viernes, septiembre 15, 2006

Excusas que no se piden


Queridos amigos:

me gustaría dar las gracias, en mi nombre, en el de la reina, los principes de Harturas y Hormon Wells, a los blogueros que nos escriben loas últimamente, que parece que mi madre, mi tía Carmen y mi señora se meten con nicks falsos para subirnos la moral. Gracias, amigos, participen en el concurso "Sé lo que hicisteis el último verano", por favor, que es todo por reír y de reír y de reír.

Hoy iba a meterme con Gallardón, pero lo voy a dejar para otro día, porque no me gustaría que:

1.- Se me desgasten las huellas dactilares de la mala leche con que tecleo cuando escribo sobre el alcalde de Madrid.
2.- Se me aburran y se me crispen con tanta política.
3.- Alguien piense que lo hago por compensar la pequeña crítica que hice ayer a la bancada de la izquierda... Al poder hay que darle caña siempre, siempre. No importa el signo político.

Pero es que ayer me sucedió una cosa extraña. Me invitó Rafa Martínez Simancas al acto de celebración del quinto aniversario de la editorial la Esfera de los Libros, donde, por cierto, Pedro J. Ramírez se cascó un discurso que augura que, respecto al 11-M esto no acaba más que empezar. Así que allí que nos fuimos David Torres y yo, a pulular por el artisteo y lo alternativo, que hay banda por ahí suelta que me lleva unos looks que te dan ganas de decirles:

-- "Vosotros sois alternativos, ¿no?".

Me refiero a unas cuatrocientas personas que iban igual vestidas, con las mismas barbas raras, los mismos peinados estrafalarios y la misma postura intelectualoide, tan aparentemente espontánea que parece que han estado horas delante del espejo ensayándola. También había un cura por allí dando vueltas, de estos que ya no se ven, con pinta de pope ortodoxo y una negra sotana hasta los mismos pies. Parecía Gárgamel, no digo más. Eso sí, me hizo pensar en que, por fin, encontraba a alguien verdaderamente alternativo.

Habíamos quedado a las ocho y media en la puerta del Consulado General de Italia, pero Madrid es ese gran cabrón que te hace llegar tarde cuando no cuentas con el atasco y un cuarto de hora antes cuando sí cuentas con él, así que allí estaba yo, pelado de frío (me tenía que haber cogido la pelliza) y meándome vivo, en el momento en que David me llama y me avisa de que está esperándome en el bar de al lado.

Entré en el bar, que era el clásico lugar asqueroso donde la gente FUMA a pesar de que hay niños pequeños... ¡Asesinos de mierda!... Me refiero a los niños, claro. En lo que David me pedía una caña, fui directo al servicio porque no me aguantaba más. El cuarto de baño era el clásico de bareto de Malasaña, nada digno de una zona tan noble como Nuevos Ministerios, con una antesala de dos por dos dotada de mingitorio de pie de hedor puñalero, lavabo y espejo con el azogue picado y otra sala gemela con una taza de mírame y no me toques, de ésas que ponen a prueba tu sentido del equilibrio porque te ves obligado a levantar la tapa con el pinrel.

Lo extraño del asunto es que estaba ocupado por un hombre de edad avanzada en postura Maneken Pis-anuncio de Movistar. El tipo emitía un sonoro ruido de manantial-fuentes del Nilo con la meada, a fe que estaría expulsando, junto a la orina, cálculos renales como puños, porque menudo concierto. Al mismo tiempo, cosas del mundo modenro, hablaba por su teléfono móvil mientras, con la mano derecha, se tapaba el oído, lo que no es raro, ya que con el chorreo de pito que estaba liando difícilmente podría oír su propio pensamiento. Yo me hice cargo... Quiero decir, que lo entendí, no es que me encargara de nada.

Cuando me vio, se avergonzó (lo normal), dijo algo así como "Ahora te llamo", colgó, se la sacudió con prisa, se mojó el calzoncillo con la gotilla y, lo peor de todo, trato de excusarse con un "Es que..." que yo ni le había pedido ni entendí, pero se me antoja una explicación coherente algo del estilo a:

-- "Estoy mal de la próstata y si, a la hora de orinar, mi urólogo no me dice cosas bonitas al oído, no puedo".

Por supuesto, yo no contesté. Mostré las palmas de las manos, blancas que no ofenden, como dijo Calomarde, como diciendo "a mi plin", "a cada cual, Pascual" o "a mí, la legión". Cuando, sin pedirlo, alguien excusa su comportamiento... Malo, malo.

El sujeto huyó y yo hice lo mío con toda la normalidad que atesoro y soy capaz. El muy guarro ni se lavó las manos que, claro, como no se la toca al mear... Cuando salí, lo vi al otro lado de la barra. Había retomado la conversación con su urólogo. Alguien debería haberle dicho que la orina que resbala de la mano al móvil, corroe el mecanismo del teléfono.

X. Bea-Murguía (Hay gente pa'tó)

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Genial la meada con el movil, y luego esa gente te da la mano y pretenden pasar por honestos padres de familia. Queremos foto de Gargamel.

15 septiembre, 2006 13:27  
Anonymous Anónimo said...

Je je, me he descojonado.

15 septiembre, 2006 13:29  
Blogger Último Íbero said...

Contado así me recuerda multitud de chistes relacionados con baños, pises y actitudes, cuando menos, sospechosas.

15 septiembre, 2006 15:10  

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