lunes, abril 05, 2010

El sigilencio

Cuando uno está tan callado es, probablemente, porque no tiene nada que decir o que añadir, que sería mi caso, a lo que ha dicho ya.

De ahí el silencio.

Estaba con mi Ana a la puerta de casa, un Domingo de Resurrección cuyo significado trasciende de lo religioso a lo secular si las noches de antevísperas y de vísperas se ha circulado por las estrellas, por ahí, de celebrancia, cuando acertó a asomarse a su portal la Rosa, una mujer que suma tantos años en sus oídos que vive en el silencio de sus propios pensamientos, que no es el silencio de los demás.

Aunque la sordera le pueda hacer creer que lo que ella no oye es silencioso también para los demás, el caso que traigo hoy nada tiene que ver. Sospecho que, más bien, la Rosa viene tan de vuelta que se la trae floja.

Hay ocasiones en la vida en que, por mucho que uno apriete, la naturaleza interior del hombre y de la mujer es fuerte y se hace un hueco entre la carne constreñida. Entonces, basta un gesto forzado, una flexión imprevista, una postura mal medida, un escorzo demasiado manierista, para que el leve silbido que atenazaba nuestro píloro asome sibilino como la amenaza de un ganso, como un globo que se desinfla suavemente, sordo, silencioso, con sigilo.

De estos apuros se sale, generalmente, con la cabeza alta, si acaso es silencioso para uno y para los demás. Después sólo se trata de negarlo.

La palabra me la dijo Ana (pero la de Cristóbal). Sospecho que no la compartió conmigo en exclusiva. No sé por qué, me da en la nariz que anduvo dándole vueltas al sigilencio durante toda la noche de celebrancia, que la compartió con todos los oídos que quisieron escucharla.

Sólo yo la entendí con todo su significado: el sigilencio.

Fue al día siguiente. Cuando la Rosa salió de su portal de silencio, que es suyo (pero no de los demás), y oí que el sigilo le pasa desapercibido, con toda seguridad porque le importa tres pepinos. Asomó sus noventa años al portal de su casa y dijo:

-- ¡No se hará de noche hoy!

Con un grito contundente y pregonero, como quien acaba una conversación que apenas ha empezado. Se volvió y ventoseó zanjando el debate que ella misma había suscitado, sin disimulo, sin vergüenza, como un francotirador, como un campanero tocando a clamor.

Me acordé de Ana, la de Cristóbal, y le dije a mi Ana:

-- Mira, hija, un ejemplo de sigilencio.

Que no es sigilo ni es silencio. Es sigilencio.

X. Bea-Murguía (Muy bueno, Ana (pero la de Cristóbal)

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Esto me llena de orgullo y satisfación, que más puedo decir, en ocasiones es mejor guardar sigilencio.
La palabra salió de mi boca (sin previo aviso) y sólo la compartí con las Walkirias, de ahí que tú la oyeras. Aún no hemos logrado encontrar su procedencia, porqué, ni en que momento de la Santa Semana surgió, hay varias teorías (tantas como botellines), pero si averigüamos algo te lo haré saber, seguro que es muy interesante.
Muassssssssssssssss para mi Javi de tu no Ana (por cierto, la tuya para comérsela, ¡que bucles!, y Rodrigo muy mayor y muy muy majo).

05 abril, 2010 21:59  
Anonymous Anónimo said...

La añadiré a mi diccionario. Creo que me gusta tanto como una frase aprendida de otro de Bernardos:"explicaciones pocas y confusas".
Lo de la Rosa es otro AIRE

21 abril, 2010 10:51  

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