El gran fracaso
Querido amigos:
lo cierto es que esta mañana no tenía ni putas ganas de ponerme a escribir en el blog, pero he pasado la última página de "El gran silencio", de David Torres, y me he visto en la necesidad de trasladarles a ustedes mi dolor de muelas. ¿Saben ustedes esa sensación que le invade a uno cuando comprende que al final del diente hay vida? En estos momentos, podría llegar a contarme los piños sin tocármelos con la punta de la lengua, sin ennumerarlos con el dedo como cuenta la profesora a los niños en la fila del colegio. Así de real es la cosa. Así de gris.
A mí me gusta ser cumplidito con mis cosas. Siempre que he ido a entrevistar a un escritor, he procurado llevar los deberes hechos: imprenscindible haber leído algo de él. No fue el caso de David, porque el librero no tenía ningún ejemplar de "El gran silencio". De hecho, él es el culpable, como la profesora que antes contaba a los niños en la fila con la punta del dedo lo es de sus suspensos, del fracaso escolar. Me gustaría que esto figurara en mi expediente.
Mi mujer me llamó cafre porque, con el libro en la mano, le dije que las tapas me daban mal rollo. No pude evitar pensar en un ataúd infantil cuando le desabotoné la camisa a la novela y aquel resplandor blanco me abrió los ojos. Menos mal que las tapas quedan fuera en cuanto uno penetra en el satén acolchado. Después comprendí que el blanco es el primer tono de toda escala de grises y el negro, el remate.
He leído "El gran silencio", una escala de grises que comienza por el blanco muerto de sus tapas, una historia sobre el fracaso que me ha dado dolor de boca, por la que he avanzado atrapado en la duda, temiendo que el hilo de Ariadna apareciera roto por el roce de las esquinas del laberinto. No quería que una bicromía maniquea, ese hilo roto que a tantos escritores ha condenado a las fauces de mi muy personal Minotauro, ensuciara el buen concepto que tengo de su autor, a quien conozco sólo de apenas dos o tres semanas. Sin embargo, David me ha enseñado que su escala de grises es de raza, de barrio, y que puede albergar una variedad de tonalidades tan rica como el mejor technicolor. De hecho, me ha convencido porque el gris es el color del fracaso y porque, además, estoy de acuerdo con él: "No es bueno que un hombre pelee solo". Prefiero ser así de críptico para animarles a que compren la novela y la lean. Les garantizo que su gris no les dejará indiferentes.
Por ser un poco crítico, me jode que salga indemne el único personaje que verdaderamente se merecía las dos hostias en la boca: el dentista.
Enhorabuena, David, me ha gustado mucho (aunque no te perdono el dolor de muelas).
X. Bea-Murguía
2 Comments:
Vuelve a la cama. Tu encíclica de hoy produce dolor de muelas al resto... Hoy estás muy espeso.
Es cierto lo que dices. Ya he dicho que no tenía ninguna gana de escribir.
Te voy a hacer caso y me voy a ir a la cama. ¿Qué excusa puedo decirle al jefe? ¡Ya está! Dolor de muelas.
XBM
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