Esas personas invisibles
Hoy he tenido suerte. Hoy visto a una persona invisible e incluso hasta le he hablado. Y no me tachen de loco los lectores de esta magnifica web-blog-no-se-cuantas-cosas-más. No, no estoy loco.
Yo de siempre he sabido que esas personas invisibles existen. De hecho yo fui una de ellas allá por el año 67 del siglo pasado cuando vivía en París y demás era “un menor” pues apenas llegaba a los 18 años y en aquel entonces en la España de Franco solo eras “mayor de edad” a los 21.
Pues eso, a ver si me dejo de disgresiones y sigo con el tema de que yo fui una persona invisible hace muchos años, pero es que desde entonces yo siempre he visto a las personas que nadie ve e incluso las he saludado, de muchas de ellas sé sus nombres y les suelo comentar algún chascarrillo con bueno humor.
Yo en aquellos años no tenía apenas dinero y mi viaje a Francia estuvo subvencionado con algún trabajillo y una colección de monedas de “dos reales” (cincuenta céntimos se diría hoy) de aquellas que tenían un agujerito en medio que hasta ese momento eran propiedad de mi hermana Rosa Mari.
Para sobrevivir en París tuve que ponerme a trabajar en una cosa muy común por aquellos años para argelinos, tunecinos y ... españoles: de señora de la limpieza. Cuando un franco francés se cambiaba por 12,5 pesetas.
Y allí, cerca de los Campos Elíseos, fue donde descubrí la existencia de esos seres invisibles que son los que cumplen tareas auxiliares en los edificios de las grandes empresas.
Eso éramos la cuadrilla de la limpieza que trabajábamos hasta las 08,00 de la mañana, hora en que entraban empleados con chaqueta y corbata, señoras y señoritas con zapatos de tacón y ejecutivos con chofer.
Absolutamente invisibles para ellos nos los cruzábamos por los pasillos (trotoirs); atravesaban nuestros cuerpos con sus miradas cuando salíamos de los despachos al llegar ellos.
La verdad es que al principio era un cierto desazón mañanero (cuando yo llevaba trabajando desde las 05,00 de la mañana y habría de repetir turno de 18,00 a 22,00) eso de ser invisible, pero acabé acostumbrándome y hasta tenía cierto morbo mirar a las señoras que te gustaban sabiendo que tú para ellas eras invisible dentro de ese edificio.
Pero volviendo al inicio diré que hoy me he cruzado con un chico nuevo del servicio de mantenimiento de nuestras oficinas y como llevaba un bocadillo en la mano simplemente le he dicho: “¡¡buen apetito¡¡” y el muchacho sorprendido –sin duda porque ya se ha acostumbrado a ser invisible- me ha respondido con un “gracias” exclamativo.
La verdad es que hace cuarenta años que yo veo a esas personas invisibles.
Angel García Muñoz
Yo de siempre he sabido que esas personas invisibles existen. De hecho yo fui una de ellas allá por el año 67 del siglo pasado cuando vivía en París y demás era “un menor” pues apenas llegaba a los 18 años y en aquel entonces en la España de Franco solo eras “mayor de edad” a los 21.
Pues eso, a ver si me dejo de disgresiones y sigo con el tema de que yo fui una persona invisible hace muchos años, pero es que desde entonces yo siempre he visto a las personas que nadie ve e incluso las he saludado, de muchas de ellas sé sus nombres y les suelo comentar algún chascarrillo con bueno humor.
Yo en aquellos años no tenía apenas dinero y mi viaje a Francia estuvo subvencionado con algún trabajillo y una colección de monedas de “dos reales” (cincuenta céntimos se diría hoy) de aquellas que tenían un agujerito en medio que hasta ese momento eran propiedad de mi hermana Rosa Mari.
Para sobrevivir en París tuve que ponerme a trabajar en una cosa muy común por aquellos años para argelinos, tunecinos y ... españoles: de señora de la limpieza. Cuando un franco francés se cambiaba por 12,5 pesetas.
Y allí, cerca de los Campos Elíseos, fue donde descubrí la existencia de esos seres invisibles que son los que cumplen tareas auxiliares en los edificios de las grandes empresas.
Eso éramos la cuadrilla de la limpieza que trabajábamos hasta las 08,00 de la mañana, hora en que entraban empleados con chaqueta y corbata, señoras y señoritas con zapatos de tacón y ejecutivos con chofer.
Absolutamente invisibles para ellos nos los cruzábamos por los pasillos (trotoirs); atravesaban nuestros cuerpos con sus miradas cuando salíamos de los despachos al llegar ellos.
La verdad es que al principio era un cierto desazón mañanero (cuando yo llevaba trabajando desde las 05,00 de la mañana y habría de repetir turno de 18,00 a 22,00) eso de ser invisible, pero acabé acostumbrándome y hasta tenía cierto morbo mirar a las señoras que te gustaban sabiendo que tú para ellas eras invisible dentro de ese edificio.
Pero volviendo al inicio diré que hoy me he cruzado con un chico nuevo del servicio de mantenimiento de nuestras oficinas y como llevaba un bocadillo en la mano simplemente le he dicho: “¡¡buen apetito¡¡” y el muchacho sorprendido –sin duda porque ya se ha acostumbrado a ser invisible- me ha respondido con un “gracias” exclamativo.
La verdad es que hace cuarenta años que yo veo a esas personas invisibles.
Angel García Muñoz
Etiquetas: Ángel García Muñoz
4 Comments:
Muy, muy bueno, Angel. Fumate algo.
Gaitero
Cuidadito, que yo al hombre invisible, lo vi antes que tú.
H. G. Wells (el legítimo)
JAJAJAJAJAAJAJAJAJAJ
¡Qué bueno Wells (e.l.)! Me recuerda a la guerra de los Marías.
Javier
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20170706
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