Esas cositas que yo nunca haría en público
Queridos amigos,
me van a perdonar, o no, pero hay cosas que no, vamos... Que no las paso.
Llámenme antiguo, pero me irritan. Me descomponen. Me sacan de quicio.
Son esas cositas que yo nunca haría en público porque no me sale hacerlas.
Y si resulta que ustedes sí las hacen, pues tan amigos, pero me van a perdonar doblemente: yo lo veo mal, lo encuentro criticable, desagradable y, aún más, nauseabundo.
No puedo con ciertas actitudes. Perdónenme, de nuevo. Seré pijo, remilgado, cursi o tiquismiquis, pero ciertas costumbres ajenas me superan, me parecen una falta total de respeto a los demás, me dan muchísimo asco. Es innegociable conmigo y no lo pienso razonar. Punto. Punto blanco, además.
Ayer estuve en Ciudad Real todo el día entrevistando a un señor, arreglando el mundo del tabaco y comiendo entrecot crudo con patatas frías. A la vuelta, en AVE, mi jefe, Raimundo de los Reyes, y yo, sentadicos en el vagón número 10, asientos 3A y 3B, cambiábamos impresiones de lo escuchado, buscábamos enfoques a lo que he de escribir mañana, discutíamos sobre la orientación y el peso en la revista... En fin. Lo normal. Al otro lado del pasillo, y no quise decirle nada a mi jefe, porque es capaz de sacarles los colores, en el asiento 3C y 3D, dos franceses homosexuales un poco más que acaramelados, se arrebujaban el uno con el otro y se decían cochinadas.
Hablaban en francés así que, digo yo, serían cochinadas. Para qué coño sirve si no el francés cuando estás con tu pareja: para decir cochinadas muy guturales con boquita de pitiminí, como si estuvieras sorbiendo el final del espagueti.
Y a mí eso me vale, que conste, que con en eso yo no me meto. Algún arrumaco hicieron de más, para mi gusto, cosas que yo no haría en público con mi mujer, pero eso no me escandaliza, ni me llama la atención más porque sean dos hombres. Yo no lo haría porque no me parece el sitio para ciertos magreos. Mi jefe no se dio cuenta, ni yo, como digo, lo puse en aviso hasta que nos bajamos del tren en Atocha.
Menudo es mi jefe. Él sí que no lo iba a entender, ni puta falta que hace, ¡qué coño! Es un señor con una edad ya respetable y la homosexualidad en público le rompe demasiados esquemas.
En una ocasión, en el AVE Madrid-Zaragoza, iba charlando con Fernando Jáuregui, ambos estábamos invitados a participar en el mismo programa de televisión, cuando una escandalosa y monumental chicharra cortó nuestra conversación con un ruido tan ensordecedor que podía morderse.
¡Dios mío! ¿Qué pasará? ¡Un atentado! ¡Descarrilamos! ¡Se le ha estallado una teta a alguna! ¡Han empezado las rebajas!
¡Pero que va!
Un pobre tipo que se había encerrado en el baño para fumar. Menuda escandalera. Yo eso tampoco lo puedo entender. Quiero decir, que de Madrid a Zaragoza el AVE tarda una hora, poco más o menos, y que un colega no pueda aguantarse sin fumar, pues, hijo mío, es para hacérselo mirar. Otro debate es si es justo o injusto que no haya un vagón para fumadores. Que es injusto, sin duda, pero, coño, una hora sin fumar se pasa en un tris, ¿no? Yo creo que si usted no puede aguantarse una hora sin fumar, es mejor que lo deje del todo. Hágase la acupuntura o algo, pero déjelo porque es usted un trozo de carne esclavo del cigarrillo.
me van a perdonar, o no, pero hay cosas que no, vamos... Que no las paso.
Llámenme antiguo, pero me irritan. Me descomponen. Me sacan de quicio.
Son esas cositas que yo nunca haría en público porque no me sale hacerlas.
Y si resulta que ustedes sí las hacen, pues tan amigos, pero me van a perdonar doblemente: yo lo veo mal, lo encuentro criticable, desagradable y, aún más, nauseabundo.
No puedo con ciertas actitudes. Perdónenme, de nuevo. Seré pijo, remilgado, cursi o tiquismiquis, pero ciertas costumbres ajenas me superan, me parecen una falta total de respeto a los demás, me dan muchísimo asco. Es innegociable conmigo y no lo pienso razonar. Punto. Punto blanco, además.
Ayer estuve en Ciudad Real todo el día entrevistando a un señor, arreglando el mundo del tabaco y comiendo entrecot crudo con patatas frías. A la vuelta, en AVE, mi jefe, Raimundo de los Reyes, y yo, sentadicos en el vagón número 10, asientos 3A y 3B, cambiábamos impresiones de lo escuchado, buscábamos enfoques a lo que he de escribir mañana, discutíamos sobre la orientación y el peso en la revista... En fin. Lo normal. Al otro lado del pasillo, y no quise decirle nada a mi jefe, porque es capaz de sacarles los colores, en el asiento 3C y 3D, dos franceses homosexuales un poco más que acaramelados, se arrebujaban el uno con el otro y se decían cochinadas.
Hablaban en francés así que, digo yo, serían cochinadas. Para qué coño sirve si no el francés cuando estás con tu pareja: para decir cochinadas muy guturales con boquita de pitiminí, como si estuvieras sorbiendo el final del espagueti.
Y a mí eso me vale, que conste, que con en eso yo no me meto. Algún arrumaco hicieron de más, para mi gusto, cosas que yo no haría en público con mi mujer, pero eso no me escandaliza, ni me llama la atención más porque sean dos hombres. Yo no lo haría porque no me parece el sitio para ciertos magreos. Mi jefe no se dio cuenta, ni yo, como digo, lo puse en aviso hasta que nos bajamos del tren en Atocha.
Menudo es mi jefe. Él sí que no lo iba a entender, ni puta falta que hace, ¡qué coño! Es un señor con una edad ya respetable y la homosexualidad en público le rompe demasiados esquemas.
En una ocasión, en el AVE Madrid-Zaragoza, iba charlando con Fernando Jáuregui, ambos estábamos invitados a participar en el mismo programa de televisión, cuando una escandalosa y monumental chicharra cortó nuestra conversación con un ruido tan ensordecedor que podía morderse.
¡Dios mío! ¿Qué pasará? ¡Un atentado! ¡Descarrilamos! ¡Se le ha estallado una teta a alguna! ¡Han empezado las rebajas!
¡Pero que va!
Un pobre tipo que se había encerrado en el baño para fumar. Menuda escandalera. Yo eso tampoco lo puedo entender. Quiero decir, que de Madrid a Zaragoza el AVE tarda una hora, poco más o menos, y que un colega no pueda aguantarse sin fumar, pues, hijo mío, es para hacérselo mirar. Otro debate es si es justo o injusto que no haya un vagón para fumadores. Que es injusto, sin duda, pero, coño, una hora sin fumar se pasa en un tris, ¿no? Yo creo que si usted no puede aguantarse una hora sin fumar, es mejor que lo deje del todo. Hágase la acupuntura o algo, pero déjelo porque es usted un trozo de carne esclavo del cigarrillo.
Todo esto es plausible, pero ¡menudo escándalo con la chicharra de los cojones! Dimos tal respingo que hasta Jáuregui parecía alto y delgado. Lo más cerca que he estado en mi vida de una alerta roja submarina y tampoco es eso, ¿no? Además, habíamos visto desfilar por el pasillo a toda una comitiva de árabes (sí, de árabes, con la servilleta de cuadros, no moros ni magrebíes) y algún comentario paranoico hubo por la retambunfa del vagón.
-- ¡Vamos a derribar la basílica del Pilar!
Pero la alarma saltó sólo por un cigarrito. Una calada, el humo llega al detector y, pumba, DefCom 5, alerta mundial. No sé si el tío fumaría o no, pero nosotros nos llevamos un susto de aquí te espero. Me imagino que al pavo se le quitarían las ganas al sentir a la policía con el megáfono:
-- ¡El retrete está rodeado! ¡Salga con las manos en alto y el pantalón abrochado!
¡Delincuente! ¡Mira que fumarse un pitillo!
Yo eso nunca lo haría. Quiero decir, fumar en el AVE en un trayecto de una hora. Es absurdo. Nunca lo haría, pero no es eso lo que me enervó de los dos franceses del 3C y 3D.
No es eso con lo que no puedo. Ni que fumen ni que se amen.
Con lo que no puedo es con que el AVE no tenga una chicharra de semejante calibre que salte con el aroma de los guarros que acostumbran a descalzarse. A ver, monsieur, ¿por qué narices tengo yo que soportar sus calcetines blancos enmarronados de óxido y ese pestazo a Camembert de la Normandie? Allez, allez, je se lo di pour la paix de cette train, sil vous plait, cálcese, coño, que cette oleur n'est pas possible de soporter, pour Dieux. Quelle voiyage me estás dando, tronco. J'ai unes ganés de vomiter que n'est pas posible de aguanter.
Pues todo el viajecito, los dos amiguitos en calcetos y, además, sucios, que se debieron de haber pateado Sevilla entera. Yo los miraba (y los olía) y pensaba en el pobre hombre arrinconado en el baño del AVE a Zaragoza por echarse un cigarrito a escondidas; esa emoción transgresora que nos lleva de vuelta a la pubertad que se chafa justo cuando revienta la alarma y se le suben de inmediato los huevos a la glotis pensando en que el profe le va a mandar al despacho del director.
-- ¡Gálvez! ¡Al director! Se va usted a enterar, hombre.
-- Señora ministra, que tengo ya cuarenta y pico. Déjeme fumar.
Tentado estuve de parar a la azafata y decirle:
-- Mire, me va a perdonar usted -también, como ustedes, amigos, que espero perdonen este asco instintivo por los pies ajenos-, pero si este señor que tengo a la gauche no se calza inmediatamente, yo me echo un cigarrito.
Et tan amis.
Pero no dije nada. Me callé, no por cobardía, sino por una cuestión de educación, de la que los dos franceses carecían. Llámenme cursi, pero para cursi "Los niños del coro", que es una cosa muy francesa. Es una especie de acuerdo: él se tapa ese par de botafumeiros roñosos con que remata su cuerpo y yo no fumo.
-- ¡El retrete está rodeado! ¡Salga con las manos en alto y el pantalón abrochado!
¡Delincuente! ¡Mira que fumarse un pitillo!
Yo eso nunca lo haría. Quiero decir, fumar en el AVE en un trayecto de una hora. Es absurdo. Nunca lo haría, pero no es eso lo que me enervó de los dos franceses del 3C y 3D.
No es eso con lo que no puedo. Ni que fumen ni que se amen.
Con lo que no puedo es con que el AVE no tenga una chicharra de semejante calibre que salte con el aroma de los guarros que acostumbran a descalzarse. A ver, monsieur, ¿por qué narices tengo yo que soportar sus calcetines blancos enmarronados de óxido y ese pestazo a Camembert de la Normandie? Allez, allez, je se lo di pour la paix de cette train, sil vous plait, cálcese, coño, que cette oleur n'est pas possible de soporter, pour Dieux. Quelle voiyage me estás dando, tronco. J'ai unes ganés de vomiter que n'est pas posible de aguanter.
Pues todo el viajecito, los dos amiguitos en calcetos y, además, sucios, que se debieron de haber pateado Sevilla entera. Yo los miraba (y los olía) y pensaba en el pobre hombre arrinconado en el baño del AVE a Zaragoza por echarse un cigarrito a escondidas; esa emoción transgresora que nos lleva de vuelta a la pubertad que se chafa justo cuando revienta la alarma y se le suben de inmediato los huevos a la glotis pensando en que el profe le va a mandar al despacho del director.
-- ¡Gálvez! ¡Al director! Se va usted a enterar, hombre.
-- Señora ministra, que tengo ya cuarenta y pico. Déjeme fumar.
Tentado estuve de parar a la azafata y decirle:
-- Mire, me va a perdonar usted -también, como ustedes, amigos, que espero perdonen este asco instintivo por los pies ajenos-, pero si este señor que tengo a la gauche no se calza inmediatamente, yo me echo un cigarrito.
Et tan amis.
Pero no dije nada. Me callé, no por cobardía, sino por una cuestión de educación, de la que los dos franceses carecían. Llámenme cursi, pero para cursi "Los niños del coro", que es una cosa muy francesa. Es una especie de acuerdo: él se tapa ese par de botafumeiros roñosos con que remata su cuerpo y yo no fumo.
O eso o yo me tiro un par de pedos en su cara y lo presentamos como un intercambio cultural-gastronómico de aromas: para mí el Camembert y para ellos, el entrecot manchego.
X.Bea-Murguía (no se me descalcen en el AVE, por Dios, que eso es una marranada clásicamente angloajona, franca y teutona).
Etiquetas: AVE, Raimundo de los Reyes, tabaco Fernando Jáuregui
7 Comments:
Muy bueno...jajaja, pero discrepo en el olor, el mas horripilante es el del queso de Cabrales.
Un saludo os tengo añadidos a mi lista.
Pero entonces lo terrible del asunto exactamente qué era:
¿Qué se descalzasen?
¿Qué fuesen franceses y se descalzasen?
¿Qué fuesen franceses, homosexuales y se descalzasen?
¿Qué fuesen franceses, homosexuales, se magreasen a conciencia y se descalzasen?
¿Qué no fumasen después?
En cualquier caso, la cerdada de descalzarse en sitios públicos como quien se rasca una oreja es una práctica muy extendida en todo el planeta. Lo hacen yankis blanquísimos, nigerianos negrísimos, franceses mariquitas, italianos super-arreglados, británicos educados en Eaton y hasta chinos comunistas color limón.
Lo cual no lo vuelve bueno, sólo indica que en España, con nuestras carencias, tenemos un cierto pudor y respeto que somos incapaces de exportar.
Javier, debiste fumarte un puro y tirarte un cuesco. O dos.
¿Y qué me decís de la moqueta? ¿Es que nadie se acuerda de esa pobre moqueta, aguantando a tanto peregrino del flamenco y del arsa, arsa? Deberían haber puesto pladur, o terrazo como el que tenía yo en mi casa, ya verás como ni Dios se quitaba los zapatos, a riesgo de quedarse petrificado. Y lo fácil que se friega.
El AVE va necesitando unos cambios. Mi propuesta: que pongan pelis de 1 hora máximo, que siempre me quedo por la mitad. Que pongan bienmesabe en la barra de la cafetería, y espetos de sardinas, que estoy de bocadillitos hasta los ráíles. Y que se curren la música (y los casquitos limpiaceras de mierda que ponen), que me sé ya toda la discografía de Kenny G. Que no dejen subir a modorros, sean del sexo que sean (este va por ti D. Javier). Y recuerdo lo del terrazo, que ni House tenía tanto apego a su moqueta.
Chantal Go
La solución es clara: fumarse un calcetín francés, que las alarmas no saltarán y el Gauloises viene a saber parecido.
Fdo: Saint-John Piercing, renegado
Gracias, Escaecer, pero ya quisiera un franchute que sus tachines cantaran al aroma de Cabrales. A mí me gusta mucho el queso (el Cabrales y el Camembert bueno me encantan), pero no los pies ajenos. Un saludo.
Lo terrible, exactamente, Juanjo, era que iba descalzos, que ya es feo; con los calcetines sucios, que es guarro; y que, además, olía. Lo demás, no me importa. Lo del puro, no, porque no se malgasta un buen puro para hacer la puñeta a los demás. El puro es para uno mismo. Un abrazo.
Chantal go? Me tienes descuadrado. No sé quién eres. A ver por dónde respiras. Lo de modorro, alguna pista me da. El AVE necesita un cambio fundamental: un vagón para fumadores. Yo, ni veo la película, ni me pongo esos cascos guarrindongos que dan. Las azafatas, por lo general, están muy bien además. Un saludo.
¡Saint-John Piercing! ¡Y fumando Gauloises! No me digas más. ¡Qué poeta más punzante! Me descojono. Un abrazo.
Javier
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