa, de punk o repunk, de hippy, de buenrollista y alternativo, de antitaurino, de franciscano a favor de las ballenas, de grunge o, incluso, de uzbeco pero ¿por qué todo este idealismo romántico es incompatible con lavarse el culo por las mañanas? No lo entiendo.
Dentro, además de encontrarnos con Julia, la au pair que vive en casa de Diego cuidando de Milo, y a sus colegas (por lo que se ve, no éramos los únicos españoles en busca de un oasis en el desierto holandés), entró en acción esa parte de mí curiosa, ávida de conocimiento, que me lleva siempre a aguantar al borracho plasta que da el coñazo. Mi amigo Rodrigo, con mucha gracias, me dice a menudo:
-- Javier, si fueras tía, se te habría pasado por la piedra ya todo el pueblo. ¿Es que no sabes decir que no?
Pues no.
Me pasa eso. En el fondo, me divierten los tipos peculiares. En este caso, en al ACU, me hice amigo de Morekbat (y, además, amigo del alma), un tártaro con cara de malo de Miguel Strogoff, bastante sobón... No... ¡Muy sobón!... al estilo de Uzbequia, que me invitaba a agua del Caspio cada dos por tres. Así. A palo seco, aunque yo no quisiera.
-- Como los hombres -me decía.
¡Venga! ¡A tacatá! A txapuski y la vodka para dentro (y su puta madre).
Morekbat era un poco pesado, pero por ese exceso de amabilidad demasiado servicial, absolutamente etílica y casi empalagosa. Acabó invitándome a conocer su país, Tashkent, Samarcanda, Bukhara, pero como le pregunté, en cristiano, si le iba la zoofilia y me dijo que sí (acompañando su respuesta con las grandes risotas de quien no ha entendido una palabra), me dio un poco de miedo. Así que, casi no.
Después de la siguiente vodka, cantamos juntos el himno de Uzbequistan y Morekbat gritó patriótico y entusiasta "¡Uzbequistan mooi land!", todo un grito de guerra que yo he decidido adoptar como propio.
Al final, le pregunté por Djamolidine Abdoujaparov, el uzbeco más famoso de todos los tiempos, pero Morekbat no tenía ni puta idea de quién era, así que le dije:
-- Tú no eres uzbeco, macho. Este es tu rollo para ligar -y le intenté quitar la careta por si era la enfermera del ascensor del UMC Hospital que me había seguido hasta allí.
Pero no. No era ella.
"¡Uzbequistan Mooi Land!"
X. Bea-Utrecht
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