lunes, septiembre 10, 2007

Del Gorbea a La Bola del Mundo


Queridos amigos,

la primera vez que subí al Gorbea, tendría diez u once años, fue definitiva para mí, por lo fácil que resulta a veces, incluso aún cuando no se tiene intención, influir en el pensamiento o dirigir los gustos y aficiones de los niños. Recuerdo que fue una excursión colectiva, de éstas que organizaba el Ral Club de Campo, a las que se apuntaba una vasca (nunca mejor dicho), porque allí había mucho montañero, mucho aficionado a patear monte a lo bestia y con más motivo estando Murguía, como está, en la falda del Gorbea. El monte es una tachuela, no se vayan a pensar, aunque para subir hay que superar algunas cuestas de aquí te espero.

Los días de calor fuerte en el verano de Murguía eran pocos, pero aquel, en concreto, y por razones que ahora explicaré, fue terrible. El sol se levantó con un cuchillo en la boca, dispuesto a brindar a los excursionista una mañana excepcional para subir al monte, a pesar de lo cual, yo no me quise quitar el jersey ni en las más empinadas cuestas. A mí me gusta subir con solana canicular, bien picante, bien sudorosa.

Para llegar a la cruz, por el camino de Zárate, hay que ascender por un cortafuegos que, por lo pelado de la ladera, más que fuegos lo que corta son respiraciones (a machete): es una cuesta tan inclinada que siempre dispersa los grupos numerosos en unidades sueltas, como si el monte cambiara billetes por monedas para comprar tabaco. Yo, con mi jersey puesto, a pesar de que el calor ya apretaba de ley, me pegué a los dos "serpas", los organizadores de la excursión y guías (mientras todo el mundo echaba el bazo por la boca ellos parloteaban sobre amigos perdidos en el Cervino) y tiré de mi cuerpo para arriba. Tenía claro que cuanto antes llegara al final del cortafuegos, más tiempo tendría para descansar, tanto como tardara la excursión en reagruparse.

Sudando como la ladilla de un rastafari, culminé el cortafuegos, con jersey puesto, orgulloso al lado de aquellos dos montañeros expertos que, seguramente, habían aflojado el paso. Ya arriba, con el Gorbea al alcance de la vista, uno de ellos me miró y me dijo:

-- Chaval, quítate el jersey que te va a dar algo.
-- No, no -respondí-. Estoy bien.
-- Mira a Javi-me señaló entonces el "serpa" dirigiéndose a su compañero-. Este va a ser bueno para el monte.

Que yo no sé si lo dijo por el jersey o porque me había afanado en seguir su paso cortafuegos arriba, pero la cosa es que la frase se me quedó grabada, me sirvió de acicate, determinó una de mis mayores aficiones, que es irme al monte, aunque no voy tanto como me gustaría porque no es fácil encontrar la ocasión.

Yo no me quería quitar el jersey porque le había mangado los walkman a mi hermano y los llevaba camuflados dentro. Aquel día, después de una serie de cuestas muy exigentes, me pegué a los expertos y subí con ellos hasta la loma verde del Gorbea, momento en el que me dieron suelta como a un perrillo (guau, guau), me dijeron que me adelantara si quería ser el primero en llegar a la cruz. Eso hice y es uno de los recuerdos más emocionantes de mi infancia: el día que llegué el primero a la cruz del Gorbea.

Así que, en Madrid, en cuanto puedo, me voy al monte, aunque, como digo, las ocasiones son contadas. La primera vez que intenté subir con mi hijo Rodrigo, era un canijo. Preparé la mochila y nos fuimos a La Bola del Mundo, pero el niño no tiraba para arriba, sino para todos los lados. Iba descontrolado, como un perrillo (guau, guau) corriendo alrededor de su amo. Se entretenía con todo: buscaba bichos, pateaba piedras, arrancaba flores para su madre... Todo menos subir. Normal. Era muy pequeño. Fuimos hasta donde nos dio, nos comimos una naranja y nos volvimos a casa. Lo pasamos muy bien, pero comprendí que no le había llegado el momento de subir, subir, así que en las oportunidades sucesivas, me limité a llevarle a Canencia, a un caminito plano que hay antes de llegar al puerto, por el que el niño potrea a gusto.

La semana pasada le prometí que si el sábado hacía bueno, iríamos de nuevo a La Bola del Mundo...

-- No, papá -me rogó-, mejor a La Maliciosa.
-- Vale, hijo, a La Maliciosa o hasta donde lleguemos, pero hay que salir pronto.

El día despertó perfecto. Dejé dormir al niño que, de todas formas, a las nueve estaba en pie y a las diez menos cuarto ya estábamos en el camino de subida de La Bola del Mundo, con la intención de subir, como la otra vez, hasta donde llegáramos y, si fuera posible, hasta La Maliciosa, aunque, por supuesto, yo no pensé nunca que lo fuéramos a conseguir.

Subir con él al monte es como ir con la radio puesta. No calla el cabrón, pero tiene empeño y mucho brío y subimos mucho más alto de lo que yo había creído que llegaríamos y habríamos podido seguir si no se nos hubiera echado el tiempo encima porque como la mayoría de ustedes saben, en la subida a La Bola del Mundo por el camino (no por la pista), uno se puede encontrar con...

-- Una lagartija que tiene una cola que parece un dinosaurio; un bicho azul con rayas blancas (que no blanco con rayas azules), que tiene unas patas como de saltamontes y parece un grillo; unos cardos con unos pinchos que son como espadas afiladas; unas piedras para ir pateando cuesta arriba que serían muy buenas para hacer saltos en el río; un montón de flores amarillas para mamá; todos esos embalses que han hecho los hombres para que no les falte el agua cuando hay sequía; una cruz enorme en el horizonte y, además, se ve Madrid y Tres Cantos y mira, mira, mira, que está mamá en el despacho trabajando...

Lo pasamos genial y llegamos casi, casi hasta la cima de La Bola del Mundo. De bajada, ya con prisa y azuzando al niño porque nos esperaban para comer, Rodrigo se quitó el sombrero que le había prestado y, por el sudor, en el flequillo se le formó un tupé encrespado que, proyectado en la sombra, le recordó a...

-- ¡Mirá, papá! ¡Parezco Tintín!

Y era verdad. Delante de él, apareció la sombra chinesca de Tintín. Por seguir el juego, me quité yo mi sombrero y con todos mis pelajos revueltos, le pregunté:

-- ¿Y yo, hijo? ¿A quién me parezco yo?
-- Pues, ¿a quién va a ser? -me contestó-. Tú pareces Milú.

X. Bea-Murguía (guau, guau).

Para la próxima vez, le he prometido que nos llevaremos unos bocatas y que llegaremos hasta La Maliciosa. El niño puede, ¿te vienes con nosotros? Lo pasamos teta.

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9 Comments:

Anonymous Anónimo said...

No recuerdo como era la subida a la Maliciosa ¿se puede ir con carrito de bebé?

Es para mi hija, no para mí.

10 septiembre, 2007 10:31  
Anonymous Anónimo said...

La subida a la Maliciosa, por La Bola del Mundo, se puede hacer con carrito, aunque te puedes dejar los riñones. Hay una pista hormigonada que lleva hasta las antenas de La Bola, por donde suben furgonetas y land-rovers y, después, creo recordar, hay un pequeño valle hasta la Maliciosa no muy exigente (no asfaltado).

Nosotros subimos a la Bola por el camino, que da más vuelta pero es menos empinado y más bonito.

De todas formas, si te quieres venir con nosotros, yo te presto una mochila que tengo para llevar niños, donde tu hija va a parecer la reina de Saba.

Un saludo.

Javier

10 septiembre, 2007 10:53  
Anonymous Anónimo said...

¿Hay puestos de exígeno? ¿Hay alguien que te recoja el hígado y el pulmón en la cima? ¿Los lagartos muerden? ¿Tintín es amigo de Tom Tom y han creado el navegador GPS para montes Tom Tin? Me embargan las dudas. Pero puede estar bien. Nesecito tó el plograma para pedir permiso en casa.

Frutero Hillary.

10 septiembre, 2007 11:08  
Anonymous Anónimo said...

Otro estremecedor testimonio sobre los peligros de mezclar alpinismo con paternidad.

Doctor Rosado (especialista en enfermedades cualesquiera)

10 septiembre, 2007 11:11  
Anonymous Anónimo said...

Sí, Fruero, hay muchos montañeros que van al monte puestos de oxígeno (hasta las cachas).

La programación es la siguiente:

Si sale un día soleado, vamos en coche prontito hasta Navacerrada, aparcamos, subimos, paramos a comer bocata, damos un paseo por arriba y bajamos para la hora de merendar.

¿Hace?

Dr. Rosado, a lo que yo hago no lo llamaría alpinismo, sino, más bien, montañismo dominguero y con barriguita. Nada exigente y muy reconfortante. Véngase un día. Hasta usted, que ya se quién es, podría subir. Seguro que le daba ideas.

Javier

10 septiembre, 2007 11:18  
Anonymous Anónimo said...

Sí, Fruero, hay muchos montañeros que van al monte puestos de oxígeno (hasta las cachas).

La programación es la siguiente:

Si sale un día soleado, vamos en coche prontito hasta Navacerrada, aparcamos, subimos, paramos a comer bocata, damos un paseo por arriba y bajamos para la hora de merendar.

¿Hace?

Dr. Rosado, a lo que yo hago no lo llamaría alpinismo, sino, más bien, montañismo dominguero y con barriguita. Nada exigente y muy reconfortante. Véngase un día. Hasta usted, que ya se quién es, podría subir. Seguro que le daba ideas.

Javier

10 septiembre, 2007 11:18  
Anonymous Anónimo said...

Avisa por si acaso, por si se nos ofrece... besos.martha

10 septiembre, 2007 12:35  
Anonymous Anónimo said...

Lo tendré en cuenta. Probablemente, dependiendo de la cena de la Peña Lotera, el 22, si hace bueno, volveremos.

Un beso

Javier

10 septiembre, 2007 12:57  
Anonymous Anónimo said...

Pues al final el 22 no vamos a poder ir. Ni creo que ningún otro día por ahora.

De todos modos si algún día hay plan "familiar" por Madrid ciudad cuenta con nosotros.

12 septiembre, 2007 17:19  

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