...se acabó la rabia
A ver cómo te lo cuento.
Tenías que haber visto a este tío palurdo cuando fuimos a buscar al chaval a su casa. ¿De dónde coño ha salido? Al principio me hacía gracia, como un mono de feria que hace todo lo que le dicen. Después, ya no me hizo tanta gracia... Ninguna... Salió del coche con la pistola en la mano, como si estuviéramos en una de policías de Nueva York, ¿no sabes?, y le plantó el cañón en la cabeza y le dijo: "Al coche, perro, cábrón", pero con mucho teatro, con mucha ostentación, tanto que estuve a punto de preguntarle que por qué no ponía un anuncio.
Mi cometido era aparentemente más fácil. Sólo tenía que ponerle la capucha, lo que, en principio, puede parecer sencillo, pero, claro, tiene un peligro, ¿no sabes? Y es lo que pasó, que este tío palurdo le apretó la pistola en el coco y yo, rápido, rápido, le fui a poner la capucha, cuando, en ese momento, se giró y, pum, me clavó todo el miedo de su mirada y me desarmó por completo. Me quedé mirándole absorto, dudando durante el segundo que tarda en contagiarse el terror y sólo el "venga, venga, venga" del palurdo, arrastrando hasta el coche al chaval con los ojos velados por la lana, me sacudió las ganas de salir corriendo. Ese fue el instante.
El trayecto hasta el agujero fue horrible. Malo, malo. Nos dijeron bien claro que estuviéramos callados, que no le diéramos ni media pista, que lo metiéramos en el coche y lo lleváramos hasta el lugar escogido sin siquiera hablar entre nosotros. El día antes yo pensaba que todo iba a ser muy emocionante, ¿no sabes? Pero no. La única sensación que sentí fue miedo y ya no sabía si era mi propio miedo o el miedo del chaval que iba gimoteando en la parte de atrás, tirado en el suelo como un bulto, como una alfombra robada. Eso era: un bulto. Eso tenía que haber sido todo el fin de semana. Un bulto, un algo, un qué... Pero no esos ojos ni esa mirada.
Así que todas las buenas expectativas del fin de semana se fueron a la mierda. Fue un puto calvario. Deseé haber estado en cualquier otro sitio... Yo qué sé... ¡Hasta en el cuartelillo! Me tragué todo el ideario político del palurdo, que me sabía de memoria porque lo había oído mil veces, porque yo mismo lo había recitado de memoria otras mil veces más. Fue curioso, porque todas aquellas ideas y proclamas recitadas por este, de pronto, me parecieron falsas. Lo vi todo con otros ojos, ¿no sabes? El discurso del palurdo se me antojó regurgitado, palabras e ideas que no eran mías, rumiadas, que yo había tragado sin digerir y que, además, carecían de sentido. Me di cuenta de que estaban vacías.
Después, como el pobre chaval, lógicamente, no paró de suplicar en todo el fin de semana, el muy imbécil le soltó una frase hecha, una muy patriótica, de estas que hacen que dejes de creer, ¿no sabes? porque era innecesario. Yo no creo en esto. Pensaba que sí, pero no. El palurdo se acercó al chaval y le llamó perro fascista, o algo así, y le dijo: "No te hagas el inocente", o no sé, una gilipollez peliculera parecida que hizo que la acción pasara a ser algo de pandereta, un teatrillo. ¡Por Dios! Sólo era un chaval de pueblo.
Por supuesto, le eché la bronca. Al principio se la iba a echar por hablarle, pero después me vi a mí mismo diciendo cosas sobre el ensañamiento innecesario y la compasión y el miedo. Le pregunté, lógicamente, que si se había pensado que no teníamos detenido al jefe de los cipayos, que se dejara de películas, que no era más que un pobre chaval de pueblo. Yo lo veía así ¿no sabes?. No era más que un simple peón, una víctima necesaria, vale. Al palurdo, para defenderse, sólo se le ocurrían frases hechas: tortura, opresión, democracia ficticia y muerto el perro...
-- Sí, pero a un perro rabioso se le mata de un sólo golpe, sin hacerle sufrir innecesariamente ¿no?
-- No me des la brasa -me respondió.
El fin de semana se me hizo eterno. Entre los lamentos del chaval, las proclamas del palurdo y que no podía dejar de pensar en su mirada, ¿no sabes? Largo, largo. No había tele. Había cuatro libros que ni me interesaban. Una revista medio rota. No podíamos salir, ni llamar la atención de ninguna manera. Sabíamos que estaban peinando todo el país buscándonos, así que teníamos que ser discretos, no podía haber movimiento en la casa. Comimos latas y, prácticamente, no salimos de la habitación. Ya digo, 48 horas largas, largas.
El domingo hizo el día más brillante, luminoso y soleado que recuerdo. Esto me ayudó un poco. Vi el final del túnel, por decirlo de alguna manera, ¿no sabes? A mediodía recibimos la orden. El palurdo se exaltó del todo y empezó a decir que todo era culpa del gobierno fascista, que no eran razonables, que... En fin. Todo ese rollo. No le escuchaba desde la discusión del sábado.
Lo llevábamos al sitio indicado pero, claro, el chaval se lo sabía y cuando no habíamos andado ni cien metros dentro del bosque, se echó al suelo, se tumbó y no quiso avanzar más. Fue listo. Si me vais a matar, me tendréis que arrastrar. Ya no lloraba ni gemía ni suplicaba. No se puso de rodillas, como después contó el palurdo delante de la dirección. Se tumbó y se intentó dar la vuelta, para mirarnos mientras nos lo cargábamos, pero eso lo impedí yo. El palurdo estaba muy nervioso. Nos miramos. No supimos qué hacer durante unos segundos. Yo ni siquiera miraba al "bulto", por si me volvía a clavar los ojos. Estaba mirando alrededor, si ver nada, cuando... Pam pam... Veo que el palurdo le ha disparado y le está diciendo algo al oído.
-- ¡Déjalo! ¡Vámonos, coño! ¡Ya le has disparado! ¿no? ¡Pues, vamos!
Estaba vivo. Lo sabíamos de sobra. Los dos lo sabíamos. Lo sabíamos, pero nos fuimos. Después se lío una buena. La dirección nos echó la bronca por no rematarle y durante cinco o seis horas, fue una tortura, en parte porque nos dijeron que habíamos fallado y tuvimos que cruzar a toda leche.
En mí se daba una contradicción que era un sentimiento nuevo. Durante esas cinco horas, a raíz de ese cruce de miradas, yo estaba deseando que el chaval saliera adelante. Sabía que eso facilitaría mi detención, pero, aún así... Hay cárceles al aire libre cuyos barrotes son inmunes a la lima. A lo mejor es que he compartido su miedo, lo he sentido como si fuera mío, ¿no sabes? Sé que es absurdo, que el torturador no puede sentir el dolor del torturado, pero ese fin de semana a mí se me dio la vuelta el mundo, como un puto calcetín.
Eso es lo que me pasa, que ya no pienso igual, pero ahora no tengo salida.
Tenías que haber visto a este tío palurdo cuando fuimos a buscar al chaval a su casa. ¿De dónde coño ha salido? Al principio me hacía gracia, como un mono de feria que hace todo lo que le dicen. Después, ya no me hizo tanta gracia... Ninguna... Salió del coche con la pistola en la mano, como si estuviéramos en una de policías de Nueva York, ¿no sabes?, y le plantó el cañón en la cabeza y le dijo: "Al coche, perro, cábrón", pero con mucho teatro, con mucha ostentación, tanto que estuve a punto de preguntarle que por qué no ponía un anuncio.
Mi cometido era aparentemente más fácil. Sólo tenía que ponerle la capucha, lo que, en principio, puede parecer sencillo, pero, claro, tiene un peligro, ¿no sabes? Y es lo que pasó, que este tío palurdo le apretó la pistola en el coco y yo, rápido, rápido, le fui a poner la capucha, cuando, en ese momento, se giró y, pum, me clavó todo el miedo de su mirada y me desarmó por completo. Me quedé mirándole absorto, dudando durante el segundo que tarda en contagiarse el terror y sólo el "venga, venga, venga" del palurdo, arrastrando hasta el coche al chaval con los ojos velados por la lana, me sacudió las ganas de salir corriendo. Ese fue el instante.
El trayecto hasta el agujero fue horrible. Malo, malo. Nos dijeron bien claro que estuviéramos callados, que no le diéramos ni media pista, que lo metiéramos en el coche y lo lleváramos hasta el lugar escogido sin siquiera hablar entre nosotros. El día antes yo pensaba que todo iba a ser muy emocionante, ¿no sabes? Pero no. La única sensación que sentí fue miedo y ya no sabía si era mi propio miedo o el miedo del chaval que iba gimoteando en la parte de atrás, tirado en el suelo como un bulto, como una alfombra robada. Eso era: un bulto. Eso tenía que haber sido todo el fin de semana. Un bulto, un algo, un qué... Pero no esos ojos ni esa mirada.
Así que todas las buenas expectativas del fin de semana se fueron a la mierda. Fue un puto calvario. Deseé haber estado en cualquier otro sitio... Yo qué sé... ¡Hasta en el cuartelillo! Me tragué todo el ideario político del palurdo, que me sabía de memoria porque lo había oído mil veces, porque yo mismo lo había recitado de memoria otras mil veces más. Fue curioso, porque todas aquellas ideas y proclamas recitadas por este, de pronto, me parecieron falsas. Lo vi todo con otros ojos, ¿no sabes? El discurso del palurdo se me antojó regurgitado, palabras e ideas que no eran mías, rumiadas, que yo había tragado sin digerir y que, además, carecían de sentido. Me di cuenta de que estaban vacías.
Después, como el pobre chaval, lógicamente, no paró de suplicar en todo el fin de semana, el muy imbécil le soltó una frase hecha, una muy patriótica, de estas que hacen que dejes de creer, ¿no sabes? porque era innecesario. Yo no creo en esto. Pensaba que sí, pero no. El palurdo se acercó al chaval y le llamó perro fascista, o algo así, y le dijo: "No te hagas el inocente", o no sé, una gilipollez peliculera parecida que hizo que la acción pasara a ser algo de pandereta, un teatrillo. ¡Por Dios! Sólo era un chaval de pueblo.
Por supuesto, le eché la bronca. Al principio se la iba a echar por hablarle, pero después me vi a mí mismo diciendo cosas sobre el ensañamiento innecesario y la compasión y el miedo. Le pregunté, lógicamente, que si se había pensado que no teníamos detenido al jefe de los cipayos, que se dejara de películas, que no era más que un pobre chaval de pueblo. Yo lo veía así ¿no sabes?. No era más que un simple peón, una víctima necesaria, vale. Al palurdo, para defenderse, sólo se le ocurrían frases hechas: tortura, opresión, democracia ficticia y muerto el perro...
-- Sí, pero a un perro rabioso se le mata de un sólo golpe, sin hacerle sufrir innecesariamente ¿no?
-- No me des la brasa -me respondió.
El fin de semana se me hizo eterno. Entre los lamentos del chaval, las proclamas del palurdo y que no podía dejar de pensar en su mirada, ¿no sabes? Largo, largo. No había tele. Había cuatro libros que ni me interesaban. Una revista medio rota. No podíamos salir, ni llamar la atención de ninguna manera. Sabíamos que estaban peinando todo el país buscándonos, así que teníamos que ser discretos, no podía haber movimiento en la casa. Comimos latas y, prácticamente, no salimos de la habitación. Ya digo, 48 horas largas, largas.
El domingo hizo el día más brillante, luminoso y soleado que recuerdo. Esto me ayudó un poco. Vi el final del túnel, por decirlo de alguna manera, ¿no sabes? A mediodía recibimos la orden. El palurdo se exaltó del todo y empezó a decir que todo era culpa del gobierno fascista, que no eran razonables, que... En fin. Todo ese rollo. No le escuchaba desde la discusión del sábado.
Lo llevábamos al sitio indicado pero, claro, el chaval se lo sabía y cuando no habíamos andado ni cien metros dentro del bosque, se echó al suelo, se tumbó y no quiso avanzar más. Fue listo. Si me vais a matar, me tendréis que arrastrar. Ya no lloraba ni gemía ni suplicaba. No se puso de rodillas, como después contó el palurdo delante de la dirección. Se tumbó y se intentó dar la vuelta, para mirarnos mientras nos lo cargábamos, pero eso lo impedí yo. El palurdo estaba muy nervioso. Nos miramos. No supimos qué hacer durante unos segundos. Yo ni siquiera miraba al "bulto", por si me volvía a clavar los ojos. Estaba mirando alrededor, si ver nada, cuando... Pam pam... Veo que el palurdo le ha disparado y le está diciendo algo al oído.
-- ¡Déjalo! ¡Vámonos, coño! ¡Ya le has disparado! ¿no? ¡Pues, vamos!
Estaba vivo. Lo sabíamos de sobra. Los dos lo sabíamos. Lo sabíamos, pero nos fuimos. Después se lío una buena. La dirección nos echó la bronca por no rematarle y durante cinco o seis horas, fue una tortura, en parte porque nos dijeron que habíamos fallado y tuvimos que cruzar a toda leche.
En mí se daba una contradicción que era un sentimiento nuevo. Durante esas cinco horas, a raíz de ese cruce de miradas, yo estaba deseando que el chaval saliera adelante. Sabía que eso facilitaría mi detención, pero, aún así... Hay cárceles al aire libre cuyos barrotes son inmunes a la lima. A lo mejor es que he compartido su miedo, lo he sentido como si fuera mío, ¿no sabes? Sé que es absurdo, que el torturador no puede sentir el dolor del torturado, pero ese fin de semana a mí se me dio la vuelta el mundo, como un puto calcetín.
Eso es lo que me pasa, que ya no pienso igual, pero ahora no tengo salida.
Etiquetas: Política
9 Comments:
Muy sorprendente esta segunda parte, si señor. Está muy bien comprobar que existen, o podrían existir (no lo se) otros puntos de vista. Enhorabuena, sigue escribiendo así.
Igual de terrible que el anterior.
Terrible, como el anterior, es cierto. Quizás mucho más: humanizar, en este caso, da casi más miedo que sólo ver bestias con "idelogías de dos pesetas".
Enhorabuena, de nuevo.
Hola, gracias.
Me alegra que os guste.
Mañana ya escribiré una coña
Besos y abrazos
Javier
Javier, se agradece este cambio de ritmo y estos toques de atención al alma.
Sabes trasladar de una manera, permíteme el cumplido, sobrecogedora muchos de esos "suspiros" del alma que otros, que somos más torpes, apenas podemos esbozar en nuestro interior.
Y ya.
Gracias, Íbero, es muy halagador.
No sé qué decir.
Javier
Muy, muy bueno, Javi. Has armonizado, has modulado, le has puesto bajo continuo a una melodía de horror puro. ¿Has pensado dedicarte a la novela de verdad y dejar de limpiar cuadrigas?
Gaitero
Si das el paso, un amigo acaba de crear una editorial y está ansioso por publicar cosas (da igual la temática).
Sólo por si acaso.
JAJAJAJAJAJAAJJAAJ
¡Limpiar cuádrigas!
¡Que cabrón!
Un abrazo
Javier
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