Relájese y disfrute
Queridos amigos:
por experiencia y convencimiento les digo que, en muchas ocasiones, el empeño por saber todo de todo es un esfuerzo contumaz por perderse en un mar informativo que lleva a la desorientación total y que más vale saber poco y controlar en ese estadio del conocimiento que naufragar, castigado por el abrasador sol de los datos, en una violenta y descontrolada corriente de sapiencia. En pocas palabras: la ignorancia siempre es feliz, pero el conocimiento no siempre es dichoso. Vayan a la Biblia, ese libro lleno de respuestas para gente llena de preguntas (tan mal interpretado por quienes de antemano conocen todas las respuestas): "porque donde abunda la sabiduría, abunda el sufrimiento, y a más ciencia, más dolor" (Ecl. 1, 18).
Pónganse en el pellejo de Ted Striker. Traten de hacerse cargo de los mandos de un avión enorme que, por indigestión del Comandante Cambion, de su segundo, Ben (un tipo con un increíble parecido a Kareem Abdul Yabar), y del navegante Víctor, vuele despilotado. Pregúntense si, acaso, han estado alguna vez en una prisión turca, si han visto alguna vez a un hombre adulto desnudo y si les gustan las películas de gladiadores, mientras intenta asimilar el aluvión de intrucciones del Comandante Kramer desde la torre de control. Seguramente acabarían diciendo: "Elegí un mal día para dejar de oler pegamento". El flujo de información debe adecuarse a nuestra capacidad de asimilación o sus efectos sobre nosotros serán los mismos que los de la total y absoluta ignorancia: el avión acabará estrellado en el lago Michigan.
Imagínese a usted mismo (o a su hombre) en la consulta del urólogo. Está un poco cagado mientras cuenta los síntomas y el médico le dice:
-- "Venga a la camilla".
-- "¿Qué puede ser doctor?", dices con voz trémula mientras oyes dos latigazos, clac, clac, dos sonidos que recuerdan al látex golpeando la piel de las muñecas.
-- "Próstata", le responde el urólogo. "Bájese los pantalones".
-- "¿Qué me va a hacer?", suplicas confirmación de tus peores temores, mientras deseas que el doctor no haya tenido una agria discusión, de esas que dejan poso para todo el día, con nadie.
-- "¿Le hago un resumen de seis años de carrera o le vale con que le coja la manita?", zanja la cuestión el médico pegándole golpecitos en el glúteo, como hacía el practicante que venía a mi casa para que destensáramos el culo. "Relájese y disfrute", concluye. Un sabio consejo. Hay pacientes que, después de su primer tracto rectal, vuelven todos los meses a revisión. Por algo será.
Para mi gusto, existen dos conceptos nuevos, importados de Estados Unidos, que son el colmo del flujo desmesurado de información. El primero es la teletienda, un programa en el que durante horas y horas un calvo y una tetorra van desenmarañando las innumerables ventajas de un artilugio de gimnasia pasiva que le convertirá en un cachas sin esfuerzo, mientras ve los partidos del Atleti y se atiborra a cervezas con los amigos. Esto es muy chungo, y casi debería estar prohibido, porque lo que hacen es bloquear su capacidad juicio con un flujo de información inasumible para que usted se quede con conceptos básicos: barato, fácil, rápido... El cerebro tiene ese mecanismo que es como un cedazo que interpreta, que aparta lo incomprensible y le ayuda a sacar conclusiones, no siempre correctas, que den una explicación a la inextricable farfolla comercial que le han metido en el coco. Porque, como sabe, el ser humano en el cine o ante la televisión, normalmente se encuentra cerebralmente abierto de piernas (o, por analogía, con el culo en pompa sobre la camilla de la consulta del urólogo). Si usted está preocupado por su michelines y no es excéptico (rechaza toda la información), picará.
El segundo son los libros de autoayuda. Dependen de su predisposición, por supuesto, pero la mayoría son una mierda que sólo valen para desforestar el planeta. Excepciones son el famoso "Duérmete, niño", del Dr. Estivill (¡funciona!) y el "¡Cállate, coño!", de Pablo Sánchez, que es imprescindible para poder ir a jugar al mus con los amigos un viernes por la noche dejando a tu señora en casa con los niños. Incluidos estos dos, los libros de autoayuda dan, en general, demasiados datos innecesarios y sólo responden a las necesidades del lector en función de la fe que se tenga.
A riesgo de alargarme mucho hoy, contaré lo que nos sucedió a mi señora y a mí la noche del parto. Por supuesto, había un libro de autoayuda, "Qué esperar cuando se está esperando" (iba de embarazadas no de autobuses), que yo me negué a leer. Junto al dolor del parto, que se lo chupó entero la campeona, fue lo único que no compartimos del embarazo. Lo demás, todo, hasta la puta gimnasia y las respiraciones de los cursillos de preparación, lo hicimos a medias. Pero el libro este tenía hasta capítulos dedicados a las complicaciones del parto, ¿para qué? ¿Qué necesidad hay de saber ciertas cosas? Si usted está en el paritorio, haga lo que le dicen, relájese, empuje, llame a su marido gilipollas y deje hacer a los profesionales. Aunque Beatriz, que es lista, se saltó esos capítulos, picó del todo con el tema de los síntomas del parto. La noche del 13 al 14 de marzo, a eso de las dos de la mañana, me despertó azorada: "Javi, ya". Me levanté de un salto, porque estaba concienciado de poner en marcha el protocolo landista del padre primerizo (nervios, pijama debajo de la ropa y caja de puros para regalar tabaco en la sala de espera).
-- "Espera", me refrenó. "coge el libro".
Obedecí, como es de ley, y me fui al capítulo "¿Estoy de parto o sólo es un apretón?"
-- "¿Sientes una descarga de flujo acuoso de la vagina, suave o intensa?".
-- "No", decía ella.
-- "No estás de parto", decía yo y me metía en la cama.
A la media hora, de nuevo. Javier, ya, ya, salto, landismo, libro:
-- "¿Sientes un patrón de calambres regulares que se perciben como un dolor de espalda agudo o dolores menstruales?".
-- "Sí, eso sí".
-- "Pues vámonos a La Paz".
-- "No, espera. No estoy segura. Lee más".
-- "¿Notas mayor secreción vaginal (transparente, rosa o con rastros de sangre)?"
-- "No".
-- "No estás de parto", y me iba a la cama.
El capítulo recogía unos veinte síntomas distintos, entre falsos y verdaderos, que nos hicieron pasar la noche de sobresalto en sobresalto, así que, a las ocho de la mañana nos fuimos a La Paz y a las 12.00 horas nació quien tenía que hacerlo, dijera el libro lo que dijera.
Perdonen. Hoy me he alargado mucho: les he dado demasiada información.
X. Bea-Murguía
2 Comments:
Eres el puto amo. Nadie nunca ha sabido explicar tan bien la experiencia pre-parto. Ahora sólo falta que nos des una orientación sobre la experiencia pre-pucio.
Y por cierto, tanto dato de la exploración rectal mosquea, piratón...
Se llama José Luis y es médico en Madrid y el muy cabrón ahora ni me llama ni me escribe... Estoy empezando a sospechar que anda liado con la pelandrusca de su enfermera. Iba pidiendo guerra.
XBM
Publicar un comentario
<< Home