Víctimas del todopoderoso Sarlacc
Estimados amigos,
Perdonen la irreverencia, pero yo creo más en pichones que en palomas porque me siento cercano a la línea escéptica de Parménides con aquello de que “el ser es, el no ser no es”, que me dice que de la nada, nada se hace. Con esto no les estoy anunciando el futuro nacimiento de nadie (¡nooooo!), es que salir por Madrid me resulta tan monótono que me entretengo en pensar este tipo de cosas, ya que mantener con los amigos una conversación medianamente fluida es completamente imposible: la música te impide oír y el ambiente sobrecargado te nubla la lectura de labios.
Tampoco es que me aburriera, lo que pasa es que en el momento de este “pensamiento navarro” estaba siendo aplastado contra la pared por un armario vestido con chaqueta de plasticuero. La prenda olía tan a nuevo (¿regalo de Reyes?) que me estaba atacando al estómago, como cuando estás mucho tiempo en un local recién pintado, y, claro, me atacó el desvarío. A chupar la chupa ya no me atreví, porque el nota tenía dos amigos XXL, pero en un momento dado, cuando ya no podía prácticamente ni girar la cabeza, me revolví y les conminé a salir fuera para dirimir nuestras diferencias como hombres. Entre un muro de bíceps armados pude adivinar, al otro lado del pasillo, a unos hermanos fotocopia (faldón salido, cuello gordo, puños fuera, jersey de angora, vaqueros de antes) que se desgañitaban cantando “resistencia, resistencia, esto es la revolución... Somos obreros la clase preferente”, una canción de no sé qué gran artista que va de skatalítico porque vende el lema de Che Guevara (¡Hasta la victoria siempre!) y dice estas cosas tan revolucionarias, pero que no pasa de ser un producto comercial y punto... Me sorprende que, al final del tema, estos niños pijos no gritaran algo del pelo de “¡Hasta la Victoria Secret siempre!”, ¿oseano?
Fue entonces, mientras me deshacía de los tres mamotretos con la mano izquierda en la espalda, que me dio por repasar la filosofía presocrática y se despertó, de nuevo, tras años de letargo, mi curiosidad por el argé de todo, por el sentido de la vida y por la tetas de la rubia de rojo. Así que propiné dos severos mandobles finales (ya saben, mi famoso uno-dos) para rematar al de 150 kilos, me apoyé en la pared, miré a los pijos con los ojos de Clint Eastwood en “Sin perdón” y dije:
-- “Verdaderamente, somos víctimas del Todopoderoso Sarlacc”.
Perdonen que les hable de “La guerra de las Galaxias”, pero este es uno de los puntos flacos de la trilogía original: ¿por qué llamarán “todopoderoso” a un bicharraco que no pasa de ser un puto ojete en el suelo? ¿Qué poder tendrá que lo hace omnipotente? ¿Tirarse pedos? ¿Imaginan algo más desagradable que un bicho que ventosea y come por el mismo orificio? Además, menuda mierda de todopoderoso si tienen que ir a darle de comer... ¿Todopoderoso y no se vale por sí mismo?. Ustedes dirán lo que quieran, pero Sarlacc es como el abuelito mudo que o se acuerdan de él o ayuna.
Sin embargo, el Todopoderoso Sarlacc nos devora. Sé que estoy un poco críptico hoy, pero estuve horas en un bar cuyo principal atractivo es que sólo pinchan música española, algunos temas tan bonitos como el “Lalalá” versión motosierra o, lo que es peor, Hombres G cantado por ellos mismos. Rodeado de algunos de mis mejores amigos, me sentí tan extraño entre las víctimas de Sarlacc que, en un momento dado, di el salto al proscenio y me puse a cantar una jota cargadita de paragoges:
¿O acaso no es esto música española?
Perdonen la irreverencia, pero yo creo más en pichones que en palomas porque me siento cercano a la línea escéptica de Parménides con aquello de que “el ser es, el no ser no es”, que me dice que de la nada, nada se hace. Con esto no les estoy anunciando el futuro nacimiento de nadie (¡nooooo!), es que salir por Madrid me resulta tan monótono que me entretengo en pensar este tipo de cosas, ya que mantener con los amigos una conversación medianamente fluida es completamente imposible: la música te impide oír y el ambiente sobrecargado te nubla la lectura de labios.
Tampoco es que me aburriera, lo que pasa es que en el momento de este “pensamiento navarro” estaba siendo aplastado contra la pared por un armario vestido con chaqueta de plasticuero. La prenda olía tan a nuevo (¿regalo de Reyes?) que me estaba atacando al estómago, como cuando estás mucho tiempo en un local recién pintado, y, claro, me atacó el desvarío. A chupar la chupa ya no me atreví, porque el nota tenía dos amigos XXL, pero en un momento dado, cuando ya no podía prácticamente ni girar la cabeza, me revolví y les conminé a salir fuera para dirimir nuestras diferencias como hombres. Entre un muro de bíceps armados pude adivinar, al otro lado del pasillo, a unos hermanos fotocopia (faldón salido, cuello gordo, puños fuera, jersey de angora, vaqueros de antes) que se desgañitaban cantando “resistencia, resistencia, esto es la revolución... Somos obreros la clase preferente”, una canción de no sé qué gran artista que va de skatalítico porque vende el lema de Che Guevara (¡Hasta la victoria siempre!) y dice estas cosas tan revolucionarias, pero que no pasa de ser un producto comercial y punto... Me sorprende que, al final del tema, estos niños pijos no gritaran algo del pelo de “¡Hasta la Victoria Secret siempre!”, ¿oseano?
Fue entonces, mientras me deshacía de los tres mamotretos con la mano izquierda en la espalda, que me dio por repasar la filosofía presocrática y se despertó, de nuevo, tras años de letargo, mi curiosidad por el argé de todo, por el sentido de la vida y por la tetas de la rubia de rojo. Así que propiné dos severos mandobles finales (ya saben, mi famoso uno-dos) para rematar al de 150 kilos, me apoyé en la pared, miré a los pijos con los ojos de Clint Eastwood en “Sin perdón” y dije:
-- “Verdaderamente, somos víctimas del Todopoderoso Sarlacc”.
Perdonen que les hable de “La guerra de las Galaxias”, pero este es uno de los puntos flacos de la trilogía original: ¿por qué llamarán “todopoderoso” a un bicharraco que no pasa de ser un puto ojete en el suelo? ¿Qué poder tendrá que lo hace omnipotente? ¿Tirarse pedos? ¿Imaginan algo más desagradable que un bicho que ventosea y come por el mismo orificio? Además, menuda mierda de todopoderoso si tienen que ir a darle de comer... ¿Todopoderoso y no se vale por sí mismo?. Ustedes dirán lo que quieran, pero Sarlacc es como el abuelito mudo que o se acuerdan de él o ayuna.
Sin embargo, el Todopoderoso Sarlacc nos devora. Sé que estoy un poco críptico hoy, pero estuve horas en un bar cuyo principal atractivo es que sólo pinchan música española, algunos temas tan bonitos como el “Lalalá” versión motosierra o, lo que es peor, Hombres G cantado por ellos mismos. Rodeado de algunos de mis mejores amigos, me sentí tan extraño entre las víctimas de Sarlacc que, en un momento dado, di el salto al proscenio y me puse a cantar una jota cargadita de paragoges:
“Y en el baile de la plaza-a
Auri no quiero besarte-e
En el baile de la plaza-a
Porque me han dicho en tu pueblo-o
Que te llamas José Aurelio-o-o
Que te llamas José Aurelio-o
Auri no quiero besarte-e
Arrecogiendo patatas
Te he visto el culo
No he visto chimenea
Que eche más humo”
Auri no quiero besarte-e
En el baile de la plaza-a
Porque me han dicho en tu pueblo-o
Que te llamas José Aurelio-o-o
Que te llamas José Aurelio-o
Auri no quiero besarte-e
Arrecogiendo patatas
Te he visto el culo
No he visto chimenea
Que eche más humo”
¿O acaso no es esto música española?
X. Bea-Murguía
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