2006, año del fetiche
Queridos amigos,
comienza un nuevo año en el que hemos vuelto a enterrar al Quijote (y por cien años más, por favor), mientras quien cojones sea que tiene apuntadas todas las efemérides menea la tumba perdida (según Milos Forman, fosa común) de Mozart... Per sepulchra regionum coget omnes ante thronum... en el 250 aniversario de su... ¿nacimiento? Bueno, lo que sea. La historia es que pasamos del ingenioso hidalgo al prodigioso niño para picotear más en la cuenta corriente de la peña, que en el fondo es de lo que se trata. Como decía Marx, "la economía es el motor de la historia" o ésa otra tan bonita de "más madera, es la guerra".
La cosa es que yo vi las campanadas en la Primera con este tío tan simpático... ¿Cómo se llama? Sí, hombre, ese que es de Bilbao, me cago en Laos... Bueno, este y la Anne Igartiburu, que hizo que ningún español perdiera "HILO" de la bola, los cuartos y la parafernalia.
Precisamente es a raíz de ese hilo de la Igartiburu, ¡cómo no perderse en el laberinto hueco de su verborrea!, que he llegado a la conclusión de que 2006 es o debería ser el Año del Fetiche. Yo no comparto la pasión de algunos de mis congéneres por ese minúsculo trozo de tela que asoma, cada vez más, por la rabadilla baja de los vaqueros de las mujeres o que se mal camufla por entre la celosía que deja adivinar la prenda y la piel magra de la presentadora mentada. Definitivamente, me quedo con la frase de mi suegro, "en mi tiempo, para ver las bragas había que agacharse", pero conozco a quien sería capaz de desnudar a la mujer de su vida y quedarse un rato gulusmeando su ropa íntima, en vez de atender lo bueno, que es como los que de la almeja, y perdón por la alegoría, se comen la concha y desprecian la úvula o músculo.
Pero lo cierto es que, cada vez más, los hombres nos hemos vuelto idiotas por ese hilo que, al contrario que el de Ariadna, nos lleva a perdernos. Yo, como he dicho, no lo comparto pero me hace gracia y he pensado que este año que ha empezado tan tanguero, se le dedique al fetichismo (y espero que secundéis mi propuesta, para elevarla a donde proceda).
Recuerdo siempre a un compañerete que se paraba a babear delante del escaparate de una tienda de lencería en la calle Barquillo, casi esquina a Almirante, en Madrid (tienda que ya no existe, pero no porque en tal barrio no tengan aceptación esa clase de ropillas). Así que me he permitido escribir esta pequeña fantasía erótica, pensando en mi amigo fetichista y en su pasión por el encaje y las puntillitas.
Un tipo, amant du fetiche, entra en la pequeña tienda de ropa íntima de la calle Barquillo. La dependiente, una mujer joven y sexualmente liberada, acostumbrada a orientar a hombres perdidos entre tanto raso (y diré aquí que creo que es muy de hombres fingirse ahogado en ese violento tsunami de puntillas y bordados), se acerca al hombre y le pregunta si le puede ayudar.
El menda lanza una mirada profunda a la chica, arruga el morro, respira hondo y asiente.
-- "¿Y cómo es ella?", le pregunta la profesional versionando a Perales.
-- "No lo sé", responde el tipo un poco violentado, "aún no la conozco".
-- "Pero... Si no la conoce usted...", replica la dependiente sorprendida. En cinco años de trabajo en la tienda, se había enfrentado a cosas raras y muy raras, casi todas de varones, pero aquel bizarrismo tan barroco la había descolocado por completo.
-- "Quiero comprar", aclara el hombre, "la ropa interior de mujer que más me excite y, después, buscaré a la mujer que mejor encaje en ella".
2006, año del fetiche
X.Bea-Murguía
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