martes, marzo 25, 2008

Tropezando con melones

Queridos amigos,

fíjense bien en la foto, sobre todo aquellos de ustedes que no crean que sea posible hallar el destino escrito en la cáscara de un melón. El rollizo niño que sentado desafía a la ley de la gravedad es David Torres, mimetizado tras el albero de un melón reluciente como el sol de Andalucía, en una playa de roca granadina (Motril, creo). ¡Qué surrealismo más fino para una alegoría! ¡El niño pequeño juega inocente con lo que habrá de ser su cabeza: gorda, sí, pero llena, sabrosa y brillante! Al que hizo la foto, le dieron el premio Octavio Aveces Acierto a la adivinación.

Lo que da de sí tanto melón lo van a poder descubrir dentro de nada, cuando salga a la venta su "Niños de tiza", premio de novela Tigre Juan, Editorial Algaida, (que yo ya he tenido el privilegio de leer, por lo que me siento tan halagado). Ya les avisaré yo para que corran a comprarlo. Mientras, les sugiero que disfruten de un aperitivo del sabroso melón de Torres, que es lo mismo que decir melón con jamón, en su blog que, a partir de ya, está disponible en la lista "Blogs para leelos" y que lleva el título de "Tropezando con melones". ¿Por qué? Leanlo CLIC y se enterarán. Merece la pena leer a David Torres en El Mundo, pero más fuera de él, liberado del corsé de la columna cerrada, fumado puros en una playa de piedra donde el único juego posible, a falta de arena, es abrazar melones.

A mí, en concreto, se refiere cuando habla de los "melones sexuales", porque, aunque también ando bien de melón (no tanto como Torres, claro, o como mis hermanos, que son un reto para un sombrerero intrépido), el mío anda medio lleno y con un cable en masa, así que no llego a tal categoría: me quedo en raja.

Todo melón es una incógnita, una pequeña caja de Pandora pero en cucurbitácea: uno, antes de abrirlo, nunca sabe si va a encontrar en su interior el frescor que alivia los calores del verano o el amargor rectal de los pepinos. Puede usted dárselas de entendido en la tienda y aplastar los polos de ese mundo verde de sabor, que, como en la vida misma, la madurez no garantiza el dulzor ni se encuentra disfrute alguno, ni pesar, si no se clava el cuchillo. O puede hacer caso al vendedor de melones, lo que no quita incertidumbre a la solemne ceremonia de apertura.

Dicho esto, que creo que explica el título del blog de David Torres, he de contar que le he hincado el piño, por indicación del "vendedor", Rafael Reig, a ese melón lleno de sabor que es la novela "Nadie me mata", de Javier Azpeitia, una trama apasionante, una novela negra escrita sobre el tablero del juego de la oca, que ofrece un punto de vista totalmente diferente y sorprendente: un alma que transmigra en vida va dando las claves para comprender el todo, partiendo de la nada (la amnesia), gracias a cada una de sus partes y a la metempsicosis (la "meten sí cosas", que decía Molly Bloom). No quiero decir mucho más. Sólo que me ha gustado mucho y que se la recomiendo. La tienen ustedes en Tusquets.

Creo que como recomendación del mes, ya va bien la cosa. Intentaré volver a decir las gilipolleces de costumbre esta semana, pero, no se crean, he apurado ya mucho el melón y me temo que no queden más que las pipas.

X. Bea-Murguía (¿Dónde vas? Melones traigo).

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