Cierren despacio
Queridos amigos:
como decía André Gide en "Si la semilla no muere" (más o menos, tampoco se me pongan académicos), "sé que lo que me dispongo a referir puede causarme un mal, pero sólo la verdad me vale"... Definir a André Gide como un gran escritor sería una idiotez por mi parte. Él era más que eso. Humilde, pero fervientemente, les recomiendo una lectura pausada y alargada de su "Diario".
Lo digo porque anoche me fui a un sitio raro, cuando menos. Raro, raro. No digo que hubiera lenocinio consentido, pero tampoco lo puedo desmentir. Tuve una cena purera muy animada (y tremendamente ahumada) en un restuarante de Madrid y después nos fuimos a este garito, sólo porque está justo al lado, en el que, a mi entrada, la media de edad bajó drásticamente. Sé que me puede producir perjuicio que cuente esto, porque parece que ando todo el día de juja y no es así. Quienes bien me conocen saben que soy madrugador y que cada vez me da más pereza salir, pero hay circunstancias en la vida en que uno, en fin, está a gusto con los amigos y esa separación, aunque sea temporal, duele un poco.
Hace bastantes años, no muchos porque yo aún mi vida la cuento de a poquitos, tuve una experiencia laboral muy breve en un sitio en el que no me dieron la oportunidad, siquiera, de saber de qué iba la vaina. Joven, más, y recién licenciado, con ganas de hacer cosas pero un poco desorientado, estuve trabajando en aquella revista menos de 100 días. A los políticos es lo mínimo que se les da. Yo no lo tuve.
El dueño, ahora, me dice que se arrepiente. Dos o tres veces que me lo he cruzado me lo ha dicho e, incluso, me ha hecho alguna oferta para volver con él. Se lo agradezco, porque es halagador, en dos sentidos: como profesional (la última vez me ha ofrecido una gran responsabilidad) y como persona, porque, a pesar de que, entonces, pensé que era una injusticia, se ve que no hice ruido al salir. Cerré la puerta despacio.
El mundo es muy pequeño, sé que no se lo descubro yo ahora, y nos vamos cruzando los unos con los otros, casualidad tras casualidad, encuentros inesperados, algunos desdichados... Perdonen la vena Gabilondo, pero se lo recomiendo: cierren despacio. Para mí es una gran satisfacción que este hombre me siga y me llame. Una lección que me ha dado la vida.
Anoche, en el garito, me supe pupila de muchas miradas, filete en el plato de un Tántalo liberado, y no porque sea alto, guapo y elegante (que lo soy, ¡qué coño!), sino porque había a mi alrededor más hambre que en la Rumanía de Chauchescu.
El mundo es muy pequeño. En un momento dado me di la vuelta y me encontré, cara a cara, con el enemigo. Casualidades desdichadas (sobre todo para los que se tienen que justificar). Él me miró sobre su bigote stalinista de médico anti. Se paró un segundo y sé, positivamente, que me reconoció. Nos hemos enfrentado en no pocos debates, en mi época, ya pasada, de rutilante estrella mediática.
Se avegonzó y huyó. Yo le seguí, discretamente, para ver qué coche le paga el lobby que lo sostiene y engorda. Cogió un taxi. Cerró de un portazo.
Ya nos veremos en una radio, Carlos. Yaaaaa nos veremos. A ver si, a partir de ahora, controlamos un poco esa ira.
X.Bea-Murguía (El rencor es ansí)
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