Rosming twitter
Lo reconozco, y supongo que es algo genético: soy el típico pesado que se levanta por las mañanas contento y con ganas de charla. En esto he sufrido una evolución curiosa, porque recuerdo que en casa de mis padres yo no era así. Era todo lo contrario: me arrastraba fuera del calor de mis sábanas de muy mal café, serpenteaba con cara de mandril escocido hasta la cocina y no aguantaba que me dijeran nada, pero nada de nada, hasta que me tomaba el café.
Santo café, como el que me estoy tomando ahora mismo, muy despacio, saboreando este momento único del día en que todos los míos están en el sobre y el mundo es mío.
Por aquel entonces, tiempos de universidad, mi padre, Don Luis, era el típico pesado que se levantaba por las mañanas contento y charlatán y, en cuanto me veía asomar el jetuño por la cocina, me abrumaba con un discurso que mi cerebro, cerrado en formación tortuga, se negaba a aceptar. Fuera lo que fuera. Eso sí: el tío se curraba mi desayuno que daba gusto. Todos los días tenía, por muy desagradable que fuera con él, mi café, mi zumo de naranja y unos deliciosos huevos revueltos encima de la mesa.
Ahora me arrepiento de haber sido tan ingrato y cavernícola, porque cada vez me parezco más a mi padre. Le he pillado el gusto a esto de madrugar (de madrugar mucho, mucho), me levanto con muchas ganas, con todas las tareas del mundo pendientes de hacer, como si dormir seis horas (que es lo que duermo) fuera una pérdida de tiempo.
El sábado pasado, tempus fugit, estaba en Galicia, en casa de mis padres, y me levanté a las siete de la mañana. ¿Por qué? Coño, pues porque me desperté. Fui a la cocina con paso decidido, atrapado por el sonido del exprimidor, enamorado de la estela aromática del café recién hecho. Don Luis estaba ya levantado, se había duchado, se había vestido y, probablemente, habría estado un rato trabajando.
-- ¡Buenos días! -dije decididamente contento, como si en ese gesto estuviera implícita la afirmación "Me he hecho mayor, papá. Ya no soy el imbécil e ingrato que era".
-- ¡Qué coño haces levantado a las siete de la mañana!- obtuve por toda respuesta, casi en justa venganza de las mañanas madrileñas de cara de perro.
-- ¡Eeeeeh! -recordé que yo ya no soy el que era, pero mi padre tampoco-. No sé. ¿Desayunar?
-- ¡Encima querrás café!
¡Qué mal café por la mañana! ¡Cómo ha cambiado el cuento! Mi padre se hace mayor también, es innegable, pero su evolución me preocupa, porque cada día está más protestón y yo creo que le comprendo bien. En el fondo, al levantarme el sábado a las siete de la mañana estoy invadiendo su momento, ese momento en que el mundo es suyo.
Para esta nueva actitud de mi padre por las mañanas hay una palabra en gallego, muy bonita, que es "rosmar". Aunque sea un fastidio, no se le puede echar en cara: si hay alguien en el mundo que se ha ganado el derecho a "rosmar" es Don Luis. Pero, vista su evolución, vista la mía, teniendo en cuenta las leyes de la genética y que, ahora, el que hace los desayunos para todos en mi casa soy yo...
Voy a decirle a mi mujer que esté tranquila, que mi madre me ha dicho que yo soy hijo del butanero.
Esta semana pasada me he metido de lleno en Twitter, porque parece ser que es donde se corta el bacalao de las redes sociales. Tengo mi perfil (jblancourgoiti) y lo voy a usar sólo y exclusivamente para lo mío, que es el tabaco (ya saben), pero quizá sí ponga algo interesante.
Lo dudo mucho, pero lo voy a intentar.
De lo que no dudo es de que, al menos por ahora, no voy a rosmar ni por Twitter ni a mis criaturas cuando se levanten a desayunar. Dentro de treinta años...
X. Bea-Murguía (buenos días a todos, joder).
Santo café, como el que me estoy tomando ahora mismo, muy despacio, saboreando este momento único del día en que todos los míos están en el sobre y el mundo es mío.
Por aquel entonces, tiempos de universidad, mi padre, Don Luis, era el típico pesado que se levantaba por las mañanas contento y charlatán y, en cuanto me veía asomar el jetuño por la cocina, me abrumaba con un discurso que mi cerebro, cerrado en formación tortuga, se negaba a aceptar. Fuera lo que fuera. Eso sí: el tío se curraba mi desayuno que daba gusto. Todos los días tenía, por muy desagradable que fuera con él, mi café, mi zumo de naranja y unos deliciosos huevos revueltos encima de la mesa.
Ahora me arrepiento de haber sido tan ingrato y cavernícola, porque cada vez me parezco más a mi padre. Le he pillado el gusto a esto de madrugar (de madrugar mucho, mucho), me levanto con muchas ganas, con todas las tareas del mundo pendientes de hacer, como si dormir seis horas (que es lo que duermo) fuera una pérdida de tiempo.
El sábado pasado, tempus fugit, estaba en Galicia, en casa de mis padres, y me levanté a las siete de la mañana. ¿Por qué? Coño, pues porque me desperté. Fui a la cocina con paso decidido, atrapado por el sonido del exprimidor, enamorado de la estela aromática del café recién hecho. Don Luis estaba ya levantado, se había duchado, se había vestido y, probablemente, habría estado un rato trabajando.
-- ¡Buenos días! -dije decididamente contento, como si en ese gesto estuviera implícita la afirmación "Me he hecho mayor, papá. Ya no soy el imbécil e ingrato que era".
-- ¡Qué coño haces levantado a las siete de la mañana!- obtuve por toda respuesta, casi en justa venganza de las mañanas madrileñas de cara de perro.
-- ¡Eeeeeh! -recordé que yo ya no soy el que era, pero mi padre tampoco-. No sé. ¿Desayunar?
-- ¡Encima querrás café!
¡Qué mal café por la mañana! ¡Cómo ha cambiado el cuento! Mi padre se hace mayor también, es innegable, pero su evolución me preocupa, porque cada día está más protestón y yo creo que le comprendo bien. En el fondo, al levantarme el sábado a las siete de la mañana estoy invadiendo su momento, ese momento en que el mundo es suyo.
Para esta nueva actitud de mi padre por las mañanas hay una palabra en gallego, muy bonita, que es "rosmar". Aunque sea un fastidio, no se le puede echar en cara: si hay alguien en el mundo que se ha ganado el derecho a "rosmar" es Don Luis. Pero, vista su evolución, vista la mía, teniendo en cuenta las leyes de la genética y que, ahora, el que hace los desayunos para todos en mi casa soy yo...
Voy a decirle a mi mujer que esté tranquila, que mi madre me ha dicho que yo soy hijo del butanero.
Esta semana pasada me he metido de lleno en Twitter, porque parece ser que es donde se corta el bacalao de las redes sociales. Tengo mi perfil (jblancourgoiti) y lo voy a usar sólo y exclusivamente para lo mío, que es el tabaco (ya saben), pero quizá sí ponga algo interesante.
Lo dudo mucho, pero lo voy a intentar.
De lo que no dudo es de que, al menos por ahora, no voy a rosmar ni por Twitter ni a mis criaturas cuando se levanten a desayunar. Dentro de treinta años...
X. Bea-Murguía (buenos días a todos, joder).
5 Comments:
Hola Javier.
Me ha encantado la entrada.
Suerte que puedas dormir poco, yo no bajo de 7.30 hrs o no soy persona, no hay café que me arregle.
Carlota
Muchas gracias Carlota. Un beso
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