El idioma del idiota
Queridos amigos:
cuando he podido elegir, para mí el tren siempre ha sido la primera opción. Al contrario que las latas volantes, es cómodo, es espacioso, puede uno ir a dar un paseo, bajarse cuando esté hasta el huevo... Tarda más, sí, pero ¿quién ha dicho que el viaje se aprovecha más llegando antes al destino? Yo también disfruto del viaje viajando, si voy a gusto y tranquilo, claro, no si voy pensando durante ocho horas "Dios mío, se apagan los motores y caemos al mar y no le he dicho a mi gato que le quiero".
Tengo un recuerdo muy especial de un trayecto que hice en una ocasión desde Kortrijk (Bélgica) a La Haya (Holanda). Me invitaron a una fiesta del no sé cuántos aniversario de un fabricante de cigarritos, NV Vandermarliere, en la maravillosa ciudad de Kortrijk, localidad declarada por la UNESCO Capital Mundial del Corte de Venas. Nos congregamos allí más de dos mil personas de lugares tan lejanos como Hong Kong, que hacíamos de la enorme carpa un nuevo Babel, un gallinero de lenguas, un galimatías idiomático, un ruido cultural de primer orden.
Toda fiesta de aniversario que se precie tiene su discursito y el Sr. Vandermarliere se había traído nada menos que al que era, en ese momento, presidente del parlamento belga. Disculpen si no recuerdo el nombre, es que no lo entendí, porque era flamenco (aunque ni iba de rosa ni de lunares, ni taconeó ni metió su pico en el limo) y se expresaba, si es que a eso se le puede llamar expresión, en esa especie jastrapo que ellos jalean y que quieren llamar idioma. Antes pensaba que un belga flamenco era una gamba colorada en Torremolinos, con un pedo que te cagas, arriquitaun, sin ninguna vergüenza y diciendo "Olé y viva Espania", pero ahora sé que un belga también es un tipo con barba que come mejillones al vapor y se casca un discurso de media hora en flamenco que ni el cante de las minas. No sé si ustedes conocen el idioma, pero les aseguro que treinta minutos arrastrando la lengua por esas jotas tan desgarradas y con esos sonidos absorbidos, más que aspirados, dan para un día entero de agujetas de úvula y en la zona palato-alveolar.
Se pueden imaginar que la audiencia estaba estupefacta. No en vano la componían cuatro mil ojos mundiales, rasgados, redondos, azules, negros, bovinos, vacunos, verdes, castaños, saltones y de besugo, más algún coreano con un ojo de cristal (Cling Clang Clung), pero todos miraban letos, atónitos, inmanentes, sin poder comprender la prédica en jeada ídiomática de aquel barbudo maleducado que no dijo ni hola ni adiós en inglés. Digo yo, que si usted va a Kortrijk a cortarse las venas, es loable que haga un esfuerzo por entender su lengua, pero si tienes a 2000 tíos de todos los rincones del mundo dispuestos a escucharte, ¡qué menos que decir parte, algo, un saludo, un que os den por el culo cabrones, en inglés! Pero, nada: todo en arrastra-lenguas.
Después pensé: este tipo tiene la posibilidad de hacerse escuchar por 2.000, pero sólo le interesan 200. ¡Que limitación más absurda! Con un político de este nivel, no sé por qué, me sentí como en casa por primera vez en toda la noche.
La ventana de mi habitación de hotel daba a la calle de la movida nocturna de Kortrijk, que consiste en ser cuatro, ser tonto, emborracharse y gritar (un movidón). A la mañana siguiente, con las venas aún largas (aunque en algún momento de la noche me lo pensé), cogí el tren y me fui a ver a mi hermana Bego, a mi cuñado Kike y a mi sobrina Amaia (Íñigo no había nacido) a Voorburg-Den Haag ('S-Gravenhage). Caminé de vagón a vagón un buen rato, pero como todo estaba en gargajo, harto de buscar mi sitio, me metí en el primer compartimento que encontré. Allí, hice buenas migas con dos personas singulares que resultaron ser una china americana y un albanés con los que fui charlando, tan amigos, hasta La Haya. La china nos contó que se había cogido un año sabático para viajar por Europa y que iba a encontrarse con una amiga en Amsterdam. El albanés sacó una botella de tinto que nos hizo catar y que raspaba la garganta como el vino de pitarra. Era tan pa'hombres que a la mujer se le abrieron los ojos y yo empecé a gargajear flamenco, como tocado por el dedo de Dios. Básicamente, el albanés lo que quería era tirarse a la china, si fuera posible con la amiga, por eso trató de drogarla con aquel caldo tirachinas de Tirana.
Nos entendimos los tres a la perfección, como cuando, en "La vaquilla" nadie comprende a los rusos del tanque y les dice Alfredo Landa: "Vosotros lo que queréis es follar". Y los rusos asienten entusiasmados. Igual. Porque no existen las barreras idiomáticas, sólo las "idiotimáticas".
Después llegó el revisor y me dijo en jastrapo que yo tenía billete de segunda y que me había colado en un compartimento de primera. Y yo le dije:
-- "¿Mande?", sacando la mandíbula como si fuera prognático.
Entonces el capullo me lo dijo en francés. Y yo le dije:
-- "¿Cómorl? Le premiere et le seconde que le den por culo al conde. Habari gani. Hakuna yua cali sana, karibu, lala salama. En fadøl".
Las barreras idiomáticas hacen el entendimiento imposible, así que me quedé con mis dos colegas hasta mi destino. Los pueden ustedes ver en la foto que les hice antes de despedirme de ellos para siempre. ¡Ventajas de viajar en tren!
X. Bea-Murguía
1 Comments:
Gracias, gracias... Internacional que es uno...
Una cosa "aumentar demasiado su ego" implica un ego ya grande de por sí ¿nos conocemos o me estás llamando gordo?
XBM
Publicar un comentario
<< Home