Muerto el perro...
A ver cómo te lo cuento.
Cuando fuimos a por ese perro, no podíamos ver nada de lo que no hay. Ni en él, ni en ninguno de los suyos. Ellos no son como nosotros, que llevamos siglos sometidos a la misma clase de opresión, aunque la hayan ejercido con distintas caras, a veces con apariencia amable, y con distintos medios. Nos han enseñado muy bien, a base de palos, y ya no diferenciamos: para mí un perro es un perro, lleve el collar que lleve y, en una guerra, en una revolución, sabemos que nos la jugamos, que es "nosotros o ellos", por lo que no hay sitio para el remordimiento.
Así que, como decía, cuando fuimos a buscarlo, a la puerta de su casa, y lo metimos en nuestro coche a punta de pistola, yo no desperdicié ni un solo segundo en mirarle. Para mí no tenía cara, pero si tuviera, sería la misma que la de todos los fascistas. En ese momento, él era un objetivo, un paso más en la lucha por la libertad que nos veíamos obligados a dar, porque es la salida que nos han dejado, la única manera de sacudirnos esta democracia ficticia de encima.
¿Que si lloró? Joder que sí. Lloró y lloró. Estuvo lloriqueando todo el puto camino. Le oíamos perfectamente, pero no consiguió lo que se proponía. Ya estábamos avisados. Habíamos sido advertidos contra esa estrategia de la rata que te hace creer que está herida para morderte la mano cuando te acercas y pegarte la rabia. Cumplimos con nuestro deber de soldados: obedecimos al pie de la letra las órdenes, ni interpretamos ni tuvimos iniciativa. Nosotros somos soldados y nuestra misión, la libertad.
Tuvimos retenido al perro, que era lo que nos habían ordenado. "Lo lleváis al agujero y lo mantenéis allí hasta nueva orden". Eso es lo que nos habían dicho y eso es lo que hicimos. Eso sí: nada de hablar con él. Ni una palabra. Son listos estos mamporreros del Estado y no se les puede dar pistas. La dirección siempre nos lo dice, no hay que subestimar al enemigo. Tantos siglos de opresión al pueblo no se pueden mantener siendo tonto. Los lacayos del Estado están bien entrenados, así que ni acercarse. Ni pan, oyes. Es una manera de hablar: comida, bebida, pero ni una puta palabra. Ni dicha ni escuchada. Ellos consiguen convencerte. Se ponen llorones: "tengo familia, mi madre, yo qué os he hecho...". Cantos de sirena.
-- ¡De sobra sabes tú lo que has hecho! ¡Perro! ¡Fascista! –le dije yo el sábado por la mañana, porque no aguantaba más su lloriqueo. Estos fascistas son gallitos hasta que se ven cara a cara con los soldados de la libertad. Entonces se les escapa la valentía, lágrima a lágrima.
Estuvimos todo el fin de semana esperando noticias. Como no las había, ni un movimiento, ni salir de la casa. Nada que pudiera levantar sospechas. Sabíamos que la policía y los traidores al pueblo (esa panda de cipayos de mierda, asalariados y estómagos agradecidos), andaban como locos olisqueando el monte, registrando casas, amenazando a aldeanos y, a buen seguro, torturando a compañeros de lucha para encontrarnos, pero nuestro paradero era sumamente secreto. Pensando en esto, casi se me escapó una sonrisita. La sensación era agridulce. ¡Que inútiles!
¿Qué van a encontrar? Si son unos mataos. Unos perros. Lo único que saben hacer es dar de hostias a las viejas, amenazar con que se van a follar a sus hijas y hermanas y esas cosas que te dicen para que entres por el aro de su puto simulacro de democracia. Anda y que les den. Si un día tengo que pasar yo por eso, que no se crean que me voy a achicar. Estoy preparado para la peor de las torturas.
Al perro llorón lo mantuvimos dos días. ¡El coñazo que dio! No paró de lloriquear ni de gemir en todo el fin de semana, como un cerdo al que acabaran de clavar el cuchillo. Supongo que se lo olía. ¿Por qué yo?, aunque ya era más un susurro desesperado, como si se lo preguntara a sí mismo, ¿por qué yo? Estábamos incomunicados. No pusimos ni la tele para escuchar las mentiras que estuvieran diciendo sobre nosotros. De sobra sabíamos ya lo que estarían diciendo estos manipuladores fascistas.
El domingo hacía un día cojonudo, de playa. Estuvimos ahí más aburridos que el copón, hasta que recibimos la orden después de comer. El fascista de mierda del presidente había decidido que acabáramos con su lacayo. Era su decisión. Nunca entenderé a esta gente que no es capaz de llegar a un acuerdo, que son incapaces de hablar como personas. Sólo saben morder... Pues esta vez les tocaba sufrir a ellos. Insisto: lo íbamos a matar por decisión del gobierno.
Cogimos al perro, que seguía llorando como una maricona sin ninguna dignidad, y nos lo llevamos al monte, al sitio señalado, que estaba a media hora en coche. Aunque el tonito seguía siendo igual de machacón, por lo menos había cambiado de pregunta. Ahora, en vez de ¿por qué yo? ¿por qué yo?, lo que decía todo el rato era: ¿dónde me lleváis? ¿dónde me lleváis? Machaca que te machaca. Eso sí. Nosotros, ni palabra. Ni una explicación. Me dieron ganas de darme la vuelta y gritarle en su cara de cerdo: “vas a comer parte de la mierda que los tuyos han hecho comer a este pueblo durante siglos”, pero la otra respuesta que le había dado ya me había costado una charla y me mordí la lengua.
Lo llevamos al bosque. No podíamos sentir por él más compasión que por un perro rabioso y muerto el perro... Ya se sabe. No llegamos al sitio indicado, que era en una parte más profunda del bosque, porque nada más entrar se clavó en el suelo de rodillas y se negó a avanzar más. Esto nos puso un poco nerviosos así que ni siquiera le obligamos a que pidieran perdón por sus crímenes. El muy idiota sólo decía “No, por favor, os lo suplico, no, por favor, os lo suplico”, como un disco rayado. Sabíamos que iba a ser así y no nos afectó para nada. Somos buenos soldados.
Yo pensé, antes de dispararle dos veces en esa cabeza llena de mierda, en los compañeros muertos a manos de sus compinches, sin compasión, sin oportunidad... PAM... Sin esperanza... PAM... Sin futuro. Y cuando estaba en el suelo, le susurré al oído: ¡Revolución! ¡Libertad! ¡Fascista de mierda! Y le habría dicho más cosas de no estar este pesado tirándome del brazo para que nos fuéramos corriendo. ¡Vaya valentía!
Luego la televisión, mintiendo como siempre, empezó a decir que lo habían encontrado vivo y que se podía salvar y durante cinco horas estuvieron mandando ese mensaje para calentar a la gente y no sé cuántas mentiras más que el pueblo, por supuesto, no se creyó. La dirección, por si acaso, nos hizo cruzar hasta que la cosa se calmara. Por el camino, nos reprocharon que lo hubiéramos dejado vivo, que no comprobáramos que estuviera muerto.
-- Es propaganda –aseguré-. Nos quieren meter miedo para ver si nos precipitamos. Te juro que estaba tieso.
Por eso, ahora, después de aquel intenso y glorioso fin de semana en que dimos una demostración tan grande de fuerza, no entiendo este empeño por hablar. De qué se puede hablar con esta gentuza, con los asesinos del pueblo, con los torturadores. ¿Hablar de qué? El único lenguaje que entienden los perros es el del palo, así que el pueblo sólo debería hablar con ellos, cuando estuvieran de rodillas suplicando, como ese cerdo al que nunca vi la cara. Y la única pregunta que se les puede hacer es ésta:
-- ¿Os vais a ir de mi país u os echo yo? ¡Fascistas de mierda!
Cuando fuimos a por ese perro, no podíamos ver nada de lo que no hay. Ni en él, ni en ninguno de los suyos. Ellos no son como nosotros, que llevamos siglos sometidos a la misma clase de opresión, aunque la hayan ejercido con distintas caras, a veces con apariencia amable, y con distintos medios. Nos han enseñado muy bien, a base de palos, y ya no diferenciamos: para mí un perro es un perro, lleve el collar que lleve y, en una guerra, en una revolución, sabemos que nos la jugamos, que es "nosotros o ellos", por lo que no hay sitio para el remordimiento.
Así que, como decía, cuando fuimos a buscarlo, a la puerta de su casa, y lo metimos en nuestro coche a punta de pistola, yo no desperdicié ni un solo segundo en mirarle. Para mí no tenía cara, pero si tuviera, sería la misma que la de todos los fascistas. En ese momento, él era un objetivo, un paso más en la lucha por la libertad que nos veíamos obligados a dar, porque es la salida que nos han dejado, la única manera de sacudirnos esta democracia ficticia de encima.
¿Que si lloró? Joder que sí. Lloró y lloró. Estuvo lloriqueando todo el puto camino. Le oíamos perfectamente, pero no consiguió lo que se proponía. Ya estábamos avisados. Habíamos sido advertidos contra esa estrategia de la rata que te hace creer que está herida para morderte la mano cuando te acercas y pegarte la rabia. Cumplimos con nuestro deber de soldados: obedecimos al pie de la letra las órdenes, ni interpretamos ni tuvimos iniciativa. Nosotros somos soldados y nuestra misión, la libertad.
Tuvimos retenido al perro, que era lo que nos habían ordenado. "Lo lleváis al agujero y lo mantenéis allí hasta nueva orden". Eso es lo que nos habían dicho y eso es lo que hicimos. Eso sí: nada de hablar con él. Ni una palabra. Son listos estos mamporreros del Estado y no se les puede dar pistas. La dirección siempre nos lo dice, no hay que subestimar al enemigo. Tantos siglos de opresión al pueblo no se pueden mantener siendo tonto. Los lacayos del Estado están bien entrenados, así que ni acercarse. Ni pan, oyes. Es una manera de hablar: comida, bebida, pero ni una puta palabra. Ni dicha ni escuchada. Ellos consiguen convencerte. Se ponen llorones: "tengo familia, mi madre, yo qué os he hecho...". Cantos de sirena.
-- ¡De sobra sabes tú lo que has hecho! ¡Perro! ¡Fascista! –le dije yo el sábado por la mañana, porque no aguantaba más su lloriqueo. Estos fascistas son gallitos hasta que se ven cara a cara con los soldados de la libertad. Entonces se les escapa la valentía, lágrima a lágrima.
Estuvimos todo el fin de semana esperando noticias. Como no las había, ni un movimiento, ni salir de la casa. Nada que pudiera levantar sospechas. Sabíamos que la policía y los traidores al pueblo (esa panda de cipayos de mierda, asalariados y estómagos agradecidos), andaban como locos olisqueando el monte, registrando casas, amenazando a aldeanos y, a buen seguro, torturando a compañeros de lucha para encontrarnos, pero nuestro paradero era sumamente secreto. Pensando en esto, casi se me escapó una sonrisita. La sensación era agridulce. ¡Que inútiles!
¿Qué van a encontrar? Si son unos mataos. Unos perros. Lo único que saben hacer es dar de hostias a las viejas, amenazar con que se van a follar a sus hijas y hermanas y esas cosas que te dicen para que entres por el aro de su puto simulacro de democracia. Anda y que les den. Si un día tengo que pasar yo por eso, que no se crean que me voy a achicar. Estoy preparado para la peor de las torturas.
Al perro llorón lo mantuvimos dos días. ¡El coñazo que dio! No paró de lloriquear ni de gemir en todo el fin de semana, como un cerdo al que acabaran de clavar el cuchillo. Supongo que se lo olía. ¿Por qué yo?, aunque ya era más un susurro desesperado, como si se lo preguntara a sí mismo, ¿por qué yo? Estábamos incomunicados. No pusimos ni la tele para escuchar las mentiras que estuvieran diciendo sobre nosotros. De sobra sabíamos ya lo que estarían diciendo estos manipuladores fascistas.
El domingo hacía un día cojonudo, de playa. Estuvimos ahí más aburridos que el copón, hasta que recibimos la orden después de comer. El fascista de mierda del presidente había decidido que acabáramos con su lacayo. Era su decisión. Nunca entenderé a esta gente que no es capaz de llegar a un acuerdo, que son incapaces de hablar como personas. Sólo saben morder... Pues esta vez les tocaba sufrir a ellos. Insisto: lo íbamos a matar por decisión del gobierno.
Cogimos al perro, que seguía llorando como una maricona sin ninguna dignidad, y nos lo llevamos al monte, al sitio señalado, que estaba a media hora en coche. Aunque el tonito seguía siendo igual de machacón, por lo menos había cambiado de pregunta. Ahora, en vez de ¿por qué yo? ¿por qué yo?, lo que decía todo el rato era: ¿dónde me lleváis? ¿dónde me lleváis? Machaca que te machaca. Eso sí. Nosotros, ni palabra. Ni una explicación. Me dieron ganas de darme la vuelta y gritarle en su cara de cerdo: “vas a comer parte de la mierda que los tuyos han hecho comer a este pueblo durante siglos”, pero la otra respuesta que le había dado ya me había costado una charla y me mordí la lengua.
Lo llevamos al bosque. No podíamos sentir por él más compasión que por un perro rabioso y muerto el perro... Ya se sabe. No llegamos al sitio indicado, que era en una parte más profunda del bosque, porque nada más entrar se clavó en el suelo de rodillas y se negó a avanzar más. Esto nos puso un poco nerviosos así que ni siquiera le obligamos a que pidieran perdón por sus crímenes. El muy idiota sólo decía “No, por favor, os lo suplico, no, por favor, os lo suplico”, como un disco rayado. Sabíamos que iba a ser así y no nos afectó para nada. Somos buenos soldados.
Yo pensé, antes de dispararle dos veces en esa cabeza llena de mierda, en los compañeros muertos a manos de sus compinches, sin compasión, sin oportunidad... PAM... Sin esperanza... PAM... Sin futuro. Y cuando estaba en el suelo, le susurré al oído: ¡Revolución! ¡Libertad! ¡Fascista de mierda! Y le habría dicho más cosas de no estar este pesado tirándome del brazo para que nos fuéramos corriendo. ¡Vaya valentía!
Luego la televisión, mintiendo como siempre, empezó a decir que lo habían encontrado vivo y que se podía salvar y durante cinco horas estuvieron mandando ese mensaje para calentar a la gente y no sé cuántas mentiras más que el pueblo, por supuesto, no se creyó. La dirección, por si acaso, nos hizo cruzar hasta que la cosa se calmara. Por el camino, nos reprocharon que lo hubiéramos dejado vivo, que no comprobáramos que estuviera muerto.
-- Es propaganda –aseguré-. Nos quieren meter miedo para ver si nos precipitamos. Te juro que estaba tieso.
Por eso, ahora, después de aquel intenso y glorioso fin de semana en que dimos una demostración tan grande de fuerza, no entiendo este empeño por hablar. De qué se puede hablar con esta gentuza, con los asesinos del pueblo, con los torturadores. ¿Hablar de qué? El único lenguaje que entienden los perros es el del palo, así que el pueblo sólo debería hablar con ellos, cuando estuvieran de rodillas suplicando, como ese cerdo al que nunca vi la cara. Y la única pregunta que se les puede hacer es ésta:
-- ¿Os vais a ir de mi país u os echo yo? ¡Fascistas de mierda!
Etiquetas: Política
12 Comments:
Joder.
.... y tanto..... joder....
Supongo que es un relato del asesinato de Miguel Angel Blanco, ¿no?
Por curiosidad.... ¿es ficción o transcripción?
Vaya por delante que si es lo primero no dudo que lo segundo se parecería muchísimo.....
Debo de ser un ingénuo, porque aún me asombra esa manera de pensar.
Lo puedo entender (que no aprobar) en un habitante de los territorios ocupados en palestina, o en cualquier otro caso parecido donde la muerte, la pobreza y la injusticia son un rico pasto para los fanatismos..... pero.....
¿que coño puede pasar para que un tipo nacido en un sitio tan normal como el Pais Vasco llegue a esa retorcida concepción de la realidad?
En fin.... extraña criatura el hombre (y la mujer, claro)
La mujer más, que lleva bragas.
Segismundo Canalillo Occipucio (Ex asesor de imagen de Miguel Sebastián)
Clap, clap, clap... Todavía tengo los pelos de punta. Enhorabuena Javier, hoy te has salido con la entrada. Lo que me jode es que paguemos por bodrios premiados (como el que estoy leyendo yo ahora, que es una vergüenza)y que esto que has escrito se nos quede para unos pocos (lo que me parece una auténtica lástima).
Bastante bueno el tema,estoy con Beach...
Hormon
Sin palabras.
Sin comentarios.
Íbero
¿Me autorizas a enlazarlo en un foro dónde estamos hablando de actualidad y política? Citando la fuente, por supuesto.
Íbero
QJones, lo que me dejan.
Juan, es ficción pero, por lo que he vivido y visto, no creo que se alejara mucho de la realidad. Por supuesto, también puede ser que sea una gilipollez, pero de otra forma, como tú, yo tampoco lo entiendo.
A los demás, gracias.
Me alegro de que os guste.
Íbero, haz lo que quieras, por supuesto.
Abrazos y besos
Javier
Impresionante, Txabi, te superas día a día.
Aunque la verdad, no creo que ese hijo puta pensara en fascistas, lucha y revolución.
Seguramente pensaría en la pasta que se iba a enbolsar por el "trabajito".
A estas alturas, los terroristas de ETA no son idealistas, son mercenarios que han encontrado en el tiro en la nuca una forma de ingreso.
Un abrazo y enhorabuena de nuevo.
Gunter Prien.
Impresionante
Ayer me alegraste la mañana, pero hoy.......vuelta a la realidad...
Valiente post. Sí, señor. Habrá quien lo malinterprete, pero hacía falta.
P.S: Si lo leyera un etarra, también le gustaría. Y eso me genera un escalofrío.
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