viernes, marzo 14, 2008

Una mañana en la Seguridad Social

Queridos amigos,

hoy es 14 de marzo, coinciden el cumpleaños de mi Rodrigo con su primer día de vacaciones (¿hay mayor felicidad para un niño de 7 años?)y nos vamos a ir a probar sus zapatillas con ruedas y después, a comer al Maradonalds... Así que, como estoy de baja, le he dicho a Ángel Antonio García Muñoz, "¡Ángel! ¡Calienta que sales!" y me ha mandado este artículo. Ya saben que todos ustedes están invitados, igualmente, a escribir en H.Wells & X. Bea-Murguía. Pagamos en amistad, por supuesto.

También es el cumpleaños de Reficul. Felicidades, Refi. Tengan ojito cuando salgan hoy a la calle que a Refi le habrán dado permiso en Quitapesares.


Una mañana en la seguridad social

Pues resulta que tenía que hacer unas gestiones en la Seguridad Social y como quiera que la primera de ellas (informarme) ya lo había hecho en otra oficina, en esta ocasión cambié la buena conocida (Avda. de Brasil) por otra más próxima, esquina con la calle Serrano y frente a la embajada de Estados Unidos.
¡No os podéis imaginar lo divertido que fue!

Hora y media de mi vida compartida con más de cincuenta personas que esperábamos a ser atendidos por los funcionarios amables y serviciales que allí había.

El primer golpe fue observar que el numero que obtuve de la maquinita era treinta y tantos más avanzado que al de la persona que estaban atendiendo en ese momento. ¡Pues yo necesitaba entretenerme en algo! Así que me dispuse a observar la oficina.

Tres isletas con cinco puestos de atención cada una nos ofrecían la garantía de que en poco tiempo podría ser atendido…pero ¡qué coño! De los quince funcionarios “virtuales” sólo había cinco trabajando, así que me dispuse a esperar pacientemente, lo que no hacían otras personas que ya llevaban más tiempo y murmuraban “por lo bajini” sobre la atención, con imprecaciones que se elevaban en el tono medio.

Entonces me inventé un juego-entretenimiento (por aquello de no hacer mala sangre) con las personas/funcionarios/números de la oficina. Pues resulta que los mejores trabajadores, es decir que atendían a una persona y cuando finalizaban automáticamente volvían a demandar, por el ordenador en el letrerito digital, la presencia del siguiente, y así uno detrás de otro eran las señoras(itas) P1, P10 y P13 y el señor de P15.

Había que ver qué disposición y remango tenían para resolver las cuestiones más peliagudas como la cotización en otros países europeos y demás.
Se me había olvidado decir que durante la espera yo me recorría los 87 pasos de largo de la oficina una y otra vez por lo que podía ver y oír lo que allí se cocía.
En el puesto 3 (P3 a partir de ahora) una señora dilucidaba (por teléfono) con alguna amiga lo bien que lo habían pasado en-no-sé-dónde, pero no había problema porque en el mismo puesto otra treintona rubia y atractiva atendía a los “clientes”. Aunque, mira tú por donde, en cuanto la primera dejo de hablar y se puso a atender al público, la rubia desapareció y la verdad es que hora y casi media después (cuando me marché) no había vuelto.

Pero la “palma de oro” se la llevaban las del P7. Cuando llegué había una funcionaria que acabo con “su cliente” en menos de cinco minutos y luego se fue a otra dependencia (debía de ser la que albergaba alguna jefa, pues estaba vacio el despacho) y se pasó sus veinte minutos comentando con alguien los resultados de las elecciones del domingo. Luego, buena hija, llamó a su padre y se interesó por su estado de salud.

Inmediatamente…de acabar con sus llamadas volvió al P7 y atendió a otra persona, pero ¡¡mira tú por dónde!! En cuantito regresó su otra compañera del P7 (a la que yo no tenía el gusto de conocer en los 45 minutos que llevaba allí), se calzó un abrigo de visón y se marchó a la calle, supongo que le tocaba el turno del café. Media hora después no había regresado.

Mientras tanto el volumen de oxigeno consumido en la sala era cada vez mayor, pues ya éramos casi cien personas las “esperantes” y la diferencia entre los números de quienes estaban siendo atendidos y de los que llegaban aumentaba considerablemente, pues a una señora le tocó el 318, cuando otra que estaba sentada ante una funcionaria era la 254.

En eso llegó un “cliente” y pidió ver a la jefa-coordinadora-supervisora o lo que fuese, y en la planta superior uno de los funcionarios informó de que Maribel iba a estar toda la semana fuera de la oficina, pero según otra acababa de salir a tomar un café y tardaría un buen rato… "ya que había llegado alguien de fuera y tenía que atenderle”.

Ante los requerimientos del caballero bajó a la sala de atención la que supusimos era la asistente/secretaria de la jefa ausente, dio alguna instrucción en voz baja y … apareció otra jefa. Sí, la del despacho del fondo a la que yo, después de 55 minutos allá presente, no tenía el gusto de haber visto en mi vida. Pero esa señora fue tan “sensata” que se sentó a atender ella misma. Eso sí, no dijo ni una palabra al resto de las funcionarias.

A partir de ese momento empezaron a llegar gentes desconocidas, supongo que también funcionarios, que se despojaban de sus abrigos (joer, venían de la calle y hacía frío) y se sentaban con gran desgana a atender a unos “clientes” que como en mi caso bastaron cuatro minutos para resolver lo que me había llevado.

Caramba, al marcharme había ya casi diez funcionarios en los P.
Me acerqué a los P1, P10, P13 y P15 y como pagador del servicio… Digo como contribuyente, les agradecí su dedicación y productividad.

Hora y media después de entrar salía de allí tan contento y mientras bullían enfados y demás en las gentes que llegaban y tomaban sus números cuando comprobaban los de los que estaban siendo atendidos.

Ángel García Muñoz

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