miércoles, enero 02, 2008

Padrijeando

Queridos amigos,

¡esto sí que es empezar el año con buen pie! Mi hija Ana y yo nos compinchamos para que mi mujer se fuera a la ducha y nos dejara tranquilos un rato...

-- ¿Seguro?
-- No, mujer, pero ¿qué le vamos a hacer? Me arriesgaré -y le guiño el ojo a Ana y Ana me guiña el ojo a mí, aunque todavía no ha afinado muy bien lo de guiñar el ojo, pero, en fin, ella sabe que yo sé que si parpadea justo en el momento en que yo le lanzo el gesto de complicidad, eso significa que me está devolviendo el guiño...

Atrévanse a negarlo.

Beatriz se va a la ducha, que, además, se tiene que lavar el pelo y Ana y yo sabemos que eso nos concede, al menos, media hora para dedicarnos a nosotros. ¿Que qué hacemos? Padrijeamos. Esto no se lo digáis a mi mujer, por favor, que no va con ella. Con ella, Ana madrijeará o hará lo que quiera. Conmigo, padrijea.

Mi mujer me grita, ya desde el cuarto de baño, que aproveche para hacer la cama...

-- Vale, vale -respondo yo.

Pero para padrijear como Dios manda la cama debe estar aún deshecha, el atuendo apropiado es el pijama y si uno de los dos no se ha afeitado aún, mucho mejor, aunque, eso sí, bien desayunado se padrijea mucho mejor (no es recomendable padrijear con el estómago vacío porque se generan muchas babas). Así que, con esas condiciones, haciendo caso omiso de las ordenes de la autoridad, Ana y yo nos tumbamos sobre la cama deshecha, pero ya fresquita y ventilada, y nos miramos fijamente, con los ojos muy abiertos, como si nos fuéramos a decir algo realmente importante.

No es el momento. Ahora, estamos estudiando las vocales.

-- A -dice Ana.
-- A -responde su padre.

Vamos por la A, que es su inicial. El mes que viene, o cuando sea, intentaremos la O.

Padrijeando en Año Nuevo por la mañana el tiempo vuela, pero es que hemos hecho un montón de cosas divertidas. Durante la media hora (o más) que hemos estado solos hemos aprendido a imitar a Stevie Wonder. Ana lo hace genial. Me meo de risa.

Nos sacamos la lengua. Yo le digo que ese no es gesto para hacer a un padre, que a un padre hay que tenerle respeto y Ana me vuelve a sacar la lengua y yo le digo que es una descarada. Emulamos el gesto que hace Popeye cuando se come las espinacas, que Ana lo borda (yo me confieso más torpe). Ponemos cara de tortuga hambrienta y, también, cara de sorpresa o cara de "no sé si te voy a resolver el logaritmo neperiano de 23.450'98 o voy a tirarme un pedo". Mucho más sano lo segundo, claro. ¿Dónde va a parar? Además de ponernos caretos y hacernos burla, se padrijea genial agarrándonos de las narices y retorciéndolas. En esto, Ana me lleva mucha delantera... ¡Qué bien retuerce narices! Claro que tiene mucho más que retorcer.




Tengo la sensación de que nos conocemos desde hace mucho, desde antes incluso de su nacimiento, y estoy convencido de que ella lo sabe o lo intuye, como un instinto, algo que va más allá de la niebla que todavía ocupa sus sentidos. Me veo en el fondo de sus ojos de color indefinido, como en un espejo, y atisbo la imagen que ella ya tiene de mí, que es previa a la luz, anterior al conocimiento, que viene de siempre y es para siempre y en este preciso momento en que me he puesto tan profundo y trascendente, Ana me sonríe. Dicen que en los recién nacidos, la sonrisa no es una respuesta a un estímulo sino un simple reflejo. Me da igual. Yo sé que, en el fondo, Ana sonríe porque me ha reconocido.
De pronto, como si media hora fuera un segundo, aparece Beatriz y dice:

-- Pero, ¿no has hecho la cama?
-- No, perdona, es que no hemos tenido tiempo. Hemos estado muy ocupados.
-- ¿Qué habéis hecho? -las mujeres todo lo preguntan.
-- Hemos estado reconociéndonos.

X. Bea-Murguía & Ana

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