jueves, noviembre 20, 2008

Diez estrellas, michelín.

Queridos amigos,

no se crean que me he vuelto a ir de vacaciones, ni mucho menos. Todo lo contrario. Varias circunstancias se han juntado para esta pequeña ausencia, que se resumen, en verdad, en una sola: no he tenido tiempo para nada.

Lo primero, porque mi Ana ha estado malita, con fiebre y eso, que la llevo Beatriz a urgencias y todo, pero para nada. Yo le podía haber dicho lo mismo que el pediatra y no porque sea muy listo. Una máquina expendedora de diagnósticos, le podría haber dicho lo mismo: "Es un virus. Apiretal".

También es verdad que si te lo dice un pediatra se queda uno mucho más tranquilo, pero, vamos, estaba clarito.

Al no dormir de noche y al madrugón con la niña en brazos, que no es que imposibilite, pero impide un poco escribir el blog... La postura es chunga... Hay que sumarle que me estoy haciendo una tourné por la España de Dios dando ruedas de prensa... Ya saben... Tabaco y eso. Con Olga Rubio de compañera de tren y de caminatas, ordenadores, cañones, pantallas y periodistas para arriba y para abajo, he estado esta semana en Zaragoza, Toledo y Valladolid. La semana que viene toca Santiago y Sevilla y fin. Y vale, que menuda paliza llevo.

Como ven, mi vuelta de vacaciones no ha podido ser más movida. No es que quiera hablar de tabaco, que no, pero no me resisto a contar un dato significativo de lo que son las encuestas... El 94% de los castellanoleoneses (la leche la de veces que me he atascado en directo con el gentilicio de los cojones... Cosas que pasan) afirma conocer los efectos perniciosos que el tabaco produce en su salud. El restante 6%... Les voy a dar a elegir:

a) NSNC.
b) No sabe leer.
c) Ahorra en ojos y por no leer no leen ni el "empujar" de las puertas, como para ponerse a gastar pupila en las advertencias sanitarias de las cajetillas.
d) Vive en una aldea aislada de los montes de León, tirando p'arriba, a dos días de camino en burra desde Villablino.

Es increíble. Olga y yo tiramos prontito por la mañana y para la hora de comer, más o menos, ya estamos en Madrid con la tarea hecha. Para esto sí que vale el AVE. Para viajar es una mierda, pero para esto es cojonudo. Lo admito.

Después de este largo, largo prolegómeno, no sé qué lío hay con las Estrellas Michelín que es de esas cosas que uno no acaba de entender. Lo primero, si un restaurante tiene una, dos o tres Estrellas Michelín lo único que garantiza es que te las van a clavar en cuanto pidas la cuenta. Pides la adición y aparece un ninja con un sable y unas estrellas de esas con pinchos y te clavan como a Jesucristo en el Gólgota.

Después te preguntan que si el señor ha comido bien.

-- ¡Nos ha jodido! A 150 euros el cubierto -es decir, 150 por el cuchillo, 150 por el tenedor y 150 por la cucharita del postre y no pidan pescado que los cubiertos son otros dos más- que encima esté malo.

¡Sería la leche! Porque bueno, lo que se dice bueno, está todo muy rico. Es verdad. Yo, ¿quién se lo iba a decir a mi madre, con lo que peleó la mujer para que comiera?, me he hecho tripero y lo encuentro todo muy rico. Eso sí, en estos sitios... Escasito. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces buenos, pero en algunos restaurantes cuando ya te has comido cinco platos te dan ganas de preguntar cuándo acaba el aperitivo. A esto lo llaman la propuesta, porque uno se propone comer, pero no lo consigue. Es otra cosa. Ya saben lo que se dice, que el Bulli no es un restaurante: es un concepto.

Esto me lleva a una reflexión profunda, como todas las mías, entre el estreñimiento y la embolia: ¿por qué lo llamarán Estrellas Michelín si con lo poco que se come en esos sitios es imposible que a uno le crezca el michelín? Porque el mío, desde luego, no es de comer en el Club Allard (uno de los mejores restaurantes de Madrid, sin duda) ni en el Bulli. El mío es de las dos fabadas que me endiñé hace tres semanas en San Román de Candamo, Asturias.

¡Vaya fabada! Diez estrellas michelín o quince. Las que quieran. ¡Puxa Asturies, oh! ¡La de Dios! Y de postre... Solomillo. Sí, lo admito, me zampé un solomillo crudo. Y, después, arroz con leche, que no soy yo mucho de tomar dulce, pero, ¡ay les vaques asturianes que dan la leche ya con el arroz y la canela! De muerte, abuela. Eso son unes vaques con treinta estrelles michelín, oh.

A mí, seré un palurdo que no entiende las bondades del sifoneo, amigos, pero ¿qué quieren que les diga? El restaurante que me gusta, y no es barato ni tradicional, porque se come de vicio, sale un saciado (y cinco puntos por encima de saciado) es Viridiana, en Madrid.

Y no tiene más estrellas michelín que las roscas que asoman generosas por debajo del mandil de Abraham Garcia, un hombre que se nota que disfruta cocinando, comiendo y dando bien de comer. Pura pasión.

¡Abajo el yogur de lentejas deconstruido y light!

¡Viva la fabada, los judiones de La Granja, las lentejas, las alubias de Tolosa y las de Guernica, las pochas y el cocido de Abraham! ¡Viva! Diez estrellas para la cuchara y el michelín, para mí.

X. Bea-Murguia (y a comer, coño, el bacalao al pil pil del Sortziko de Bilbao, que es de otro planeta).

Si ya lo dice mi amigo Jesús Llano: "No hay gordos de milagro. Son todos de comer".

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