viernes, mayo 09, 2008

Pintar una catedral

Queridos amigos,

esto es así: la bondad que con esfuerzo la vida había pulido durante 63 años, la ha devorado el cáncer, esa maldad máxima, en poco más de seis meses.




Mi vecino Pedro Navares, a quien tantas mañanas imaginaba pintando de madrugada a mi espalda, pared con pared, a no más de dos metros de mí, tras un parapeto de libros y lienzos, punteando una soledad verde. No más de 180 días. Visto y no visto.

http://pedronavares.iespana.es/

Pedro murió el 24 de abril y si les largo esto ahora es porque ayer estuve en su homenaje. Espero que no lo entiendan como un sermón gabilóndico, como si yo fuera otro curilla con intención de forzarles a pensar en la fugacidad de la vida, en "los ríos que van a parar al mar que es el morir" o en la futilidad de sus cosas frente a la muerte.

No. Todo lo contrario. Mucho menos a costa de Pedro.

Yo pienso, para mí, en ser yo quien devore mi vida "a dentelladas secas y calientes". Ustedes cómanse la suya como prefieran o dejen la parte más jugosa para el fuego o métanla en el congelador para otro día.

Sólo pensaba en sumarme al homenaje a Pedro Navares. Un abrazo Pedro,

X. Bea-Murguía

"Pintar una catedral"


Recuerdo haber leído de un cronista de la Abadía de St. Trone, que contaba: “¡Qué espectáculo maravilloso es ver, increíble para contar, las columnas y los materiales son transportados de pueblo en pueblo, sin ayuda de bueyes, llevados con la fuerza de los brazos de los hombres y con sus cánticos!”.


Con el desarrollo del sentimiento de nación, un fervor de fe se levanta en toda Europa para la renovación de la Iglesia que se vio reflejado en la construcción de catedrales, con distinciones poco comunes en sus cualidades arquitectónica, sus estructuras hechas con materiales de primera calidad y con el trabajo fino de los maestros canteros que contaban, a su vez, con cuadrillas de mozos, oficiales, peones, tallistas y picapedreros.

Pienso en ellos cuando me planto ante el lienzo y trato de dar en él un fiel reflejo de la catedral, y no puedo menos que participar, a mi manera, en la denuncia de estos personajes que adoptaron actitudes extremas en la defensa de la ortodoxia religiosa, llevando hasta las últimas consecuencias una visión del arte como instrumento de predicación.


Para que mi obra no sólo sea una composición de colores o unas manchas sobre una tela, intento sumergirme en las entrañas de ese mundo lejano y desguazar su realidad, tratando, con ello, de entender mejor lo que sucedió cuando se levantaron los muros soberbios de las grandes catedrales de Castilla.


Con este pensamiento, a medida que voy avanzando en mi pintura un frío me recorre la nuca y siento como si los sufrimientos de todos ellos se fueran materializando, poco a poco, en la tela. A veces, incluso, en un intento de mostrarme sus agonías, creo oírles amotinándose a estos hombres que, fundidos en cada una de las piedras que trabajaron, representan una parte anónima de la historia de Castilla. Sin embargo, son los nobles, aquellos que pagaban los estipendios de los servicios eclesiástico, los que pusieron su nombre en las catedrales, comprando el suelo de los templos para sus sepulturas.


Al ver una de estas catedrales, debemos recordar, y no callar, que todos estos grandes trabajos nos muestran a maestros y trabajadores esclavizados en plena madurez creativa y que esculturas y tallas exteriores eran la Biblia de los desheredados, porque, en su mayoría, eran analfabetos.


Cuando todos ellos se instalan en mi conciencia, siento el mucho frío, el calor, el hambre y las miserias que padecieron cada uno de ellos, en esos momentos sin descanso, agotados y resignados sin redención.


Lo que intento exteriorizar es que, a pesar de la falta de libertad, puede existir la creación artística sin servilismo. No me cabe la menor duda de que Castilla, y en concreto Aranda de Duero, sus pueblos, sus hombres y sus mujeres, esos que son los herederos de esta dolorosa y prolongada parte de la historia, saben que nunca renunciaron a la rebelión.

P. Navares
".