lunes, mayo 17, 2010

Mi tío el cura (y 2): dogmas de fe

Joer, qué semanita me espera. Me gustaría cerrar los ojos y que ya fuera 1 de agosto. Últimamente estoy más seco que Keith Richards en el desierto del Gobi.

Decía que, por interés puramente humanista, me fui al fútbol con tres curas: Flo, Lucas y Miguel, uno de ellos es una pieza rara de ver últimamente, porque es un chaval de mi edad, un poco más joven... No voy a meterme en jardines.

Me había llamado Miguel para decirme que ya me llevaba él el bocadillo, que no me preocupara por nada. Y es un buen punto, claro, porque al fútbol se va con un buen bocata para el descanso y un enorme montón de pipas. Esto sí que es dogma de fe. Aparte, tendrían ustedes que haberle echado el ojo al bocadillo XXL que se había currado el cura: un antebrazo de pan de pueblo, nada de baguette (afrancesamientos los justos), de barra gorda y ancha, relleno por pisos foliares, empezando por el chopped en la corona, salchichón al medio y remate de chocolate. Un bocadillo con primero, segundo y postre.

Lo difícil de un bocata así es pasar la seguridad de la puerta. Era imposible guardarlo en el bolsillo o esconderlo de algun a manera sin que los porteros se dieran cuenta de que como arma arrrojadiza o como contundente argumentario futbolístico no tenía precio.

Miguel dio sus entradas a Flo y Lucas, que entraban por el fondo norte, y nosotros nos fuimos, armados hasta los dientes, paseando el bocata como un poli pasea la porra, hacia el lateral de Castellana.

Fue complicado dar con nuestros sitios, porque, por más que mirara yo las entradas, no tenían asiento asignado y al sector de la grada le sobraba un cero. La cuestión es que pasamos los tornos, pero parecían entradas falsas.

-- Disculpe -yo no soy de los que pregunta, pero había por allí un "steward" y era mejor salir de dudas- ¿Dónde queda esto?


El hombre me miró perplejo, como si le estuviera preguntando dónde esta la "puerta" en la Puerta del Sol. Como contestación obtuve un gesto lacónico hacia mi espalda, con el brazo flojeras en plan "La vocación de San Mateo" de Caravaggio. Detrás de mí, efectivamente, en no demasiado grande pero sí evidente, un cartel decía: "PALCO 3004".

-- Miguel, que son entradas de palco privado.
-- ¿Ah sí?
-- ¿Cómo las has conseguido?
-- Uno de Codórniz que se las han regalado y no puede venir porque se dedica a eso de los catterings...

La tarde estaba desapacible y amenazaba con mucha lluvia. A mí me encanta ir a ver el fútbol en el estadio, pero mojarme... ¡Y con el trancazo que tengo desde hace un par de semanas que no me lo quito de encima! Ni en mis mejores sueños había pensado que esa tarde vería el fúbol en el Bernabeu, sentadito en un palco, calentito...

Bueno, en fin... Llamar fútbol a lo que vimos es ser demasiado generoso.

Entramos en el palco, bocata en mano, le enseñamos las entradas a la azafata e inmediatamente apareció un señor que me tendió la mano y me dijo:

-- Bienvenidos. Soy José Águila, director de comunicación de Mahou.

El nombre tiene su chiste. Seguro que él está hasta las narices de que se lo hagan y por eso me refrené (cosa rara en mí), pero estuve a punto de decirle:

-- Encantado. Yo soy Javier Cocacola, director de comunicación de Pesi.

José Águila me tendió la mano y yo, para estrechársela, tuve que pasar el bocadillo XXL a la izquierda, con lo cual el director de comunicación de Mahou, a poco águila que fuera, se dio cuenta de que no teníamos ni puta idea de la naturaleza de las entradas que íbamos a disfrutar. El hombre se quedó mirando el bocadillo mientras le ofrecía la mano a Miguel, que, evidentemente, tuvo que hacer la misma maniobra.

-- Yo soy Miguel -le dijo el cura, mientras José Águila clavaba sus ojos en los bocadillos.
-- Yo, Javier -añadí.
-- ¿De dónde venís? -nos preguntó y, aunque yo entendí enseguida que se refería en qué empresa o cliente de Mahou trabajábamos, única manera de conseguir aquellas entradas que se dan por invitación expresa, Miguel se me adelantó para acabar de dejar a José Águila completamente fuera de juego.
-- De Martín Muñoz de las Posadas.

Iba a decirle que yo no, que yo venía de Tres Cantos, pero me adherí a la procedencia de Miguel, porque para qué vamos a liar más a nuestro anfitrión que debía de estar dándole vueltas al tal Martín Muñoz, aunque lo de las Posadas parecía indicar que, efectivamente, alguna relación con la cerveza teníamos.

Menos mal que apareció por detrás otro señor, de Mahou, y le aclaró el asunto a José Águila: "Vienen de Colectividad Ramiro". No quiero decir que el trato del director de comunicación de Mahou fuera malo, en absoluto. El hombre fue en todo momento más que correcto y cordial, aunque nuestra aparición en el palco, bocata en mano, le causó al principio bastante perplejidad.

Cuando la azafata nos pidió los abrigos, con un poco de disimulo, deslicé el bocata XXL en la manga del mío, que era el único sitio donde cabía entero, pero Miguel le soltó su trenca con la derecha y el bocata con la izquierda, por separado, como un pistolero que entrega su artillería a la entrada del saloon.

Tomamos nuestros asientos. José Águila nos ofreció una cerveza (Mahou) y allí vimos el "fútbol" en la gloria, tan contentos, entregados a la gula del jamón, el lomo y los canapés variados, que venían a ser como el bocata del cura, pero deconstruido. Alguien, uno de los invitados, cuando acababa de empezar el partido, dijo:

-- ¿Y cómo nos vamos a enterar del resultado del Barsa?

Que no cunda el pánico, que la Iglesia tiene soluciones para todo: el cura tenía una radio en el bolsillo del abrigo. A puntito estuve de sacar el bolsón de pipas que me había comprado en la puerta y repartir, porque las pipas en el fútbol son como la comunión en la misa, pero ya me pareció demasiado.

X. Bea-Murguía (un palco cinco estrellas, desde luego)