lunes, octubre 27, 2008

El Día del Pollo Chino

Queridos amigos,

el jueves fue el Día del Pollo y hoy es el Día del Pollo-no. A saber: que me voy a Ciudad Real a pasar una bonita jornada de antiguas culpas y nuevas excusas y me da perezón y, como me da perezón, pero que te cagas, pues eso, "pollo-no" quiero ir. Pero he. Menudo chiste para empezar la semana, ¿eh? Joer. Estoy por volverme a la cama y que le den morcilla al mundo.

Pero el jueves pasado fue el Día del Pollo Chino, y de este importantísimo tema va la entrada de hoy (lo otro es un chorizo que me acabo de sacar de la manga, y conste que lo voy a dejar, aunque ahora pienso que nunca debí habérmelo sacado)... ¡Dios qué lunes más lunes. Otros escriben sobre Wittgenstein, yo sobre el pollo, el chorizo y la morcilla. Así estoy, madrecita, que ayer fui a jugar al fútbol con el Rancing Culebras y el Fernando Hierro del equipo contrario me confundió con el balón.

Hoy me voy a Ciudad Real con agujetas y cojeando, que tengo un tobillo en pepitoria. Pollo-no.

¿No les pasa a ustedes que, a veces, tienen días temáticos? A mí me pasa mucho. Supongo que es una cuestión de estímulo, pero, por ejemplo, cuando a mi mujer le hicieron la omniocentesis, me pasé una semana viendo, en todas partes, gente con Síndrome de Down. No es que hubiera más que normalmente, es que yo tuve ese estímulo.

Pues, el estímulo del jueves provocó que lo declarara el Día del Pollo Chino. Sobre todo después de comer. A partir del mediodía, le dediqué al pollo que me había zampado un recuerdo tras otro, un recuerdo tras otro y otro más y otro y otro más. Todo el Día del Pollo Chino acordándome del pollo y de su polla madre. La polla que engendró al pollo. Me sentó como un tiro.

Y fue el Día del Pollo Chino porque quiero pensar que verdaderamente era pollo. Comí en un restaurante chino, esos comedores clones con cuadros fijos de aguas en movimiento, jarrones Ming irrompibles y bambú de plástico del bazar adyacente, en los que uno entra sin dejar nunca del todo atada la sospecha en el abrevadero de la puerta. Si lo pienso bien, razonando (y eso), el pollo resulta una carne demasiado tierna para poder decir que el jueves, en verdad, fue el Día del Abuelito Chang. Por si acaso, por si la senectud deshiciera en hebras la carne descompuesta, lo diré también: la polla que engendró al abuelito Chang (q.e.p.d.). Me sentó como un tiro. Estuvo el abuelito Chang (q.D.a.G.) toda la tarde revolviéndose en su tumba.

Burp.

Un estímulo para acordarme del pollo chino durante todo el puto día.

Burp.

Estimulado, por el Pollo Chino, sin descartar al abuelito Chang (q.D.r.y.p.), repartimos mi mujer y yo la morfina entre los niños, dulces sueños y a ver si vuestros padres pueden descansar también, e intenté apagar el fuego del abuelito Chang (s.p.m.) con un par de litros de leche. Estuvimos viendo una serie, quizá fuera una película, pero parecía más bien una serie. Como ahora hay tantas. No sé el título (la pillamos empezada), pero me pareció muy, muy buena.

Dos tipos encuentran una pipa de agua en una casa vacía y, como se ve que están esperando a que sucede algo muy aburridos, se ponen muy contentos ante la expectativa:

-- Hace mucho tiempo -dice uno de ellos- que no fumo en narguila.

Entonces, por lo que yo entiendo, carga la pipa con marihuana y, en el siguiente plano, ya están ambos fumando. Generalmente sucede que dos tipos que se encuentran en una casa vacía, a la espera de que algo suceda, fumando marihuana suelen sentir un impulso de confesión. La conversación da un giro cercano, íntimo, revelador, trascendente, tanto que uno de los dos, dejando salir de la boca una enorme nube de humo de la risa, pregunta al otro:

-- Si de esta pipa de agua saliera un genio, ¿qué deseo pedirías?

Tendemos a pensar que todo el mundo puede sacar de sí mismo, a pelo o haciendo palanca con un porro de maría, a un ser profundo y con inquietud, pero no es así: el que es tonto sereno, lo es puesto. ¡Menuda pregunta para un momento trascendente!

Lo mejor, que me estuve descojonando un rato, la respuesta del otro. No fue exactamente así, pero, en esencia, dijo:

-- ¿Recuerdas aquel restaurante chino al que solía ir en San Francisco?
-- Si, claro.
-- Servían un pollo al abuelito Chang que era una auténtica delicia. Tan tierno, tan bien casado con aquella salsa de frutos secos y especias... ¡Qué bueno estaba!

El amigo lo mira con sorpresa. No conocía ese perfil tan humilde y sencillo de su colega. El tío puede pedir al genio lo que quiera, lo que le apetezca, riquezas, poder, fama... Todo lo inalcanzable... Pero, queridos hermanos y hermanas de la congregación, bien es sabido que no alcanza antes satisfacción quien más tiene, sino quien menos necesita. Y, así, el hombre fumado, al estilo de Diógenes el Perro, que deseó que Alejandro Magno se apartara porque le tapaba el sol, en la encrucijada de saciar su apetito espiritual con una solo deseo concedido por el genio de la narguila, se acuerda del pollo de un restaurante chino.

Con lo que repite.

Burp.

-- ¡No me lo puedo creer! -le dice el amigo, sin caer en la cuenta de que, normalmente, a preguntas chorras, respuestas gilipollas-. ¿Puedes tener lo que quieras, lo que te dé la real gana, y pides un plato de pollo de un restaurante chino?

¿Qué no tendrá el plato de pollo que, meses después, el amigo se sigue acordando de él?

Burp.

Y cuando uno está esperando la explicación a tal ramalazo de estoicismo, el colega contesta:

-- ¡No, coño! El pollo estaba delicioso, pero lo que yo deseo es follarme a la camarera.

X. Bea-Murguía (burp, burp).

Dale una calada a la marihuana y expresa tu deseo. Yo no soy un genio, pero haré lo posible.

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