jueves, diciembre 28, 2006

Esos secretillos


Queridos amigos:

estoy convencido de que todos atesoramos un pequeño catálogo de secretillos que conforman esas manías que tenemos, esas cosillas que hacemos que nunca le contaríamos a nadie. No estoy hablando necesariamente de graves pecados ni de actitudes inmorales y ni de ninguna de esas chorradas en las que yo, además, no creo. Estoy hablando de secretillos, pequeñas actitudes ante la vida, pensamientos que descartamos porque nos avergüenzan, atavismos íntimos a los que obedecemos sin saber realmente por qué. A esos secretillos me refiero.

Resulta ciertamente liberador contar esos secretillos a alguien. Lo digo tan de verdad que yo hoy voy a soltar uno aquí... Bueno, no es mío... Es de un amigo... De un conocido... En fin... Hagan la prueba y verán qué catarsis. Se van a sentir mucho mejor soltando esa piedra de Sísifo y van a ahorrarse todo ese vano esfuerzo por ocultárselo a la censura de la sociedad. Me acuerdo de un compañero de instituto, cuyo nombre es ya remolino de water en mi memoria, que una vez me hizo un largo compendio de las mil maneras que usaba él para practicar el onanismo, algunas tan bizarras, tan estrafalarias y rebuscadas que no sé si se le dije:

--Tío... Eres un enfermo -pero, desde luego, lo pensé forzando la sonrisa. Lo voy a contar porque me quema en la boca. ¿Nos hemos salido ya del horario infantil? ¿No? ¿Hay niños pequeños leyendo este blog? Pues, precisamente por eso:

La conversación comenzó cuando me dijo, con gran naturalidad, que él se la meneaba en clase. Desde ese día, jamás le volví a dar la mano en horas lectivas. Como mucho, para saludarle, le daba unas palmaditas con las yemas de los dedos en el omoplato y a una distancia prudente. Pero la confesión cruda y liberadora que me soltó es mucho más grave: este tipo se ponía de rodillas delante del inodoro y se hacía un bocadillo de salchicha con las tapas del water... Sin más comentarios.

Se me ha ido un poco de las manos, porque no era esto a lo que yo me refería con esos secretillos que cuando se cuentan se siente uno liberado. Este es un pobre enfermo mental del que reírse es una crueldad innecesaria e incorrecta. Sean ustedes compasivos con el pirado este de mierda.

El secretillo que yo iba a contar... Bueno, el secretillo de este otro conocido mío... ¡Que no soy yo! ¡Qué conste!... Este otro se llama José Luis... ¡No vayan a pensar que yo! José Luis es una persona con un estilo de vestir muy indefinido, porque le da igual ocho que ochenta, se pone todo lo que le regalan, combina verde y marrón sin preocuparse, se pone ropa de invierno en verano... Un desastre. Generalmente, a la hora de vestirse, es fiel a dos criterios: lo que está arriba en el cajón y para qué encender la luz que hay que ahorrar energía. De hecho, su mujer piensa que es daltónico y no sólo lo piensa, sino que se lo dice a todo el mundo, porque todavía, aunque parezca mentira, existe en algunas mujeres esa especie de responsabilidad absurda sobre la indumentaria de su marido. Todavía, por modernos y europedos que nos pensemos que somos, está en uso esa frase del acervo femenino español "¡Ay que ver cómo lleva ésa a su marido!". Aunque duela, tiene mucha vigencia en el subconsciente colectivo. A mí... Es decir... A mi amigo, esto no le importa. Me lo ha dicho él.

Voy al tomate. El otro día, como todas la mañanas, mi amigo cogió unos calzoncillos del cajón, que si no pone interés ninguno por lo que se ve, háganse una idea de lo que le importa lo que no se ve. Se hizo con los que estaban arriba, unos azules con manchas (las manchas no son marrones y están en la tela por fuera... Lo sé porque me los enseñó... Y aclaro también que cuando me los enseñó no los llevaba puestos... Es decir, llevaba puestos otros... O eso creo, porque también llevaba pantalones, coño, que todo hay que decirlo). Bueno, es lo mismo. La cuestión es que mi amigo coge sus calzoncillos azules con, hasta ese momento, indefinidas manchas de colores y, de pronto, algo en la prenda le llamó la atención...

-- ¿Conejitos? -se dijo anonadado cuando se percató de que aquellas manchas no eran indefinidas-. ¿Uso yo calzoncillos de conejitos? ¿A mi edad?

Como es natural, mi amigo se mosqueó y llamó a su mujer a gritos:

-- ¡Beatr...! -Esto, no-. ¡José Luisaaaaa! ¡Ven inmediatamente! -y, al cuarto de hora, fue él quien tuvo que ir donde estaba ella con la prueba A en la mano y con tono inquisitorial preguntó-. ¿De quién son estos calzoncillos de conejitos?

-- Tuyos, gilipollas -le dijo su mujer.

-- ¿Ah, sí? -dijo extrañado -¡Coño! No sabía que yo usara calzoncillos de conejitos. ¡Qué vergüenza! ¡Seguro que me los ha regalado tu madre para reírse de mí!
-- Sí, sí -respondió Jose Luisa-. Lo que tú digas.
Y, por supuesto, ese día se los puso.

¡Ven! Ya me siento mucho mejor... Quiero decir, que mi amigo se siente mucho mejor ahora que he contado su secretillo. Hagan la prueba. Cuenten los secretillos de sus amigos.

X. Bea-Murguía (como no sabía cómo ilustrarlo, me he decidido a poner una foto mía en calzoncillos para que vean el estilo que yo gasto de calcetines).
Hoy, que es el día de los inocentes, es el cumpleaños de Iñaki de la Torre, que parece que eligió el día para nacer, y de mi primo Luis. ¡Muchas felicidades!

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

gracias javi

02 enero, 2007 11:28  
Anonymous Anónimo said...

Un compañero mio de clase, queriendo iniciarse sexualmente, no encontró mejor salida que probar con una gallina. ¿Podeis imaginar el revuelo?

09 enero, 2007 11:15  

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