Robar tiempo a la muerte
"Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible". Píndaro.
Queridos amigos:
sí, sí. Eso mismo. Ya he vuelto. Un sonoro yupi. ¡Qué ganas tenía ya de volver! No se pueden hacer una idea. Todo viaje, por banal que pueda parecer, ha de ser un periplo al interior de uno mismo. Yo no sé dónde he leído u oído esta frase, pero me gusta y trato de llevarlo a cabo siempre que salgo de mi casa, sin importarme si voy a dar un paseo por la sierra de Madrid o a Tailandia, que es lo más lejos que he llegado, porque el viaje no está en el desplazamiento sino en la disposición que uno tenga a sentir un cambio en su interior: no se trata de dejar tu impronta, ni de conquistar nuevos parajes clavando tu bandera en una playa paradisíaca, sino de aceptar lo nuevo, lo distinto y que ese lugar que se visita penetre en ti y te transforme (y no, no he conocido al negro de mi vida). Al volver a casa, uno puede llegar a decir: "Ya no soy el que me fui: he viajado". Después de una semana en República Dominicana, estoy más gordo (más aún).
Un viaje supone siempre un reto del que se puede extraer el arrojo que uno lleva dentro. Siempre he pensado que no hay valentía en el desprecio del peligro, sino en la consciencia del mismo. Una travesía despreocupada no es de valientes, sino de osados. Un cobarde, como yo, alguien que odia volar porque los huevos se le hacen pequeñitos y se le pegan al culo (como a los gatos) desde que pone el pie en el avión hasta que lo saca, demuestra una bravura fuera de serie metiéndose en esa puta lata con alas (como las compresas) durante casi nueve horas para ir a tomar por culo (que no, que no he conocido a mi negro, ésta es sólo una frase hecha). Por eso, insisto, no es valiente quien desprecia el peligro sino quien, siendo cobarde, se enfrenta a sus miedos. Quizá ustedes se estén riendo ahora mismo de que un tipo como yo sufra tanto en los aviones, pero el miedo es de lo poquito que todavía es libre. Con el tiempo, he conseguido dominar la parte exterior de mi miedo, hasta el punto en que es casi imperceptible para los demás. Sin embargo, en mi interior, como ya he dicho, voy acojonado. Sólo los que me conocen mejor saben que, en un avión, estoy especialmente irritable, taciturno, serio, con pocas ganas de cachondeo: sólo quiero leer, dormir y, básicamente, que me dejen en paz. Pero vuelo, que conste. Y no poco.
¿De qué coño va esto hoy?
En la introducción de "Robando tiempo a la muerte", ganador del IV Certamen del libro deportivo de Marca, de Sebastián Álvaro, director de "Al filo de lo imposible", y David Torres, he leído algo que me ha hecho reflexionar, por una vez y sin que sirva de precedente: que la aventura consiste en encontrar tus propios límites y asomarte a ellos. Puede que para ellos, ese límite sea subir al Nanga Parbat (bueno, para David, lo dudo mucho), pero son gente extraordinaria. Los normales, aquellos cuyo mayor desafío es conducirse al trabajo y volver cada día con los mismos puntos en el carnet, pueden buscar su propio límite en, digamos, que no se le quemen las lentejas y hacer de ello una aventura. Lo dicen con una cita del alpinista Reinhold Messner: "Caminar cerca del límite no es sólo caminar entre lo posible y lo imposible, entre la vida y la muerte, entre subir y caer, sino tener siempre claro lo que somos capaces de hacer y lo que es imposible para nosotros, darse cuenta de que el océano de lo imposible, del por hacer, es mucho más grande que la gota de lo que tenemos capacidad de hacer". Y rematan con la cita de Píndaro que encabeza esta entrada.
Así que me fui a República Dominicana conociendo mis límites: volar es la actividad más arriesgada a la que normalmente me presto y cada vez con más reticencia, porque si es cierto que el avión es estadísticamente el modo más seguro de viajar, no los es menos que cuanto más vuele uno, más se acerca a la estadística. Los siguientes retos, allí, son cotidianos: permanecer en la playa el mayor tiempo posible ¡sin crema de protección!... eso sí, a la sombra; ser capaz de llegar al chiringuito a tomar otra cerveza ¡SIN ACEITUNAS!; echar el tres de pinta arriesgándose a que Cacalila tenga el as (así, sin anestesia); leer por las mañanas en la terraza, exponiendo mis magras carnes a la voracidad de los mosquitos ¡tomando un café repugnante!... Una vida, la mía, lo suficientemente llena de peligros. Tanto caminé sobre mis límites que, haciendo mía la frase, sacada del mismo libro, "No hay que preocuparse por llenar la vida de años, sino los años de vida", del alpinista francés Gaston Rebufatt, osé probar a desayunar todos los días dos huevos fritos con bacon... ¡DOS! Y también, a mirar con descaro a todas las guiris que hacían topless en la playa, con arrojo, sin miedo a quedarme bizco. Hasta hice comentarios en voz alta: "¡Madre mía, vaya berzas que me lleva esa!" a sabiendas de que mi señora podía sacudirme con lo que tuviera a mano. Ahora puedo decir que le he robado tiempo a la muerte... ¿o no?
Bueno, aparte de eso, me he sacado el PADI Scuba Diver, que me da licencia para sumergirme a 12 metros con instructor e, incluso, hice dos inmersiones con sendas vomitonas, nada que no arregle una biodramina. Ahora, me he puesto el límite en 18 metros. Todavía no se me ha relajado el culo, pero ¿soy un valiente o no? Ahí les dejo unas fotillos. Mi acompañante es mi señora, que tiene su licencia para bajar a 18 metros desde marzo y que es como un pez. Hasta en eso, es buena.
X. Bea-Murguía (el ballenato)
Jose, Sergio, Mariví, Laura, Bea... Gracias. Muchos besos.
5 Comments:
Gracias a ti mi amol
Ay Papi....me gusta la pinga.. .
Increíble esa foto submarina,parece de James Bond.....
Vidorra que se pegan los editores.
Tu mujer no sólo es buena. Está muy buena. Gracias por la zuplibidad.
Gaitero
He matado a mi negra y soy un climinal
que llame a la patrulla me quiero entregal
era tan bonita, era tan helmosa, nino nino nino nino nino nona...........
Lauri
Gracias a ti mi helmano ¡¡¡¡¡ya tu saaaaabesssssss!!!!!!!!!!
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20170706
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