miércoles, octubre 18, 2006

Un negro en un coche blanco


Queridos amigos:

me encanta la lluvia. Siempre me ha gustado. Espero que llueva de este modo un mes seguido, lo que haría que

PASADO MAÑANA

yo me fuera a

REPÚBLICA DOMINICANA

a disfrutar de la sombra, en una playa, con una cervecita, unas aceitunas, un buen libro y mejor compañía, con menos pena, sabiendo que aquí, en casa, la sequía está tocando a su fin. Ojalá.

Aunque no todo es bueno en la lluvia: ¿quién sabe cuánto ha influido este verano seco como la madre que lo parió, en el que no ha caído una gota del cielo, en el efímero éxito del carnet por puntos? Las leyes que se hacen en virtud de estadísticas (es decir, casi todas) me ponen los pelos de punta. No es que yo esté deseando que fracase, todo lo contrario, espero que sea un éxito rotundo y no sólo por los muertos en carretera, que son fruto de la misma naturaleza humana, sino porque temo el momento en que las autoridades den un paso más allá.

Ayer, bajo la lluvia, fui a pagar a Cristóbal el alquiler de las plazas de garaje. Cristóbal es un portero andaluz de unos cincuenta con voz estropajosa y devoradora de sílabas, que saluda siempre alzando la barbilla y mirando hacia otro lado. Es poco dado a la palabra, pero habla siempre en absolutos:

-- "Toma, Cristóbal, que vengo a pagarte".
-- "¡Ea! Yastápagao".

El garaje está situado entre su portal y un taller mecánico lo que, sumando el bar del otro lado de la calle, conforman el pequeño hábitat de Cristóbal. Él siempre anda por ahí, dentro de ese triángulo que marca el límite de su reino, erguido y sin corona, con la cabeza alta y digna de Duque de la Albahaca, el pelo cano y la cara como las gerias de Lanzarote.

Le pagué cuando más arreciaba la lluvia, pero él apenas sí atendió a lo que le dije. Un hecho insólito sucedía en ese mismo momento dentro de las fronteras de su reino, que es diferencial y tiene su propio idioma, y él estaba a la jugada: el coche blanco de un hombre negro se había quedado tirado justo frente a su portal y tres mecánicos empujaban para meterlo en el taller:

(Traduzco lo que gritó por si hay alguien de Teruel entre ustedes)

-- "¡EL NEGRO CONDUCE Y LOS BLANCOS EMPUJAN!", dijo a voces políticamente incorrecto. En su reino no hay medias tintas ni elecciones, así que él grita lo que le sale de las entrañas y sigue tan erguido. Y luego me dijo:

-- "¡Ea!", sin esconderse. Me hizo bastante gracia y no vi racismo por ningún sitio.

Me recordó a aquella historia sobre el racismo. Dos amigos van por la calle y se para a su lado un coche blanco y roñoso, un Ford Fiesta más viejo que el de mi José, con un motor de esos que oyes, raca, raca, raca, por detrás de ti antes de que llegue a tu altura. Raca, raca, raca. El coche se para y el conductor, que era negro, baja la ventanilla para preguntar por una calle.

-- "¿La calle Azcona?", pregunta con voz grave y gutural. Raca, raca, raca.
-- "¿Cómo?", responde uno de los dos amigos.
-- "Azcona, por favor, me dice la calle Azcona... Por dónde queda y eso".

Y se la acababa de pasar. Se la había dejado atrás por un par de manzanas. Así que uno de los dos amigos, resuelto a echarle una mano al hombre, le dice:

-- "¡Ah! Azcona. Sí, sí... Mira. Sales por aquí a la izquierda y llegas a Francisco Silvela..." Y entonces duda, frunce el ceño y repite. "Eso, a la izquierda, Francisco Silvela, a la derecha, y tiras, tiras, tiras... Pasas por debajo del túnel..."

Y el negro, raca, raca, raca, le interrumpe porque le han dicho hace dos calles que Azcona cae por aquí. Y el amigo, el primero, porque el otro sigue callado como un sepulcro blanqueado, le responde que sí, que está cerca, a cinco minutos. El negro asiente y el samaritano le repite la explicación:

-- "A la izquierda, Francisco Silvela a la derecha y tiras, pasas por debajo del túnel..." Y el negro, con ecolalia, repite la última palabra de cada frase, "del túnel". Raca, raca, raca.
-- "Entonces hay un puente y una indicación a Príncipe de Vergara...".
Y el negro: "de Vergara". Raca, raca, raca.
-- "... y tienes que estar al loro ahí, para girar en seguida a la derecha, en López de Hoyos..."
Y el negro: "De Hoyos". Raca, raca, raca.
-- "Y otra vez a la derecha, pero muy seguido también, la calle Cartagena..."
Y el negro: "Cartagena". Raca, raca, raca.
-- "Después bajas por Cartagena y Azcona es una que la corta. ¿Sí?".
Y el negro: "". Raca, raca, raca.

El negro está desconcertado, deseando volar. Raca, raca, raca. Las explicaciones le ha dejado atónito. No suponía él que fuera tan complicado. El amigo sonríe como quien muerde un geranio, la clásica geranio sonrisa de político falso. El negro asiente, da las gracias y se va, raca, raca, raca. Los amigos le siguen un rato con la mirada y entonces, cuando ya no se oye el motor del Ford Fiesta, el que había permanecido callado dice:

-- "¿Cómo eres tan cabrón? Menuda vuelta que va a dar el pobre hombre".
-- "¡Que se joda el negro!", le responde el amigo.
-- "Pero, tío", replica desconcertado el bienpensante, "no sabía que fueras un racista de mierda".
-- "¿Racista yo? ¡Racista tú! Yo le habría hecho lo mismo a un blanco con un coche negro".

X. Bea-Murguía (dos días, dos y no para de llover, ¡qué gusto!)

Por cierto, hablando de Cristóbal, hoy es el cumpleaños de otro Cristóbal, el de Clemente el mayor. Muchas felicidades y vete preparando el kilt que ya queda poco para el intercambio cultural "Viaje al centro del hígado" (esto no es un plagio, es un préstamo).