miércoles, mayo 17, 2006

Un negocio de muerte


Queridos amigos,

desde que el mundo es mundo, la muerte ha sido un negocio de pingüe beneficio para muchos. Les tengo al corriente de esta premisa, por lo que creo que lo que tengo que contarles hoy no les sorprenderá. Ayer asistí a un funeral... Bueno, digamos que llegué en el momento más divertido de la liturgia, el más entretenido y ameno, las cañas de después del pésame a la viuda. El nombre del señor, como decía Valle-Inclán, "finado difunto" no viene a cuento. Sólo puedo decir que yo no lo conocía más que de oídas, que fue un hombre importante en el terreno que yo más me muevo y que las razones que me empujaron a ir a su funeral fueron más laborales que sociales. ¡Lo ven! Eso mismo decía yo. ¡Siempre hay alguien que saca beneficio de la muerte! Es algo natural, consubstancial a la vida, con la que forma una triada que garantiza la perpetuidad: vida, muerte y beneficio.

Bromas aparte, ayer hizo un calor en Madrid como para llevar traje oscuro. Ustedes me entienden. Me pegué una caminata de padre y muy señor mío y no encontré, en toda mi travesía por el desierto (no de 40 años pero de 40 minutos), ni una pequeña ombría arbolada donde recuperar resuello. Así que llegué sediento y, aunque tarde, puntual para el momento en que la gente se organizaba para olvidarse cuanto antes de las penas de la vida y recordar las alegrías de la muerte tomando una caña (o dos), a ser posible con aceitunas (confieso que me comí las del tipo de al lado, porque a nosotros no nos pusieron).

Cuando llegué, con las gafas de sol puestas, mi Toni, que tiene buena vista (aunque presuma de teniente), me llamó la atención sobre la ínfima calidad de las mismas, haciendo un chascarrillo. Yo me defendí clamando por el buen nombre nunca suficientemente defendido de marcas vilipendiadas como Rey-man, Rainman, Gay Ban o Ferarri (que me recuerdan a las zapatillas de deporte que corrían solas en mis tiempos de instituto: aquellas Mike gloriosas o las Hadidas, que eran el colmo del ingenio puesto al servicio del morro).

-- "Mercadillo de Tres Cantos", le dije a Antonio, "unas gafas por seis euros; dos, por cinco cada; tres, por cuatro y te llevas, de promoción, un beso del dueño del puesto".

No pienso justificarme. Bueno, sí. Siempre me compro las gafas de sol en puestos callejeros. ¿Siempre?, se preguntarán. Siempre... Todos los años por estas fechas, para ocultar mis ojos del juicio de otros... Eso quiere decir que, como no estoy acostumbrado a llevarlas, me suele pasar:

1.- Me pongo una cazadora que no usaba desde aquella noche de verano en Galicia, el año pasado, y me encuentro en el bolsillo esas gafas que creía perdidas y que resulta que sólo estaban escondidas... No me extraña. Me tienen miedo. Saben que, conmigo, tienen las horas contadas.

2.- Al sentarme al volante de mi coche noto un crujido de cucaracha gorda bajo mi culo fino. Esto me ha pasado un par de veces y no es broma.

3.- El cristal derecho se harta de mi mirada sucia y decide suicidarse lanzándose al vacío desde la punta de mi nariz. Nadie lo toca, basta el leve empuje de mi pupila. Esto me fastidia porque, generalmente, el cristal que se suicida es en el que se leía la inscripción "Ray-van". A veces se le adelanta la patilla. No tiene explicación.

4.- Me agacho a atarme los zapatos, las gafas se me caen del bolsillo de la camisa, las estoy viendo, pero sin cogerlas, cuando alguien abre una puerta por detrás, me pega en el culo obligándome a dar un paso adelante para mantener el equilibrio que es letal para las gafas.

Puedo seguir describiendo situaciones reales de mi relación con las gafas de sol hasta que se cansen (más, si cabe) de mis chorradas. Comprendan que para este asunto, soy una especie de cruce entre el feo de los Calatrava y Charlot.

Para concluir, Antonio me contó que el otro día vio que vendían bastantes gafas de sol en el mercadillo que hay en la puerta del Cementerio de la Almudena. Tiene sentido. La gente en los entierros usa las gafas de sol para ocultar sus ojos a la muerte, porque en el fondo no ignoran que son precisamente los ojos la primera víctima de las parcas, aquello que antes se vacía de vida, quedando bien fijos, como los de un pescado muerto, bien vacíos como decía Ricardo Reis: "sufro ya el frío de la sombra en que no tendré ojos. La calavera presiento" o el glorioso verso de Pavese que siempre cita mi padre en clase: "Verrà la morte e avrà i tuoi occhi" (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos).

Cualquier dueño de un puesto del mercadillo de la puerta del Cementerio de la Almudena sabe esto. Por eso es un buen negocio vender gafas de sol en las inmediaciones de un entierro... Es como vender palomitas en el cine... Obleas antes de misa... O piedras antes de una lapidación.

Sin embargo, lo más destacable de este negocio de muerte, el mercadillo del cementerio, es que venden ropa de segunda mano... Lagarto, lagarto.

-- "¿Se ve parar a los coches fúnebres sospechosamente detrás de los puestos?", le pregunté a Antonio.

¡Dios Santo! ¡Qué negocio más retorcido! ¿No ven a esa mujer llorando mientras se compra un traje en el puesto: -- "¡Ay Dios mío! Con un traje igualito a este enterré yo a mi Paco"?.

Después, lo pensé mejor y pregunté:

-- "Antonio, ¿te has fijado si en ese mercadillo venden dientes de oro?".

X. Ray-Murguía

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me gustan mas los entierros de las peliculas americanas, donde te dan canapes, no como los españoles que te tienes que pagar la caña y robarle las aceitunas al vecino.

17 mayo, 2006 10:01  
Anonymous Anónimo said...

Con qué gracia y salero cuentas la experiencia de ayer! Fantástico.
Pero ten cuidado con el tema de la Almudena y más con los trajes de segunda mano "igualito que el que llevó mi difunto a su última". Lagarto. Digo cuidado como aquella señora que le dijo al sepulturero que trasladaba con mucha prisa y con grandes saltos (por los accidentes del terreno) el féretro de su finado: "Cuidado que se marea".

(el teniente, que se quedó en sargento).

17 mayo, 2006 10:11  
Anonymous Anónimo said...

Jaaajajajajajaaaaaaaaaaaaa

Doy fe de que me he casado con uno de los hermanos Tonetti. Las situaciones surrealistas que cuenta con sus gafas de sol, sus zapatos en los probadores y las que no sabéis con los relojes, son totalmente ciertas. Con él nunca me aburro.

De lo otro, no hablo. (Lagarto, lagarto)

17 mayo, 2006 11:08  
Anonymous Anónimo said...

Nice....

:-)

17 mayo, 2006 17:19  

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