El Hombre de la Faria
Queridos amigos:
vengo de Galicia con un torbellino de sensaciones y con tantas cosas que contar que las ideas se me acumulan en la cabeza como la primera helada de la temporada que, veo por mi ventana, se apelmaza ya sobre los cristales de los coches. Creo que esta semana no me van a faltar temas: el fuego, la boda, el octogenario catalanista, un poco de política mezclado con Burgess (¡qué bestia! ¡Qué novelón! ¡Qué grandísimo hijo de puta!)... Un fin de semana tan rico en experiencias que voy a empezar contándoles una anécdota del reciente viaje a la República Dominicaña.
Confesaré primero que me encanta la T4. Con todo lo que se ha dicho de la nueva terminal de Barajas, a mí me parece una pasada de sitio, lo que le faltaba a este país para ser esa mezcla tan deliciosa de la modernidad europeda con Laspaña Cañí, claro que sí. Sus altos techos de catedral contrastan con sus minúsculos ghettos para fumadores, que parecen los confesionarios donde acuden ejércitos de penitentes en busca del perdón, agnus dei qui tollis pecata mundi. Su magnífica tecnología es un maravilloso espectáculo de neones y maquinitas llenas de botoncicos, donde no se perdería ni Paco Martínez Soria, a quien imagino, allí, con la boca abierta en oh perenne y la boina empalmada. La coincidencia de los colores de la bóveda con las puertas de embarque, con ese sublime degradado arco iris que te hace ver, allá, en lontananza, a tomar por culo, tu inmediato destino, el lugar de la siguiente espera.
Me parece una idea feliz, por ejemplo, que los recorridos estén marcados con los minutos que se tarda, supongo yo que a paso lento pero determinado, en cubrirlos, donde se cuentan, por supuesto, las subidas y bajadas en ascensores de cristal, las plataformas y escaleras mecánicas y un trenecito que te habla con cortesía de idiota, como si América hubiera desembarcado, por fin, con todas sus consecuencias en España: "Voy a frenar, nenes, agárrense no vayan a fostiarse", "Alejaos de las puertecitas, queriditos, que no quiero que se os pillen los deditos"... Así me gusta a mí la modernidad, el futuro sin dudas que aclarar que se pone al nivel de la gente para tratarla como lo que es: imbécil e inmadura. ¿Para qué ser adultos con la de problemas que depara?
Nosotros seis, abrumados por la intelegencia domótica del edificio y con las mochilas cargadas de ilusiones y de líquidos, hicimos nuestras correspondientes colas. Tres, para ser exacto. Esto, por lo menos por ahora, no hay tecnología que lo haga desaparecer: la facturación, el embarque y el autobús. Quiso la casualidad que la cola para acceder al autobús que debía llevarnos al avión se cortara justo delante de nosotros y allí nos quedamos los seis, los primeros de la fila, esperando en la plataforma, pasado ya el mostrador del embarque, ante una puerta de cristal sin cerradura, pero con panel númerico de acceso, como si fuera el laboratorio secreto de la CIA.
Esperábamos a que viniera otro autobús, el primero ya había partido lleno, en la extremidad tecnológica de la terminal, haciendo bromas nerviosas, las clásicas antes de un vuelo de casi nueve horas, cuando por el otro lado de la puerta de cristal vimos aparecer a dos operarios, Martínez y el Hombre de la Faria, que venían a abrirnos. El autobús ya esperaba abajo. El contraste era antológico: Martínez con su uniforme gris y su chaleco reflectante y el Hombre de la Faria con un mono azul y una toba de puro en la boca. Créanlo, amigos y amigas, por fin un toque de humanidad en ese monstruo de modernidad que es la T4. Venían ambos sin prisa, departiendo tranquilamente, a liberarnos de nuestro encierro de cristal. El Hombre de la Faria, que rondaría los sesenta, llevaba su puro en la boca como si acabara de llegar, en una máquina del tiempo, de la nostalgia de la antigua Terminal Internacional de Barajas. Yo hice flashback inmediatamente: aquella plataforma de embarque era, en verdad, el túnel del tiempo.
Se plantaron ante la puerta de cristal, chaleco reflectante, puro en boca, y la miraron con extrañeza, como si no hubiera estado en sus planes encontrarla cerrada. Se dijeron algo que no pudimos oír, porque la modernidad es sorda, muda y ciega, consciente de la importancia del secreto, del manejo discreto de la información. El Hombre de la Faria se rascó los huevos... ¡No! Hurgó en el bolsillo de su mono azul, un lugar mágico donde se encuentran soluciones para cualquier problema tecnológico, y ante nuestra atónita mirada sacó...
¡UNA NAVAJA MULTIUSOS!
Suiza ella. ¡Qué maravilla de país! ¡Qué inventos tienen los suizos! Son la pera. Desde aquí les mando unas genuflexiones.
-- "Esto sí que es tecnología punta", debió de decir al operario Martínez. "Tiene dos navajas, una sierra, sacacorchos, pinzas de depilar, mondadientes... ¡Ja, ja, ja!", y bailaba el puro en la comisura.
Empalmó su afilado ordenador personal de mango rojo, ese artilugio sabedor de todos los códigos alfanuméricos, lo introdujo por el resbalón de la puerta y nos abrió el paso, con una sonrisa y el puro bailando en la boca.
-- "¡Ja, ja, ja!".
Sé que es difícil de creer, amigos, pero esto que les refiero es la puta realidad. Tanta T4, tanto edificio inteligente, tanto ghetto para fumador, metros, ascensores, tecnología, modernidad, europedización... Tanta mierda futurista con proclamas constantes por la altavocía (esa voz asexuada que viene de los cielos y que parece Dios mismo diciéndote que no fumes) resumida en la punta de una navaja suiza, algo que sirve para ir de acampada, para afilar un palo, para coser un desgarro en la tienda de campaña o para que Rambo se cure las heridas, para sacarse los hilos de jamón serrano de entre los dientes y que lo mismo abre botellas que puertas secretas.
El invento del siglo ¿que no? Viva Suiza.
X. Bea-Murguía (vendrá un hombre con un mono azul, se rascará los huevos y encontrará una solución para cada problema).
2 Comments:
Real como la vida misma. España país de pandereta ...
Lo de rascarse los cojones es inexacto. Se los exprimen. Yo lo veo y me duele.
Gaitero
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