Un neo fauvismo pastagafa
Queridos amigos:
soy alternativo... ¿Qué le voy a hacer? No hace mucho tiempo que fui a un cumpleaños que se celebraba en un local colombiano de Lavapiés. Era la noche del 11 al 12 de septiembre. Lo recuerdo perfectamente porque aquel día aprendí que el fin de año etíope coincide con tan triste fecha. Así somos los alternativos, que llevamos una movida diferente, extraña para los de fuera, en la incansable búsqueda de esa arcadia feliz e hiperbórea que es la originalidad con la que, en ocasiones, uno se topa precisamente cuando deja de buscarla. Resultó que los etíopes que viven en Madrid, da la casualidad, celebraron ese año la nochevieja watusi en ese preciso restaurante colombiano y no en otro y, en fin, ¿qué puedo decir?... ¡Cómo molaron algunos con los watusi! Tan negros, flacos y altos ellos que serían extraordinarios para cambiar bombillas en lugares de difícil acceso. Estaban todos los alternativos allí encantados, pastagafeando con los watusi... ¡Como molamos! ¡Qué alternativos somos! ¡Cuántas envidias vamos a despertar cuando lo contemos en el vermú de La Latina!
No sé si les he contado que, por lo general, el baile y yo somos incompatibles. Lo hemos sido toda la vida, pero lo fuimos más desde que leí "Los tipos duros no bailan", de Norman Mailer. En él, el mafioso Lucky Luciano comparte mesa de un garito nocturno con su chica, Rocky Marciano y dos boxeadores menores. En un momento, el gran jefe señala a uno de los comparsas del campeón y le ordena que baile con la chica. El púgil obedece sumiso, por mucho punch que tuviera, y saca a la chica a bailar. Cuando vuelven, Luciano le ordena lo mismo al otro boxeador, que también obedece. A la tercera, se lo dice a Rocky y el legendario Marciano, con la guardia baja, consiente sin rechistar. Cuando está en la pista con la chica del gran jefe, guardando la distancia para no alterar a Luciano, ésta le pide que lo convenza para que baile con ella. De vuelta en la mesa, Rocky, con tono amistosamente convincente, dice:
-- "Jefe, sea bueno. Saque a la chica a bailar".
Y Lucky Luciano contesta:
-- "Los tipos duros no bailan".
Me encanta.
Así que, como yo no bailo, por más nochevieja etíope que sea, cuando la fiesta se había convertido ya en una niebla en la que no se distinguen las siluetas, tuve la oportunidad de observar desde fuera el rollo alternativo y, de pronto, entre watusi y watusi, me di cuenta de una cosa fundamental: yo no uso gafas de pasta, ni tampoco llevo los pantalones a medio culo para que parezca que se me caen pero que no me doy cuenta; no gasto camisetas con lemas cool ni zapatillas de coloricos chillones; yo no enseño los calzoncillos, como quien no quiere la cosa, por encima de la cintura; no creo en la tolerancia, la solidaridad y la libertad con la amplitud vacía de las proclamas ni, desde luego, me puedo pasar horas metiendo la chapa con "Rayuela" de Cortázar porque no lo he leído. No, amigos, no he leído "Rayuela", aunque una nochevieja watusi pastagafeando en un restaurante colombiano de Lavapiés me hice un máster intensivo sobre la Maga de los cojones hasta el odio intestino. Creo que se lo dije al conferenciante, que no lo había leído, pero a él le daba igual porque la conversación (o, más bien, el soliloquio) no versaba sobre mí, ni sobre Cortázar, ni sobre la Maga, sino sobre él y lo mucho que él había leído. Supondrán que una nochevieja etíope el 11 de septiembre en un restaurante colombiano en Lavapiés con una hora de charla sobre Cortázar fue demasiado para mí. Asentía a mi interlocutor con los párpados y a cabezadas, así que, antes de huir, comenté que me encantaba esa frase de una peli argentina, "El mismo amor, la misma lluvia", creo que se titula (a ver, los listos, que me refuercen la memoria):
-- Me gusta como escribís. Vos tenés algo de Cortázar -dice la chica.
-- Sí, un póster en mi cuarto -responde Ricardo Darín.
Aquella negra noche watusi, rodeado de la movida alternativa, me di cuenta de que, allí, el único verdaderamente alternativo era yo, con mis vaqueros, mi camisa y mi jersey. Todo muy normal. Todo en mí era tan convencional y hasta clásico, que me sentía como un Donatello entre las fieras. Los alternativos, por su parte, iban vestidos como si llevaran puesto el uniforme de un colegio de pago, un colegio de educación alternativa, por supuesto, pero con uniforme. Puestos a elegir, prefiero el fauvismo sin duda, pero esta saturación de neo-fauvismo pastagafa es demasiado para mí. Es como colgar un Matisse en Gran Hermano, como comer todos los días en El Bulli: nada hay que despierte más añoranza por las lentejas de tu mamá.
X. Bea-Murguía (Feliz año a todos).
soy alternativo... ¿Qué le voy a hacer? No hace mucho tiempo que fui a un cumpleaños que se celebraba en un local colombiano de Lavapiés. Era la noche del 11 al 12 de septiembre. Lo recuerdo perfectamente porque aquel día aprendí que el fin de año etíope coincide con tan triste fecha. Así somos los alternativos, que llevamos una movida diferente, extraña para los de fuera, en la incansable búsqueda de esa arcadia feliz e hiperbórea que es la originalidad con la que, en ocasiones, uno se topa precisamente cuando deja de buscarla. Resultó que los etíopes que viven en Madrid, da la casualidad, celebraron ese año la nochevieja watusi en ese preciso restaurante colombiano y no en otro y, en fin, ¿qué puedo decir?... ¡Cómo molaron algunos con los watusi! Tan negros, flacos y altos ellos que serían extraordinarios para cambiar bombillas en lugares de difícil acceso. Estaban todos los alternativos allí encantados, pastagafeando con los watusi... ¡Como molamos! ¡Qué alternativos somos! ¡Cuántas envidias vamos a despertar cuando lo contemos en el vermú de La Latina!
No sé si les he contado que, por lo general, el baile y yo somos incompatibles. Lo hemos sido toda la vida, pero lo fuimos más desde que leí "Los tipos duros no bailan", de Norman Mailer. En él, el mafioso Lucky Luciano comparte mesa de un garito nocturno con su chica, Rocky Marciano y dos boxeadores menores. En un momento, el gran jefe señala a uno de los comparsas del campeón y le ordena que baile con la chica. El púgil obedece sumiso, por mucho punch que tuviera, y saca a la chica a bailar. Cuando vuelven, Luciano le ordena lo mismo al otro boxeador, que también obedece. A la tercera, se lo dice a Rocky y el legendario Marciano, con la guardia baja, consiente sin rechistar. Cuando está en la pista con la chica del gran jefe, guardando la distancia para no alterar a Luciano, ésta le pide que lo convenza para que baile con ella. De vuelta en la mesa, Rocky, con tono amistosamente convincente, dice:
-- "Jefe, sea bueno. Saque a la chica a bailar".
Y Lucky Luciano contesta:
-- "Los tipos duros no bailan".
Me encanta.
Así que, como yo no bailo, por más nochevieja etíope que sea, cuando la fiesta se había convertido ya en una niebla en la que no se distinguen las siluetas, tuve la oportunidad de observar desde fuera el rollo alternativo y, de pronto, entre watusi y watusi, me di cuenta de una cosa fundamental: yo no uso gafas de pasta, ni tampoco llevo los pantalones a medio culo para que parezca que se me caen pero que no me doy cuenta; no gasto camisetas con lemas cool ni zapatillas de coloricos chillones; yo no enseño los calzoncillos, como quien no quiere la cosa, por encima de la cintura; no creo en la tolerancia, la solidaridad y la libertad con la amplitud vacía de las proclamas ni, desde luego, me puedo pasar horas metiendo la chapa con "Rayuela" de Cortázar porque no lo he leído. No, amigos, no he leído "Rayuela", aunque una nochevieja watusi pastagafeando en un restaurante colombiano de Lavapiés me hice un máster intensivo sobre la Maga de los cojones hasta el odio intestino. Creo que se lo dije al conferenciante, que no lo había leído, pero a él le daba igual porque la conversación (o, más bien, el soliloquio) no versaba sobre mí, ni sobre Cortázar, ni sobre la Maga, sino sobre él y lo mucho que él había leído. Supondrán que una nochevieja etíope el 11 de septiembre en un restaurante colombiano en Lavapiés con una hora de charla sobre Cortázar fue demasiado para mí. Asentía a mi interlocutor con los párpados y a cabezadas, así que, antes de huir, comenté que me encantaba esa frase de una peli argentina, "El mismo amor, la misma lluvia", creo que se titula (a ver, los listos, que me refuercen la memoria):
-- Me gusta como escribís. Vos tenés algo de Cortázar -dice la chica.
-- Sí, un póster en mi cuarto -responde Ricardo Darín.
Aquella negra noche watusi, rodeado de la movida alternativa, me di cuenta de que, allí, el único verdaderamente alternativo era yo, con mis vaqueros, mi camisa y mi jersey. Todo muy normal. Todo en mí era tan convencional y hasta clásico, que me sentía como un Donatello entre las fieras. Los alternativos, por su parte, iban vestidos como si llevaran puesto el uniforme de un colegio de pago, un colegio de educación alternativa, por supuesto, pero con uniforme. Puestos a elegir, prefiero el fauvismo sin duda, pero esta saturación de neo-fauvismo pastagafa es demasiado para mí. Es como colgar un Matisse en Gran Hermano, como comer todos los días en El Bulli: nada hay que despierte más añoranza por las lentejas de tu mamá.
X. Bea-Murguía (Feliz año a todos).
1 Comments:
Muy feliz año a todos. Aprovecho la ocasión que este modélico blog me brinda para declarar que los gafapasta tampoco han leído Rayuela, según decanto de mi triste experiencia con unos cuantos, y para loar al gran Viruete (viruete.com)diseccionador de tan repelentes especímenes.Los gafapasta son un invento de las ópticas, que nunca imaginaron tal venta de cristales sin graduar.
El otro ciudadabo anónimo (no el uno, sino el otro)
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