martes, octubre 17, 2006

Me quedo, ¡qué coño!


Queridos amigos:

cuando nuestro bienamado Parlamento Dermocrático, por aquello de que apenas roza la piel de los problemas, aprobó la Ley Antitabaco me inundaron unas enormes ganas de hacer el petate y mudarme a Burkina-Fasso, uno de los últimos reductos de libertad que quedan en el mundo. En realidad, aquello lo dijo Hormon Wells, CLIC, pero yo estuve tan de acuerdo que asumí la idea como propia. Sin embargo, me quedo ¡qué coño!

Ayer recuperé en parte la fe en los españoles y en su revolución silenciosa. Como saben la mayoría de ustedes, para lo bueno y para lo malo, hace unos meses que volví a ser fumador. Comprendan mis razones, si quieren, o no las comprendan, pero no me echen la charla, por favor: durante los dos años y medio que he sido ex fumador, he soñado con el tabaco y pensé, y aún pienso, que fui capaz de dejarlo una vez y que, cuando me harte de fumar, volveré a dejarlo durante otra larga temporada, es decir, hasta que me dé la gana volver a fumar o hasta que muera con la salud intacta atragantado o de botulismo por un biofrutas caducado.

El otro día, después de dos horas y media de lo que ya se ha venido a entitular "Los Boredgia" (¡coñazo de película, la leche!), salí del cine como quien escapa de un incendio: me habría fumado tres seguidos para recuperar mi mala salud, pero en el centro comercial está prohibido fumar... ¿Por qué? Es un sitio amplio, de altos techos, bien ventilado, espacioso... Podría hacerlo sin molestar a nadie y, si molestara a alguien, podría irme un poco más allá y arreglado. Pues está prohibido, pero como mi mujer tenía que comprar tabaco, nos metimos en un bar dentro del centro comercial donde sí está permitido vender y, por tanto, fumar. Y allí estábamos los dos fumando como gilipollas, como dos sedientos que hubieran llegado a un oasis, como dos nadadores que cogen aire antes de una larga travesía buceando a pulmón, y yo dije:

-- "Anda, vamos al coche".
-- "Pero", me dijo Beatriz, "estamos fumando".
-- "Mira, nosotros salimos fumando y si nos dicen algo, pedimos perdón, decimos que no lo sabíamos y lo apagamos". Y lo hicimos, ¡transgredimos la ley! ¡Escodimos nuestros cigarrillos a la vista de los marrones uniformes de Prosegur, que nos miraron inquisitivos, olisqueando el delito, intuyendo el temblor de nuestras rodillas: nunca me he sentido tan cerca del Tercer Reich.

Ayer, después de dos horas y media de tren antitabaco hasta Lérida, me estrené en aquella hermosa ciudad siendo educadamente expulsado de la estación porque estaba fumando... en el andén. La verdad es que el tipo sólo me dijo que si salía rápido de la estación, no me hacía apagar el cigarrillo.

-- "Tú inténtalo, cara de culo", pensé yo, pero salí rápido de la estación y Santas Pascuas.

A la vuelta, idem. Dos horas y poco más de tren salubre, que digo yo que un vagón para fumadores sería una cosa mucho más democrática y que reflejaría mejor los derechos de todos, pero, en fin, tenemos que dar las gracias a la Renfe que cuida de nuestra salud vendiendo bocadillos semicongelados de jamón de trucha con queso fundido insaboro y, cómo decirlo, con un aspecto un tanto sospechoso de "et semini eius" en el vagón-cafetería, y al llegar a Atocha, según puse el pie en el andén, taca y a fumar.

Caminábamos por el andén mi compañera Virginia y yo, viendo las señales de prohibido fumar acercándose a nosotros como una amenaza de salud y pensamiento positivo impuesto y, llegados a la puerta de la estación, me dijo:

-- "¿No lo vas a apagar?".
-- "Estoooo... ¡No! ¡Qué coño!", y transgredí la ley de nuevo. "Si soy un delincuente que me perdone Dios", que dice el tango. Fui fumando por Atocha en dirección al Cercanías y me sentí durante un instante como un verdadero outsider, el primero de una revolución silenciosa: la de los fumadores. Es cierto que cuando hay una prohibición absurda de fumar, muchos están esperando a ver a alguien fumando para encenderse sus cigarrillos. Yo quería ser el que rompiera el hielo, el que invitara a mis compañeros de fatigas a transgredir la ley.

Después me di cuenta de que siempre hay alguien más atrevido que lo ha hecho antes que tú. A las dos caladas furtivas, cuando ya pensaba que se me iban a echar encima todos los seguratas de la estación y me iban a llevar al cuartito de los espejos y el guante de látex, vi dos chavales jóvenes con sendos pitillos, paseando su chulería casi adolescente por la estación. Después, bajando al andén de cercanías, una chica gruesa con un Ipod fumaba sin complejos. Al minuto, un enorme calvo joven, con pinta de forzudo de circo, fumaba con cara de estar pensando "A ver quién se atreve a decirme que está prohibido"; un jersey blanco de cierta edad calentaba su cigarrillo con nerviosas caladas y demasiado seguidas; una chavalita de buen ver fumaba con descaro apoyada en el poste que anuncia el próximo tren; vi a un tipo alto que, allá arriba, no podía esconder su vicio; y luego otro y otro y otro más y eran tantos ya, que no pude recordar sus caras ni sus indumentarias. Todos ellos delincuentes, la encarnación del mal, del nuevo demonio, el antidios de la venerada Salud: "Legión es mi nombre, porque somos muchos" (Mc 9,5).

-- "Me quedo, me quedo", pensé confortado por la actitud de los fumadores. "¡Qué coño!".

Después, ya en el tren, recordé algo que acababa de leer en "Poderes terrenales" de Anthony Burgess. No crean que me ha costado poco encontrar la cita (se refiere a la Ley Seca americana): "Cuando incumples una ley del Estado porque puedes considerarla verdaderamente disparatada, te ves arrastrado sin remedio a incumplir otras, y esas otras pueden no ser disparatadas. Y entonces pasa a no haber ley ni derecho, sólo anarquía. Todos bebéis sangre en vuestro licor de contrabando".

X. Bea-Murguía (a 4 días, 8 horas y un vuelo de no fumadores de República Dominicana)

11 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Eres un chulo. Con dos cojones, negros del humo, pero con dos cojones.
Debo reconocer que me ha gustado ese paralelismo que has hecho con los dos jóvenes, esa sinergia que has encontrado en la rebelde juventud... Javi, Javi, ese es el primer síntoma de que te estás haciendo mayor. Eso, y que tú flirteo con la rebeldía social sea fumar en un centro comercial. Chabal, eso lo hace mi suegra, y hasta en misa fuma. Eso sí que es echarle un par, y apagar el cigarrillo en el cesto de la colecta.

Frutero Smoker

17 octubre, 2006 10:00  
Anonymous Anónimo said...

Citas la Biblia y fumas en espacios públicos..., joder yo me apunto a la Secta..jajajajajjajajajajaaa.

17 octubre, 2006 10:22  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

Permíteme que dude de que una señora tan maja, tan buena gente y tan elegante como tu suegra haga esas cosas en misa... Además, tu suegra es una santa y las santas, en la Iglesia, están quietas, quietas... Como de piedra.

En lo demás, tienes razón.

Javier

17 octubre, 2006 11:12  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

Hormon, tú ya eres de la secta. Desde que naciste. Son cosas que dan los genes. No tiene nada que ver con el instituto.

Javier

17 octubre, 2006 11:24  
Anonymous Anónimo said...

Lo decía, antes de Burgess, De Quincey: "El despeñadero de las malas costumbres no tiene fin. Se empieza por cometer un pequeño asesinato sin importancia y se acaba por perder las buenas maneras en la mesa".
Del asesinato considerado como una de las bellas artes.

Gaitero

17 octubre, 2006 11:33  
Anonymous Anónimo said...

Del asesinato considerado como una de las bellas artes. ¿Esa frase está sacada de la peli "Asesinos a sueldo" o es de Hanibal Lecter?
No has estado muy fino con la matización. Bueno, eso, o antes de que lo pongas, yo soy de los de cerebro pequeño, ya sabes, de los de "Eso no me se entra en la cabeza". Es lo que tiene el efecto de la inhalación de perejil y de la cáscara de las fresquillas.

Frutero.

17 octubre, 2006 12:34  
Anonymous Anónimo said...

Pues yo que queréis que os diga. A mi me amarga el cigarro el tener que estar pendiente de que el de prosegur me va a decir algo. No me mola que la gente me mire mientras fumo en sitios en donde o bien no está permitido fumar o no está bien visto. Odio el "corralito" de fumadores del aeropuerto (aunque demos gracias por tenerlo) porque me siento eso, una borrega a la que todos miran al pasar pensando,"está fumando, ¡qué guarra!" (porque además de observado te sientes sucio, no se. Puede que solo me pase a mi.)Prefiero fumarme un cigarrito en casa de fumadores (me pasa lo mismo en casas de amigos que se que no fuman, no me sabe igual e intento acabármelo lo antes posible)con una copita de vino y una buena charla o en un restaurante después de una fantástica cena, compartiendo mi tabaco con otros amigos que también fuman...

17 octubre, 2006 13:22  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

¡Guapa! Vente para mi casa que es de fumadores.

Javier

17 octubre, 2006 13:44  
Anonymous Anónimo said...

Esta situación se la debemos a una payasada del socialismo-buen rollista que se lleva.¿Lo próximo que va a ser...? ¿no dejar a la gente bajita ir a los toros?.Porque entonces yo ya no puedo ir... .

Además quieren una sociedad depresiva.. dejar de fumar fomenta la depresión según me comentan.

17 octubre, 2006 15:46  
Anonymous Anónimo said...

Frutero, la frase es el título del libro de De Quincey, en mi opinión, el mejor título (y el más políticamente incorrecto) de la historia de la literatura. Léelo entre melón y melón.

Gaitero

18 octubre, 2006 11:15  
Anonymous Anónimo said...

No sé como no te cansas de ir en sentido contrario con tanta irreverencia, y copiando a todo el que escribe un par de frases.
Me quedo con esta: "El 50% del éxito de un libro es la encuadernación". Antonio Alcántara dixit, en la serie Cuéntame cómo pasó. Grande, muy grande. Y que conste que la gente come más fruta que libros lee. No se te olvide. Los médicos recomiendan dos piezas diarias de fruta, para que vayan al water a leer libros... Al final, estamos relacionados, somos una cadena. Asín que más respeto a los del vulgo.

El frutero melonero.

30 octubre, 2006 11:44  

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