lunes, febrero 27, 2006

Chasca, rechasca y requetechasca


Queridos amigos,

el otro día recordé una experiencia digna de compartir con ustedes, que espero sea de su interés y divertimento. No sé si saben que una parte de mis competencias profesionales incluye la obligación de comer no siempre con gente interesante e, incluso, jugar al mus con ellos que, en fin, son las cositas que uno tiene que hacer "pa'poder llenar la olla con pobreza franciscana".

En una de estas ocasiones, no hace mucho, compartimos mantel y tapete con un ex ministro de Franco que, por cierto, después fue mi pareja al mus. Perdimos, sin excusa, aunque a mí no se me iba de la mente aquello de que las entidades naturales de la vida social son la familia, el municipio y el sindicato, mientras este hombre me guiñaba el ojo y bien se mordía el labio inferior, bien me sacaba la puntita de la lengua. Sabía que no era posible (aunque cosas más raras se han visto), pero durante toda la partida no pude despejar la absurda sensación de que se me estaba insinuando. Suelo tener bastante morro, pero confienso que junto a este hombre de otra época me sentí cohibido (y así no hay mus que valga), no me atreví siquiera a soltar un chascarrillo tipo: "Joer, ¡cómo pillas, Alberto!", no me fuera a contestar con un "En la Puerta del Sól sí que vas a pillar tú como no ganemos".

Sin embargo, fue previamente, durante la comida, cuando sucedió lo que es motivo de esta entrada. Sinceramente les digo que a mí la nueva cocina me interesa bien poco, como mera anécdota, aunque no me disgusta si lo que te ponen, sea lo que sea, resulta sabroso. Yo casi prefiero que no me lo cuenten, porque tienen esa costumbre. Te ponen un plato como una bandeja de grande con un diminuto mondongo verde en el medio y un tronco del Brasil atravesado que parece de plástico y no sabes si comerte o no. Llega el camarero y te lo narra, como un artista ante su obra: "Vamos a degustar una ensaladarrada tibia de coscotes de foie a la guedesca sobre una cama lechosa de ragutones tiernas, ensolpas maracatinadas y recorpas sucutiestas acompañadas de una salsa cupás de pepino amargo por el cu y malacatones de Ronda a lorans". Para cuando ha acabado de enuciarlo, ya te lo has comido todo... Hasta has despejado tus dudas sobre el tronco de Brasil: no se comía.

De sabor estaba todo excelente (excepto el tronco de Brasil). La parafernalia es un poco chorra pero merece la pena si les da la oportunidad de asistir al espectáculo dantesco de un ex ministro de Franco comiendo algas caramelizadas. El pobre hombre, que ya ronda los ochenta, era incapaz de domeñarlas; se le salían por las comisuras de los labios por más malabares que hiciera con los dientes. De hecho, durante toda la comida, cada vez que venía el camarerito chipén con su culito prieto y su delantal blanco apretado, con sus ricitos al viento y sus gafitas de pasta, y nos soltaba el rollo, Alberto decía: "¡Qué cosas hay que oír!", algo con lo que, confieso, yo estaba tan de acuerdo que en alguna de esas ocasiones estuve tentado de rematar con un:

-- "¡Esto con Franco no pasaba!", pero me corté porque no es necesario ser tan relaciones públicas.

Lo verdaderamente gracioso sucedió al final de la comida, cuando estábamos esperando a los cafés, nos habíamos encendido nuestros puros y camarerito chipén trajo unos chocolatitos de tamaños distintos en un recipiente blanco compartimentado en cuatro. Mi jefe, que tampoco es amigo de alegrías culinarias sifoneras y que no paró de reírse de toda aquella parafernalia de la nouvelle cuisine, y Alberto se lanzaron a coger un puñadito cada uno de los bombones más pequeños y, a primera vista, sin duda, los más atractivos. Estaban ellos saboreando el amargo dulzor del cacao cuando, de pronto, CHASCA, notaron extrañas crepitaciones en sus bocas, RECHASCA, empezaron a fruncir el ceño inquisitivos, REQUETECHASCA, mientras pequeñas explosiones se sucedían sobre su lengua... ¿Alguna vez han visto ustedes a un ex ministro de Franco comiendo Petas-Zetas? Porque eso eran los bombones: Petas-Zetas recubiertos de chocolate negro. Tenían ustedes que haberles visto la cara mientras el caramelo les estallaba en el paladar, chasca, rechasca y requetechasca. ¡Vaya imagen!

Yo le pedí a camarerito que me dieran una ración de aquello para llevármelo a casa, porque me pareció lo mejor de la tarde.

X. Bea-Murguía

10 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Si es que van como locos... Yo a los sifoneros los metía en ARCO, esa colección de gilipolleces irredentas, y les alimentaba un año entero con su propia bazofia. El Ferrán Adriá hasta ha sacado un libro que se llama: "El Adriá y el Caprabo". Y no es coña. En la portada sale el Adriá con dos bolsas del Caprabo, que es como ver a Marilyn Monroe en rulos quitándose la roña de entre los dedicos de los pies.
Santa Viridana, sálvanos de estos tiempos oscuros
Una de mollejas!

Gaitero

27 febrero, 2006 10:16  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

Cuando la cosa se vuelve marketing, ya chungo.

Yo nunca iré a El Bullí. Me voy a quedar con las ganas de probarlo in situ, allí, en Rosas. Pero nunca iré porque ya me han amputado la gastronomía con prohibiciones.

¡SANTO ABRAHAM! Que dice aquello de "Los puros irán al cielo". Sublime, como el Cohiba.

Javier

27 febrero, 2006 12:06  
Anonymous Anónimo said...

¿ Le gustaron a Rodrigo los bombones rellenos de Peta-Zetas ?

27 febrero, 2006 13:04  
Anonymous Anónimo said...

Con lo buenos que estan los huevos fritos con chorizo y morcilla de Bernardos

27 febrero, 2006 13:49  
Anonymous Anónimo said...

Me olvidaba, tambien con algun torreznito y patatitas fritas.

27 febrero, 2006 13:50  
Anonymous Anónimo said...

Perdón, yo era el Ministro en cuestión, y lo que se movía no era el bombón, era mi dentadura, intentando desenclavar el tronco del Brasil de mi dentadura. Además, el mordisco que le metí al puro antes de envolverlo en la servilleta me desencajó la dentadura postiza, haciendo que los gorgojeos del jodido bombón acabara de rematar mi dolorida encía, llena de alga caramelizada.
Por cierto, Javi, no te sacaba la lengua por mis dos pitos, era para coger un poc de aire antes de meter una nueva sacudida al tronco del Brasil.

27 febrero, 2006 13:55  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

La verdad es que no me llevé la ración de petazeta a casa para Rodrigo... Y no, no tuvieron mucho éxito. La verdad, no me extraña porque los bombones rellenos de peta-zeta tiene gracia en la boca de Benedicto XVI (una gracia divina), pero no son para comer.

27 febrero, 2006 13:59  
Anonymous Anónimo said...

pues yo he probado esos bombones de peta-zeta y me parecieron buenisimos

27 febrero, 2006 15:13  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

Ya veo que tú no has sido ministro/a de Franco/a... (Y me alegro por ti, porque no veas la cara de mala hostia que se te queda de por vida).

Quiero aclarar que a mí no me disgustaron, pero no iría a buscarlos a ningún sitio porque los he reducido a la mínima expresión en mi memoria, a un chasquido, un chispazo, una crepitación. No son lo más excelso de la chocolatería... Claro que yo sólo como chocolate (y si es negro mejor) cuando me fumo un puro.

Javier

27 febrero, 2006 17:51  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

Vaya, vaya, vaya... Desde luego, lo mejor que hay para la salud, la mejor cocina, la más equilibrada, la más sana... La de Bernardos. No lo duden, amigos... Esos huevos fritos con chorizo a las ocho de la mañana en las fiestas del pueblo ¡NO TIENEN PRECIO!

Gracias (por todo)

27 febrero, 2006 22:37  

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