miércoles, abril 28, 2010

Una de hipertensión

Ante todo, perdonen las erratas de ayer. No me dio tiempo a leérmelo antes de darle a "publicar" y ya no tiene remedio. Así que se queda. Total, para hacer el ridículo, mejor que sea completo. Ya me lo dijo mi madre: hijo, si vas a roncar a medio gas, no merece la pena que lo hagas. Si te decides por roncar, que se te oiga bien. Sé contaminación acústica y que se jodan las ballenas... Y dicho esto...

Siempre pensé que un problema de hipertensión tenía que ver con el pulso. Pero, se ve que no. Vista bien, la palabrita puede dar juego. Por ejemplo, una guerra comercial entre el Alcampo y el Carrefour puede ser un problema de hipertensión.

¿No?

Vale. Es malo. Sólo se va a reír Montse (Montse, bonita, toma un boli).

Hasta hoy, de verdad se lo digo, pensaba que ante un problema de hipertensión, la seguridad social debería muy seriamente pensarse si pagar a los enfermos un tratamiento de choque, ocho días, en el Caribe (aunque no sé si esto acabaría con el problema o lo acrecentaría). Está un poco verde la idea, pero hay que partir de alguna:

-- Doctor, soy hipertenso.
-- ¡Y tanto! ¡21 de máxima! ¡Qué barbaridad! Le voy a hacer una placa ahora mismo.
-- ¿De tórax?
-- No, de mármol... ¿Ha pensado en su epitafio?

Podría ser, ¿por qué no?, que uno fuera hipertenso al centro de salud para que le extendieran una receta, con una posología estricta, de ocho días en un todo incluido en México, pagado por la Seguridad Social. Yo me tomaría muy en serio el tratamiento.

-- ¿Tiene que ser a México, doctor? ¿Hay alguna razón clínica para que sea justo en México?
-- Clínica, no, pero está de oferta. Ya sabe usted... La gripe A...
-- Claro, el miedo a la gripe...
-- No, que como hay un millón y medio de vacunas y el ministerio no sabe qué hacer con ellas, de la misma ya se va usted vacunado. Estamos de oferta. Hipertensión y antigripal, dos por uno.
-- Y digo yo, que yo si quieren me voy vacunado, pero ¿no puede ser Brásil?

Porque Brásil, amigos y amigas de la hipertensión, es un país que ni pintaparado para el reposo, para tomarse la vida con otro aire. El sol, la playa, la caipiriña, los tíos esos que dan patadas al aire vestidos de Pocholo en Ibiza... Brásil es otro concepto, sobre todo, otro concepto del tratamiento contra la hipertensión:

http://www.elmundo.es/america/2010/04/26/brasil/1272318569.html

El gobierno de Lula Da Silva recomienda a sus conciudadanos, como tratamiento para la hipertensión, practicar sexo CINCO, amigos y amigas de la hipertensión, CINCO veces al día.

-- ¿Cuántas veces al día ha dicho?

Dilo tú, Montse, que a mí me da la risa.

-- Por el culo se la hinco (eso sí, cinco veces al día que soy hipertenso).

Esto, en fin, no sé ni cómo empezar a reírme del asunto... Vamos a ver... Lula... Fantasma... Ya sabemos que las olimpiadas del 2016 serán en Río, pero ¿estás pensando en hacer del sexo deporte olímpico de exhibición? Estaría bien porque nosotros tenemos a Nacho Vidal. ¡Es una medalla segura!

Lo ha recomendado el ministro de Sanidad brasileiro, José Gomes Trempão. No vamos a comparar con los ministros que hemos tenido aquí de Sanidad... Romay Beccaría debe de ser el hombre todavía de los de sábana con agujero... A la Salgado la veo yo más dominátrix, ¿no les parece? Se la ve en forma... En forma de cacahuete revenido, eso sí. En general, nuestros ministros de Sanidad se pasan el día como si fueran curas, niños no hagáis esto, niños no hagáis lo otro (no va con segundas ni quiero meter en el dedo en la llaga, no sean malos que si hubiera querido referirme a eso, habría puesto "niño, haz esto, niño haz lo otro"). ¿Brásil no exportará ministros de Sanidad? ZP, mira a ver, anda, cara a la crisis de gobierno que se avecina. Yo, por si acaso, ya me voy imaginando la conversación en la consulta del cardiólogo:

-- Doctor, soy hipertenso.
-- Me va a practicar el sexo usted una vez cada cuatro o cinco horas. Posología estricta.
-- Una duda, doctor, ¿tiene que ser todas las veces con la misma?
-- ¿Con la misma mujer? No... No, necesariamente.
-- No, me refiero a la misma mano. Si tiene que ser con la derecha o es mejor alternar una y otra.

Hagan como en Brásil, que en vez de recetar nitroglicerina contra el infarto, reparten viagra... No, viagra no. Cialis.

Cialis. Recuerden.

Para mí que el ministro de Sanidad brasileiro ha confundido hipertensión y priapismo, pero, en cualquier caso, la recomendación da mucho juego ya en los locales nocturnos. ¿Se lo imaginan?

-- ¿Cómo te llamas?
-- Ronaldinha.
-- Verás, Ronaldinha, soy hipertenso y me ha dicho el médico... A los que tienen seguro privado, les pagan las lumis de lujo... Pero yo, que soy poligonero... ¡Sálvame la vida!

A mí el consejo, aunque sea un poco fantasmada, me parece bueno. A follar, a follar, que el mundo se va a acabar.

Por cierto, hablando de otra cosa totalmente distinta y que no tiene nada que ver con esto, ni con el sexo. Sólo por curiosidad. ¿Alguien sabe de algún truco para que, eventualmente, le suba mucho a uno la tensión?

Es que tengo un amigo que... Va a ir a Brásil en noviembre... Ya saben... A descansar.

X.Bea-Murguía (y yo que no me he medido la tensión en mi vida)

martes, abril 27, 2010

No lo repito, para que no se repita

Para que no parezca un castigo, lo digo por ustedes, hoy no voy a acabar la entrada. Es sano reírse de uno mismo, siempre lo he pensado, pero me gustaría que quedara alguien en el mundo que, después de leerse una entrada de las mías, no pensara que soy un gilipollas redomado. Digo alguien, aparte de mi madre. A mi mujer no la meto aquí, porque ya lo piensa sin necesidad de leerme.

El viernes me fui a Galicia, a la boda mi primo Luis que, al parecer, finalmente se casó. Eso sí, como él mismo me dijo, "a la edad de divorciarse". El alcalde del pueblo, que es del Bloque, ofició la ceremonia ante las banderas de Europa, el Estado y Galicia, haciendo referencia a "nosa" Constitución, lo cual está muy bien, porque habla de aceptación de las reglas del juego, sin menoscabo de la legítima aspiración a cambiarlas. Yo, me van a perdonar la maldad, situado como estoy en tierra de nadie, vasco en Madrid, gallego en Euskadi y madrileño en Galicia, no pude evitar pensar en que, en el fondo, al alcalde del Bloque le pone un poco esto de hacer de cura.

Antes de salir, en coche, hacia Galicia, había quedado en LaLatina con una reportera de Antena 3 para hacer una entrevista cruzada con una persona no fumadora, a quien, además, tenía ganas de conocer personalmente. Todo fue bastante bien, en lo que a mí respecta, aunque me urgía mucho salir escopetado, carretera y manta, porque a las 21:45 tenía que personarme en el aeropuerto de Santiago para recoger a mi hermano Mitxu y a mi hijo y llevármelos al pueblo.

Con un poco de retranca gallega diré que cuando llegó esta persona a la que me interesaba conocer, cuarenta minutos tarde, ambos estuvimos de acuerdo en que la buena educación es fundamental en la cuestión de fumar o no fumar.

Con el tiempo pegado al culo, terminé la entrevista y me lancé en una carrera loca, sorteando radares por la M-30, porque aún no había hecho siquiera el equipaje. El retraso de la entrevista me había tirado por tierra todos mis cálculos. Llegué tarde a casa, hice la maleta como pude y supe, agarré todo lo que tenía que llevarme a Galicia, cogí la carretera y tiré, tiré, tiré, sin intención ninguna de matarme y, efectivamente, al final entre en Lavacolla justo cuarenta minutos tarde: mi hermano y mi hijo llevaban casi media hora esperándome.

Ya era de noche en Galicia, lo cual no impide que, en absoluto, recrearse uno en la belleza del paisaje, sobre todo de las vistas sobre la ría de Arosa desde el viaducto de Cespón (¿se llama así?) que es una postal sobrecogedora. Condujo Mitxu, porque yo estaba ya de coche hasta las narices. Rodrigo estaba cansado. Conseguimos, entre todos un poco, que se comiera una tajada de merluza (impresionante, mamá, impresionante) y, a pesar de que no había ni percebes ni nécoras, rodeado de mis hermanos y mis padres, me sentí un poco en mi casa.

Mi madre acostó a Rodrigo (mal acostado) y, con todo hecho ya, deshice la maleta...

¡Ay Dios mío!

Lo dejo aquí. Es una especie de hechizo anti hechizos (o algo así, comprendan que yo no leo Harry Potter). Me concentro mucho y pienso que, si no lo repito, no se repetirá. Fin de la tautología. Los listos, lo entenderán.

X. Bea-Murguía (cabezón)

miércoles, abril 21, 2010

Me tendí en la arena

Me acordé ayer, y me he acordado esta mañana, que tengo que repetir que siempre me ha gustado Lorca. Concretamente, esto:

"Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.

Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío".

Todo ese poema me encanta ("La casada infiel", del "Romancero gitano"), pero estos ocho versos me parecen maravillosos.

Este otro, que cito siempre...

"Mientras la gente busca silencios de almohada
tú lates para siempre definida en tu anillo
... que no desemboca"

Es agua que no desemboca, porque es "La niña ahogada en un pozo", de "Poeta en Nueva York". La imagen me parece tremenda. Visto desde arriba, la niña vive para siempre en mi memoria limitada por los bordes del brocal. Me entusiasma.

Del "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías", tuve durante años colgado delante de mí un recorte de ABC con "La sangre derramada":

"Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas".

(...)

"Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera".

En fin... Merece la pena leerlo entero y no hace falta entenderlo ni no entenderlo. Eso déjenlo para los eruditos. Hace falta que guste, que llegue.

Hay otros poetas que me gustan mucho, tanto como Lorca, como Álvaro Muñoz Robledano, que es más críptico, más difícil, pero que suelta versos como puñales, absolutamente demoledores, que me dejan, a menudo, absorto, sin nada que añadir a tanta belleza. De él, aunque tienen en su blog la oportunidad de leerlo todo, siempre cito lo mismo, que es lo que más me gusta, "Los años que no tuve":

"Quizás el tiempo se arregle con un manotazo, como el televisor cuando pierde la imagen; un manotazo seco y despiadado en la esquina del domingo, de madrugada, que haga preguntas circulares, que haga preguntas de alabastro, o que haga volver los años que no tuve, o que de nuevo te muestre hecha de piel, amarrada con tejados y palabras, con tanta insensatez, con tanta saliva, hecha de salmos secretos en las uñas".

No me alargo más... Ahora, más que Lorca, más que Muñoz Robledano, más que el propio Miguel Hernández, del que arranca el poema que voy a reproducir entero, tengo un poeta en mi corazón, que es el sitio de los buenos poetas, que los supera a todos:

"Me tendí en la arena
para que el mar me enterrara
y me fijé en Lorena
es encantadora.

Qué guapa es
qué mona está
y ella se fijó en mis pies
me dijo ven a jugar a la ruleta.

Me dije: ¿le gustará el bambú?
me dijo tal vez sí y tal vez no
pero me gusta el osito Lulú
pero tal vez al mono no.

Ella me tiró un coco
y me dijo estás bien
no sé pero me has pegado un moco
no serás guarro también".

¿Qué quieren que les diga? Los versos "Y ella se fijó en mis pies" y "Ella me tiró un coco y me dijo estás bien" me parecen obras maestras de la literatura universal contemporánea y encierran un significado oculto que les reto a desentrañar. En una ocasión, este poeta me mostró una cuartilla llena de olas de mar, ondas rojas que cruzaban de izquierda a derecha el vacío del cuaderno, trazadas en paralelo, de arriba a abajo, peinando el papel a raya, llenándolo de sentido.

-- ¿Te gusta? -me preguntó.
-- Me encanta -le dije-, pero ¿qué significa?

Y siguiendo el trazado con el dedo, como para no perder la línea, recitó despacio, casi sílaba a sílaba:

-- Un día... Yo... Me comí... Al cocodrilo.

Dicen que Paul Valéry era tan perfeccionista que no veía nunca terminado, redondo, "El cementerio marino", que prácticamente fue engañado por el director de la Nouvelle Revue Française, para publicarlo tal y como ahora lo conocemos, en 1920. Lo digo porque si, por casualidad, vieran por ahí a este poeta, por favor, no le cuenten que he aireado sus versos en Internet. Puede que no le guste. Los artistas son así.

X. Bea-Murguía

martes, abril 20, 2010

Por siempre, Toneti

No sabía muy bien cómo comenzar esta entrada... Ha pasado tanto tiempo... Un arranque bueno, contundente, demoledor, suele ser lo mejor para introducirle a usted de lleno en otro breve capítulo de mi vida. Algo así como:

-- ¿¿Cómo están ustedes??

No es para menos, ya lo verán. Cuando llego a mi casa y cuento las cosas que me pasan por ahí, mi mujer me dice: "Me he casado con Toneti".

Ya ha pasado el 16 de abril, día en que recuperé mi vida normal, después de hacerme alrededor de 15.000 kilómetros por toda España con el tema del tabaco... Ya saben. La entrada no va de esto, por supuesto.

Va de que cuando uno sale de viaje, y más cuando se pasa mes y medio de aquí para allá todo el día, de arriba a abajo como el imperio Asirio, aderezado con el sacrificio ritual de neuronas en Semana Santa, es normal que tenga un despiste. Uno sin mucha importancia o depende de cómo se mire. Si usted hubiera hecho la maleta 18 ó 22 veces en el último mes y medio, a no ser que sea usted sistemático con un punto esquizoide, puede haberse olvidado de meter la corbata un día o puede haber calculado mal la relación número de calzoncillos/días fuera de casa y verse obligado a repetir prenda interior... No es mi caso.

Mi caso es peor.

Háganse a una idea... Viajes de Bea-Murguía desde el 4 de marzo al 15 de abril de 2010:

4 de marzo: Sevilla
5 de marzo: Roma
8 de marzo: Barcelona
10 de marzo: Bilbao
11 de marzo: Zaragoza
12 de marzo: Valencia
16 de marzo: Trieste
17 de marzo: Liubliana
18 de marzo: Zagreb
19 de marzo: Sarajevo
20 de marzo: Mostar-Dubrovnik
21 de marzo: Split-Zadar
22 de marzo: Rijeka-Pula
23 de marzo: Venecia (de vuelta a Madrid)
25 de marzo: Oviedo
26 de marzo: Santander
29 de marzo: La Coruña
31 de marzo: Toledo
1 de abril: Segovia
5 de abril: Santa Cruz de Tenerife
6 de abril: Las Palmas de Gran Canaria
8 de abril: Valladolid
9 de abril: Palma de Mallorca
12 de abril: Mérida
13 de abril: Murcia
14 de abril: Pamplona
15 de abril: Logroño

Sin contar los viajes en avión a Roma y Venecia... Lo dicho: 15.200 kilómetros, más 2.000 kilómetros por los Balcanes. Supongo que justifica bastante bien, y espero su comprensión, que un día me plantara delante de la prensa despeinado o con un calcetín de cada color o con cualquier otra calamidad made in Toneti, a lo que yo tengo mi tendencia natural.

Añadan a todos los enseres personales que son preceptivos en cualquier viaje, todo el material necesario para organizar las ruedas de prensa. Soy incapaz de enumerarlo ahora, porque era tan incapaz de recordarlo entero antes de cada viaje que tenía loca a mi compañera Tamara. Como no me fío de mi memoria (para ciertas cosas), Tamara llevaba una lista que repasábamos juntos antes para que no faltara nada. Y aún así.

El día que me sentí más cerca de mi esencia Toneti fue el 5 de abril. Llegué a Santa Cruz de Tenerife, después de la animada celebración de la pasión de Cristo a la que hice referencia en la entrada "El sigilencio". Quizá demasiada. Digamos que en Semana Santa, en el pueblo, soy partidario de la nocturnidad alevosa, de la juja, de cerrar los bares y de acompañar a Mariví a su casa a las siete de la mañana para darle un beso de buenas noches a Jose. Como ya no tengo 20 años, me suele suceder que el domingo ando con una caraja mental importante, estoy atolondrado, como si estuviera de vuelta del otro lado del Atlántico y el jetlag se hubiera apoderado de mí.

Aterricé en Los Rodeos el 5 de abril con las pilas ya muy bajitas. Sentía el peso de los kilómetros recorridos, por supuesto, y el pesimismo de las dos siguientes semanas de intenso e ingrato viaje, a lo que había que añadir el injustificado retraso en el embarque y un vuelo de mierda, encajonado, arrugado en un verso de Lorca:

Como lloran los niños del último banco

No sé cómo permiten a las compañías aéreas vender asientos como el 31F que me tocó a mí en ese vuelo largo y tortuoso, lleno de baches, a Santa Cruz. Las condiciones legales para el transporte de ganado son bastante más exigentes. Este mundo se ha vuelto un poco loco: la peña se desgañita peleando por los derechos de los animales, mientras acepta con absoluto borreguismo el maltrato humano con que nos premian las autoridades aeroportuarias y las compañías aéreas. Mi plaza no era de business, absolutamente inasumible para mi presupuesto exiguo, ni de turista: era de contorsionista.

Después de 16 aviones en un mes... Estaba al borde de la derrota.

Añadan a todo esto que no tenía tabaco. Como ven, no encuentro más que excusas, pero trato de ser minucioso en el relato de estos hechos. Cuando llegué a Los Rodeos ya era de noche. No me había fumado un cigarrillo desde las tres de la tarde y no había ninguna posibilidad de comprar tabaco en el aeropuerto. Entiéndame: no es que tuviera mono, que yo no creo en esas cosas, es que el cigarrillo me ayuda, y mucho, a tomarme las dificultades con más tranquilidad. Si no hay tabaco, ni pido, ni me vuelvo loco buscando donde comprar, me espero y punto. Revolví entre mis papeles hasta dar con el bono del hotel y cogí un taxi.

Aquí llegó la primera confusión: la dirección era correcta, el bono no dejaba lugar a dudas, la mujer de recepción era bien simpática, pero tenía un ordenador antipatiquísimo que no me dejaba pasar la noche allí, que decía que no había reserva a mi nombre. Probamos con varios nombres, alguno al azar (por si colaba), incluso le dije que estaba dispuesto a compartir habitación, dependiendo de con quién, que me fiaba de ella, que me lo mirara bien mirado. Ella era bien simpática y habría nacido entre nosotros una bonita amistad, si no llega a ser porque me dio por mirar de nuevo mis papeles y, con un poco de ayuda telefónica, encontré el bono correcto.

-- Sí que lo siento -le dije-. Me quedaría encantado en su casa, pero este no es mi hotel. Lo dice este papelico que es más listo que yo.
-- Lo lamento mucho -sólo dijo esto, pero yo interpreté lo que me dio la gana. No me voy a extender en este extremo demasiado que luego me echan la bronca en casa.
-- ¿Venden ustedes tabaco?
-- No, señor, lo siento, pero si sale, a la derecha, encontrará un sitio donde sí venden.
-- Muchas gracias. Lamento haberle hecho perder el tiempo.
-- No se preocupe.

Cogí mi ligero equipaje, compuesto por cinco bultos, me lo colgué del cuerpo como pude y tiré a la derecha. El único lugar que vi abierto era un bar llamado "La Bruja". Pensaba comprar tabaco, pillar un taxi y marcharme a mi hotel, al de verdad, pero cuando con muchas dificultades abrí la puerta del local y entré, aquello no me pareció un bar. Pensé que sería un restaurante, porque ante mí se abrió una especie de recibidor bizarro, en el que un espeso cortinaje de ciertopelo tapaba la vista de la sala coronado con un bandó que rozaba lo kitsch. Asomé la cabeza por entre el burdeos de las cortinas y...

-- ¡Huy! Lo siento. Creo que me he vuelto a equivocar.

Era un restaurante, bastante hortera, con ambiente a media luz, que es un brujo el amor, especializado en conejo. Si en lugar de buscar tabaco, mi entrada en "La Bruja" hubiera respondido a otro fin, sólo con ver la atmósfera decadente de la sala, se me habrían pasado las ganas. ¡Qué tristeza me dan estos sitios!

Me marché huyendo, como corresponde a un hombre (sobre todo a uno extremadamente cansado), enganché un taxi que acertó a volar justo en ese momento por mi lado, sin tabaco, arrastrando mis cinco bultos cerca de la hora de las brujas y me fui a mi hotel, el bueno, el de verdad. Cuando ya estaba montado en el taxi, que muy discreto no me pidió explicaciones ni esbozó ninguna sonrisilla cómplice, asomó, como para exonerarme, la cabeza calva de un hombre, con pinta de mayordomo del Capitán Haddok, por la puerta del puticlub, supongo que extrañado por la breve visita.

-- No era lo que yo pensaba -aunque no tenía por qué darle ninguna explicación al taxista-. Ni es lo que usted está pensando: sólo quería comprar tabaco.
-- Ya, ya. Como todos, señor. ¿Quiere usted un cigarrillo?
-- Sí, por favor.

Las cosas acabaron de enderezarse cuando, al lado del hotel, vi una tienda 24 horas donde pude comprarme un paquete de tabaco. Me registré, esta vez todo era correcto, subí a mi habitación, mandé un mensaje a Tamara para decirle que ya me había encontrado y ubicado, que estuviera tranquila, deshice la maleta, para intentar que el traje y la camisa no parecieran, al día siguiente, el cortinaje del recibidor de un lupanar y...

¿A quién no se le ha olvidado algo alguna vez? La maquinilla de afeitar... El colutorio... No sé... El cargador del móvil... La cartela, el cartel, las tarjetas de visita, el cartón-pluma, las notas de prensa de una cosa o de la otra, el proyector, el ordenador, la cámara de fotos, el su puta madre.

Llamé a Tamara. Ella estaba en Gran Canaria, en su casa, y volaba a la mañana siguiente para reunirse conmigo en Tenerife. Era bien tarde y no se me ocurría otra solución:

-- Te vas a reír, Tamara, pero... Necesito un favorcillo...
-- A ver -creo que empieza a conocerme.
-- Esto... Mañana, cuando embarques, si sales un poquito antes, te pasas por las tiendas del aeropuerto y me compras... Unos zapatos negros del 42...

Antes de meterlo todo en la maleta, como yo también empiezo a conocerme, saco toda la ropa, la coloco encima de la cama, la repaso y, después, cuando estoy seguro de que está todo, hago el equipaje. Pues los zapatos se quedaron allí, preparados para ser metidos en la maleta, pero al pie de la cama. Mis alternativas eran: o voy con traje y zapatillas de deporte y me lo hago de moderno o me pongo los vaqueros y miento, digo que me han perdido la maleta en el aeropuerto, en plan excusa. Ésta era la alternativa que más veces sopesé. Después, como posible solución, a pesar de que me daba mucha vergüenza, llamé a Tamara.

Se descojonó de mí, claro.

Me acosté, cansado, pero no pegué ojo a cuenta de los zapatos.

A la mañana siguiente, recibí un mensaje de mi compi: "Me he dado cuenta de lo bien que vivimos en Canarias. Todo cerrado. Te llevo unos de mi padre. Son marrones". Me los trajo al hotel y empecé a dar vueltas por Santa Cruz con unos zapatos que me quedaban dos tallas grandes, por lo menos.

Lo malo del los zapatos de Tono, el padre de Tamara, es que a Toneti, el payaso que siempre la lía, le recordaban, a cada paso, lo memo que es. No estaba nada cómodo y, como de todas formas hacía tiempo que tenía que comprarme un par nuevo, a media mañana, en un huequillo, me pasé por el Corte Inglés y me hice con unos.

Al día siguiente, en Vecindario, Gran Canaria, le había dicho a Tamara que se olvidara de mí, que no sintiera la obligación de darme un paseo o de entretenerme. Ella tiene allí, en el fantástico enclave de Sardina, a su familia, a sus amigos y a sus novios y no quería que tuviera que estar pendiente de mí. Yo me iba a dar una ducha, que al final no me di, y a quedarme en el hotel, no porque el plan me guste, que no (estoy saturado ya de la impersonalidad pulcra de las habitaciones de hotel), que prefería mil veces salir a tomarme una caña con ella o cenar, sino por no ser una carga, porque para Tamara (y no lo digo sólo por los zapatos), en el fondo, yo soy parte del trabajo. No era plan.

-- Mis padres quieren invitarte a cenar -me dijo.

Acepté de mil amores y sin dudar, no sólo por educación, sino porque entre el plan "quedarme en el hotel" y cenar con gente agradable, como Tamara, Alicia y Tono, no había color. Me llevaron a un restaurante canario, no típicamente canario, a comer lapas en un pueblo llamado Pozo Izquierdo. Estuvo muy bien la cena, muy rico todo, y ellos me cayeron fenomenal.

Eso sí, en un momento de la cena, Tono dijo:

-- Javier, ¿y que pasó con los zapatos?

Los zapatos... ¿Qué va a ser? Que soy imbécil.

X. Bea-Murguía (en su línea).

lunes, abril 05, 2010

El sigilencio

Cuando uno está tan callado es, probablemente, porque no tiene nada que decir o que añadir, que sería mi caso, a lo que ha dicho ya.

De ahí el silencio.

Estaba con mi Ana a la puerta de casa, un Domingo de Resurrección cuyo significado trasciende de lo religioso a lo secular si las noches de antevísperas y de vísperas se ha circulado por las estrellas, por ahí, de celebrancia, cuando acertó a asomarse a su portal la Rosa, una mujer que suma tantos años en sus oídos que vive en el silencio de sus propios pensamientos, que no es el silencio de los demás.

Aunque la sordera le pueda hacer creer que lo que ella no oye es silencioso también para los demás, el caso que traigo hoy nada tiene que ver. Sospecho que, más bien, la Rosa viene tan de vuelta que se la trae floja.

Hay ocasiones en la vida en que, por mucho que uno apriete, la naturaleza interior del hombre y de la mujer es fuerte y se hace un hueco entre la carne constreñida. Entonces, basta un gesto forzado, una flexión imprevista, una postura mal medida, un escorzo demasiado manierista, para que el leve silbido que atenazaba nuestro píloro asome sibilino como la amenaza de un ganso, como un globo que se desinfla suavemente, sordo, silencioso, con sigilo.

De estos apuros se sale, generalmente, con la cabeza alta, si acaso es silencioso para uno y para los demás. Después sólo se trata de negarlo.

La palabra me la dijo Ana (pero la de Cristóbal). Sospecho que no la compartió conmigo en exclusiva. No sé por qué, me da en la nariz que anduvo dándole vueltas al sigilencio durante toda la noche de celebrancia, que la compartió con todos los oídos que quisieron escucharla.

Sólo yo la entendí con todo su significado: el sigilencio.

Fue al día siguiente. Cuando la Rosa salió de su portal de silencio, que es suyo (pero no de los demás), y oí que el sigilo le pasa desapercibido, con toda seguridad porque le importa tres pepinos. Asomó sus noventa años al portal de su casa y dijo:

-- ¡No se hará de noche hoy!

Con un grito contundente y pregonero, como quien acaba una conversación que apenas ha empezado. Se volvió y ventoseó zanjando el debate que ella misma había suscitado, sin disimulo, sin vergüenza, como un francotirador, como un campanero tocando a clamor.

Me acordé de Ana, la de Cristóbal, y le dije a mi Ana:

-- Mira, hija, un ejemplo de sigilencio.

Que no es sigilo ni es silencio. Es sigilencio.

X. Bea-Murguía (Muy bueno, Ana (pero la de Cristóbal)