Jesucristo y el juego del amor
Queridos amigos,
"Jesucristo y el juego del amor" tiene una enorme desventaja: no se encuentra en ninguna librería. Pero tiene, a su vez, para mi gusto, tres grandísimas virtudes:
I.- Es Anthony Burgess. Soy pesado con Burgess, pero no el más pesado. Créanlo.
II.- La temática "Vida de Jesús", que me apasiona.
III.- "Se ha dicho que en el décimo día de Tishri, el de la gran fiesta de Yom Ha-Kippurim, llamada también Shabbat Shabbatton o el Sabbat del Reposo Solemne, cuando ocurrió el acontecimiento que dejó mudo a Zacarías. Era el día de la expiación y del perdón mutuo de los pecados, puesto que para lograr el perdón de Dios cada uno debe empezar otorgando el perdón, y desde el fondo mismo de su corazón. Era un día en que se debía ayunar, abstenerse de beber y aplazar los deseos físicos. Se usaba calzados de cuero nuevo y toda Isarael olía suavemente a los aceites de la unción ritual. Zacarías era un hombre cargado de años y servidor del Señor. Ese día era el señalado para que Zacarías cumpliera, ante el gran orgullo de su mujer Isabel, también cargada de años, con sus deberes de sumo sacerdote en el Templo de Jerusalén. Envuelto en sus vestiduras, mientras avanzaba al son de la música sobre el pavimento de la morada del Altísimo, Zacarías se volvió hacia el lugar donde estaba Isabel con las demás mujeres, hijas de Israel, y le dirigió una sonrisa que ella devolvió. Ambos eran muy ancianos y, con gran pesar, sin hijos, pero habían vivido juntos largos años, unidos por el más hondo afecto.
Primero se cumplió con el sacrificio del cordero. Después, ya que ese era el único día del año en que tenía derecho a hacerlo, Zacarías apartó el velo y penetró en el Santuario para verter la sangre del sacrificio sobre el fuego sagrado y ofrendar un puñado de incienso. Mientras oficiaba el rito y el canto de los sacerdotes y de los fieles continuaba más allá del velo, Zacarías quedó perplejo al ver a un muchacho apoyado en el altar, vestido con una simple túnica cuya blancura eclipsaba las vestiduras del sumo sacerdote. El muchacho tenía el pelo rubio como el oro, muy corto, y el rostro imberbe. Con actitud que Zacarías tomó al principio como un muestra de insolente desenvoltura, se limpiaba las uñas con un palillo afilado y las contemplaba una y otra vez como si le hubieran crecido en ese preciso instante y aún se preguntara para que le servían. Zacarías balbuceó y trató de hablar; el vaso tembló en sus manos y la sangre empezó a derramarse.
-- ¿Quién eres? ¿Qué significa esto? ¿Cómo has podido? ¿Quién te ha permitido entrar?
Tales fueron sus palabras. El muchacho respondió con gran calma en el puro hebreo de las Escrituras, que habló no sólo de manera perfecta, sino demasiado perfecta, como un extranjero muy bien instruido.
-- Zacarías, sacerdote del templo, ¿no has soñado muchas veces con tener un hijo engendrado por tus ijares? Tú y tu mujer Isabel, ¿no habéis suplicado muchas veces por la llegada de un hijo? Ahora quizá hayáis dejado de soñar y de suplicar, porque Isabel es demasiado vieja y la simiente ya se ha secado en ti.
El anciano sintió que el corazón estaba a punto de parársele.
-- Ésta es una... -murmuró-. Ésta es una...
-- ¿Una burla? -sonrió el muchacho-. Ah, no. No es una burla, Zacarías. No temas. Deja el vaso que llevas: estás derramando la sangre. No me gusta este sacrificio de animales; es necio y bárbaro. Alguna vez se encontrará un modo mejor y más limpio de rendir homenaje al señor. Ahora escúchame, amigo. Tu oración al fin ha sido oída, y tu mujer Isabel, aunque demasiado vieja para concebir un hijo, lo tendrá. Lo llamarás Juan. ¿Me oyes? Juan. Tendrás gozo y alegría y muchos se regocijarán de su nacimiento porque será grande ante los ojos del Señor. Será un hombre poco dado a los placeres de la carne, porque estará colmado del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre, será lo único que cuente para él. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan a su Dios. Abrirá un camino para la llegada del Señor. ¿Me entiendes? ¿Comprendes todo lo que digo?
-- No puedo... -gimió Zacarías, tragando saliva-. Esto no puede ser cierto. ¡Apártate Satanás! El padre de todos los pecados ha elegido para tentarme el día mismo de la remisión de los pecados. ¡Fuera de aquí! Profanas el trono del Altísimo.
Más que enojado, el muchacho pareció ligeramente ofendido. Arrojó el palillo con que se había limpiado las uñas y agitó un dedo ante el sumo sacerdote.
-- Óyeme -dijo-. Mi nombre es Gabriel. Soy un arcángel y estoy delante de Dios. He sido enviado para hablarte y darte estas buenas nuevas y no es correcto que me llames Satanás y niegues los anuncios del Señor. Creo que mereces un castigo. Permanecerás mudo hasta el día en que las nuevas se cumplan. No has creído en mis palabras: por lo tanto, tú mismo te quedarás sin palabras. Y créeme, viejo imbécil: mis palabras habrán de cumplirse a su tiempo".
Lo tienen ustedes en esta librería virtual CLIC. Ya que, como está el ipc, el pollo, la cebolla y la leche, alimentar el cuerpo se está convirtiendo en un lujo, 12 euros por alimentar el alma es un chollazo.
X. Bea-Murguía (a disfrutar, que toca)
"Jesucristo y el juego del amor" tiene una enorme desventaja: no se encuentra en ninguna librería. Pero tiene, a su vez, para mi gusto, tres grandísimas virtudes:
I.- Es Anthony Burgess. Soy pesado con Burgess, pero no el más pesado. Créanlo.
II.- La temática "Vida de Jesús", que me apasiona.
III.- "Se ha dicho que en el décimo día de Tishri, el de la gran fiesta de Yom Ha-Kippurim, llamada también Shabbat Shabbatton o el Sabbat del Reposo Solemne, cuando ocurrió el acontecimiento que dejó mudo a Zacarías. Era el día de la expiación y del perdón mutuo de los pecados, puesto que para lograr el perdón de Dios cada uno debe empezar otorgando el perdón, y desde el fondo mismo de su corazón. Era un día en que se debía ayunar, abstenerse de beber y aplazar los deseos físicos. Se usaba calzados de cuero nuevo y toda Isarael olía suavemente a los aceites de la unción ritual. Zacarías era un hombre cargado de años y servidor del Señor. Ese día era el señalado para que Zacarías cumpliera, ante el gran orgullo de su mujer Isabel, también cargada de años, con sus deberes de sumo sacerdote en el Templo de Jerusalén. Envuelto en sus vestiduras, mientras avanzaba al son de la música sobre el pavimento de la morada del Altísimo, Zacarías se volvió hacia el lugar donde estaba Isabel con las demás mujeres, hijas de Israel, y le dirigió una sonrisa que ella devolvió. Ambos eran muy ancianos y, con gran pesar, sin hijos, pero habían vivido juntos largos años, unidos por el más hondo afecto.
Primero se cumplió con el sacrificio del cordero. Después, ya que ese era el único día del año en que tenía derecho a hacerlo, Zacarías apartó el velo y penetró en el Santuario para verter la sangre del sacrificio sobre el fuego sagrado y ofrendar un puñado de incienso. Mientras oficiaba el rito y el canto de los sacerdotes y de los fieles continuaba más allá del velo, Zacarías quedó perplejo al ver a un muchacho apoyado en el altar, vestido con una simple túnica cuya blancura eclipsaba las vestiduras del sumo sacerdote. El muchacho tenía el pelo rubio como el oro, muy corto, y el rostro imberbe. Con actitud que Zacarías tomó al principio como un muestra de insolente desenvoltura, se limpiaba las uñas con un palillo afilado y las contemplaba una y otra vez como si le hubieran crecido en ese preciso instante y aún se preguntara para que le servían. Zacarías balbuceó y trató de hablar; el vaso tembló en sus manos y la sangre empezó a derramarse.
-- ¿Quién eres? ¿Qué significa esto? ¿Cómo has podido? ¿Quién te ha permitido entrar?
Tales fueron sus palabras. El muchacho respondió con gran calma en el puro hebreo de las Escrituras, que habló no sólo de manera perfecta, sino demasiado perfecta, como un extranjero muy bien instruido.
-- Zacarías, sacerdote del templo, ¿no has soñado muchas veces con tener un hijo engendrado por tus ijares? Tú y tu mujer Isabel, ¿no habéis suplicado muchas veces por la llegada de un hijo? Ahora quizá hayáis dejado de soñar y de suplicar, porque Isabel es demasiado vieja y la simiente ya se ha secado en ti.
El anciano sintió que el corazón estaba a punto de parársele.
-- Ésta es una... -murmuró-. Ésta es una...
-- ¿Una burla? -sonrió el muchacho-. Ah, no. No es una burla, Zacarías. No temas. Deja el vaso que llevas: estás derramando la sangre. No me gusta este sacrificio de animales; es necio y bárbaro. Alguna vez se encontrará un modo mejor y más limpio de rendir homenaje al señor. Ahora escúchame, amigo. Tu oración al fin ha sido oída, y tu mujer Isabel, aunque demasiado vieja para concebir un hijo, lo tendrá. Lo llamarás Juan. ¿Me oyes? Juan. Tendrás gozo y alegría y muchos se regocijarán de su nacimiento porque será grande ante los ojos del Señor. Será un hombre poco dado a los placeres de la carne, porque estará colmado del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre, será lo único que cuente para él. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan a su Dios. Abrirá un camino para la llegada del Señor. ¿Me entiendes? ¿Comprendes todo lo que digo?
-- No puedo... -gimió Zacarías, tragando saliva-. Esto no puede ser cierto. ¡Apártate Satanás! El padre de todos los pecados ha elegido para tentarme el día mismo de la remisión de los pecados. ¡Fuera de aquí! Profanas el trono del Altísimo.
Más que enojado, el muchacho pareció ligeramente ofendido. Arrojó el palillo con que se había limpiado las uñas y agitó un dedo ante el sumo sacerdote.
-- Óyeme -dijo-. Mi nombre es Gabriel. Soy un arcángel y estoy delante de Dios. He sido enviado para hablarte y darte estas buenas nuevas y no es correcto que me llames Satanás y niegues los anuncios del Señor. Creo que mereces un castigo. Permanecerás mudo hasta el día en que las nuevas se cumplan. No has creído en mis palabras: por lo tanto, tú mismo te quedarás sin palabras. Y créeme, viejo imbécil: mis palabras habrán de cumplirse a su tiempo".
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Etiquetas: Anthony Burgess, Jesucristo, Literatura
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