domingo, enero 08, 2006

Las pasiones bajas


Estimados amigos (y otros):

España es un país de pasiones bajas y una prueba evidente de ello es el toro que adorna las lindes de nuestros caminos por toda nuestra geografía (hay quien, en el colmo del tópico, se empeña en llamar a nuestro país "piel de toro") por lo que ya tenemos dos cosas en común con Creta (concretamente): el toro y los cretinos.
El toro de Creta simbolizaba las pasiones bajas, por eso Hércules tuvo que doblegarlo en su lucha por ascender a los cielos, porque, con esa gesta, en verdad, dominaba sus propias vísceras. Al menos, yo estoy convencido de que esta interpretación es correcta. Ya se sabe que la mitología grecorromana es una alegoría y puede que haya mil interpretaciones, ninguna oficial.
Yo nací en el símbolo del toro, bajo el influjo de la estrella más brillante de su constalación, Aldebarán, portadora de su luz, astro con el que guardo una relación sentimental que no me voy a poner a explicar aquí, por eso, quizá, estoy sometido tanto a mis pasiones bajas, que no consigo domeñarlas.
Una de ellas es el chorizo. Si, mis queridos amigos, siento una irrefrenable ansia de comer chorizo nada más que me lo pongan delante, porque me entusiasma, me encanta puro, curado, reciente, con pimentón, de la olla, de Cantimpalos, de Pamplona, blanco... A la sidra... Pienso que es un elemento básico en nuestra cultura, en nuestra forma de entender la vida. ¿Qué hay de esa frase cañí a la sueca: "Yes, yes, me Spanish chorizo" que de tantos apuros nos ha sacado a los landistas(1) como yo? Creo que el chorizo merece un reconocimiento público que nunca llega: ¡Qué le dediquen una calle a Emiliano Revilla!
Me gusta tanto el chorizo que lo devoro sin medida, a pesar de que sé que me repite. Sí, amigos y amigas, mi vicio y mi castigo. Después de comer chorizo, normalmente, me paso toda la tarde de regüeldo en regüeldo, y esto (que me sucede en estos mismos instantes) es lo que me ha hecho reflexionar hoy sobre mis pasiones bajas: mi pulsión por la ingesta de chorizo, que es mi toro de Creta.
La conclusión es una nueva virtud conocida pero no alabada lo suficiente de este el primero de nuestros embutidos: uno recuerda el chorizo y, ¿cómo no?, a la buena gente que se lo dio de comer. Es, por tanto, un estimulante del recuerdo de los buenos ratos pasados en compañía de los amigos. Bárbara, Javier: ¡Qué bueno estaba el choricito a la sidra! Puxa Asturies.

X. Bea-Murguía

(1) Landista: Dícese del seguidor acérrimo del Alfredo Landa del calzoncillo Ocean y del de "Pepe, vente a ligar a Alemania"

Por cierto, os pongo un link para aquellos a los que os gusten los Beatles con un montón de vídeos. Merece la pena.