viernes, abril 07, 2006

Éxtasis melón-mano


Queridos amigos,

fui educado en la creencia de que en un concierto de música clásica, el silencio total es peor que el sepulcral (más si se trata de música de requiem), que cuando el director levanta las manos para que la orquesta esté preparada para dar la primera nota al unísono, también es un toque de atención dirigido al respetable. Se pide silencio. Como en el tenis, pero con más razón.

De cuando iba con mi madre a los conciertos de Ibermúsica, al Auditorio Nacional, recuerdo en una ocasión a un melómano que se sentó a mi izquierda, en la escalera. Cuando comenzó el concierto, el tipo cerró los ojos y, como si estuviera solo, en su casa, inició un bamboleo pianísimo, suavemente, siguiendo extasiado el compás de la música, completamente absorbido por ella, como si peleara por emerger, por no perecer ahogado en un mar de notas. No recuerdo que escuchamos aquel día, pero sí lo que no escuchamos: nadie tosía, nadie hacía un ruido, nadie sacaba al melómano de su abstracción. Si, en ese sublime instante, se hubiera acercado por detrás un amigo cachondo con una bolsa de papel hinchada y... ¡BOOM!... se la hubiera explotado en la oreja, les digo yo que este hombre la diñaba ipso facto.

Yo soy un borrico, un animal que entiende más bien poco de música, quizá por eso la imagen de este señor siempre me había parecido exagerada. Hasta ayer...

Ayer fui con mi amiga Isabel Riscado al Auditorio a escuchar el Requiem de Mozart. Comprendí que si se conoce bien la música, escucharla en directo te acerca mucho más al éxtasis del melómano que el mejor CD, que no hay tecnología digital tan avanzada como los dedos de un maestro violinista. En la primera parte del concierto, la Orquesta Sinfónica de Bielorrusia, dirigida por Bonifacio Zapatillovsky, tocó dos piezas desconocidas de Mozart... Quiero decir que yo las desconocía, porque desconozco casi todo. El señor que estaba a mi derecha llevaba alegremente el compás, estacato, con la pierna, un baile de San Vito que agitaba toda la bancada. Jamás antes en mi vida había visto a nadie desafinar con la rodilla. Le miré de reojillo, por si llevaba un ipod y estaba escuchando cualquier otra cosa, los Rolling Stones o los Kiss, porque el ritmo que marcaba con la pierna nada tenía que ver con la orquesta. Eso sí: nos meneaba a todos que era un primor. Cualquiera que lo viera de lejos diría que todos los de la fila asentíamos.

El Boni, el machote, vestido con un traje negro de levitón, con camisa blanca y pajarita, bailaba como un descosido, agitando las manos como quien cuenta arena con avaricia, toreando las notas, sacando movimientos extrafalarios de las caderas, atrapando con los dedos la música al vuelo. El tipo lo hacía bien (o eso me parecía a mí, que soy un melón), pero si me lo encuentro fuera, con esa indumentaria y un lamparón de grasa en la camisa, le pido que me traiga dos cañas y un pincho de tortilla y me quedo tan ancho.

Aunque la primera de las dos piezas era PRECIOSA... (Divertimento para cuerdas nº3 en sol mayor KV 156)... entre el baile de San Vito y el abrigo de la señora de atrás, que no paró de agitarlo en todo el recital, como si no encontrara acomodo apropiado para tan delicada y cara prenda... de plástico, claro, a juzgar por el constante ruido de envoltorio de bocadillo que emitía. Total, que no pude probar el éxtasis melómano, vamos.

Tanto fue así que, en la segunda pieza, me dio por pensar en lo jodido que sería sufrir un ataque de picor de huevos mientras le das al violonchelo. ¡Qué putada! Dale que te pego a la nota y sin poder rascarte con disimulo. Si todo el público fuera melómano y cerrara los ojos, a la que viene una nota a la altura de los bajos, quizá con el extremo del arco...

Después del descanso, necesario, sobre todo, porque si dura tres minutos más salto a la fila de atrás y le meto a la señora el abrigo por el culo, comenzó lo bueno. Entró el Coro de la Sociedad Filarmónica Nacional de Bielorrusia y comprendí definitivamente por qué en los conciertos de música coral se cierra los ojos: las mujeres del coro me llevaban un atuendo inconsútil de un color que se desangraba. Les faltaba cantar: "Menstruatio tibi sum (Soy tu menstruación)". Aquello no era una tonalidad: era un insulto. Un color muy apropiado para una novela de Antonio Gala, pero jamás para una misa de muertos.

-- "Mal empezamos", le dije a Isabel.
-- "¡Qué discretas van, sí!". Ella también se había fijado. Si soltamos un toro en el auditorio, se vuelve loco.

Sin embargo, cerré los ojos y me reconcilié con Bielorrusia (excepto con Lukashenko, claro). A la altura del Kyrie, paré el baile de San Vito de una patada, sin querer... En el Dies Irae, lancé dos miradas de odio a la bancada de atrás que fueron definitivas... A partir del Tuba Mirum, me coloqué en posición, aunque los solistas tardaron en calentarse y la soprano no me emocionó cantando Quid sum miser tunc dicturus. El Rex tampoco me hizo saltar del sitio (el Boni debía haberle imprimido más ímpetu, para mi gusto), pero ya había empezado a sentir el éxtasis melómano. Cerré los ojos y disfruté verdaderamente.

El Lacrimosa fue excepcional. Pensé que Mozart había escrito el puto himno del cielo, el que se toca en el estadio de San Dios, antes del clásico Atlético Ángeles de San Rafael - Real Infierno, mientras la cámara de tv hace travelling sobre los caretos de los jugadores. El equipo local planta la mano derecha en el corazón y el público, formado por los nueve coros de los ángeles, por los santos y los mártires, se pone en pie para cantar emocionado.

El Hostias me pareció la más sublime de las blasfemias... Me acordé de una vez que, yendo en coche, en el momento en que el coro cantaba... ¡HOOOOSTIAS!... et preces, el coche de delante se metió un hostiazo contra el quitamiedos...

En fin. La conclusión es que nada como la música en directo (estoy de acuerdo contigo, Isabel), pero que en medio de tan excelsa música a uno se le ocurran este tipo de gilipolleces, se le llama un éxtasis melón-mano.

X. Hostias-Preces

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

En un concierto en directo, la música es ella y su circustancia. Está muy bien, sí, pero prefiero el compact-disc. Tienes a Giulini y no tienes gilipollitas con parkinson, tosecitas o abuelitas que estrujan fundas de caramelos. De todas maneras, estoy hasta los huevos de Mozart: en el 92 fue el otro centenario. Este año tocaba Shostakovich, joder, que hace más pupa.

Gaitero

07 abril, 2006 11:12  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

Me reafirmo ignorante y, por tanto, feliz (o fácilmente contentable). Me entusiasmó el Requiem de ayer, Gaitero. Con el Domine se me pusieron todos los pelos de punta. Esto es algo que ya no me pasa con el CD, sobre todo porque, ahora que lo pienso, no sé dónde coño lo he dejado...

Javier

07 abril, 2006 12:59  
Blogger Unknown said...

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