Sostiene Bea-Murguía
Queridos amigos,
sostengo la teoría, pero no me voy a cansar en discutirla mucho con ustedes si piensan que es una melonada jodidamente judeo-cristiana y paulista más de las mías, de que el dolor es mejor escuela que el gozo. Esto no significa que me guste sufrir, ni que busque el daño físico. Mis perversiones van por otros derroteros. El dolor me repele como a cualquiera de ustedes (salvo al hijoputa que me robó la antena que le mola que le desollen los glúteos acerbamente), pero, ya que no se puede impedir, prefiero aguantarme hasta el límite lo que, creo, enseña a mi cuerpo a resistir más dolor.
Así formulada esta teoría que yo sostengo, sin mucho ímpetu, parece que se refiera a grandes cosas, pero sólo hablo del dolor de cabeza y de espalda, que son los dos que me atacan con más frecuencia. Al contrario, mi amigo Chechu solía decir de sí mismo que él no es quejica, ¡qué va a ser!, lo que pasa es que "las cosas me duelen más que a los demás". En el dolor hay grados y en la resistencia al mismo, también, y yo enseño a mi cuerpo a resistir el dolor.
Mi mujer, no. Ella cree en el pastilleo (es hija de médico) y se automedica con frecuencia. Al contrario que yo, que aguanto el dolor en soledad, Beatriz hace proselitismo de su impía creencia y te persigue por la casa con las aspirinas o con el Inacid
-- Si te duele, ¿por qué no acabas con el dolor? Para eso se han inventado las pastillas- me tienta enroscada en el Árbol de la Bayer, pero yo me niego porque, como saben todos los que me conocen, cabezón soy un rato. Si hubiera estado en mi mano, San Gabriel sólo habría expulsado del Paraíso a Eva y los machotes seguiríamos allí, viendo fútbol, tomando cervezas en pelotas y... bueno... mariconeando... Menos mal que la historia fue Adán y Eva y no Javier y Eva.
Con todo, como no me gusta ser ultra de ninguna de las chorradas que digo, a veces cedo y me empastillo. Estoy convencido de que puedo aguantar dolores de espalda, que padezco con frecuencia, que a otros tumbarían o jaquecas que para otros serían insoportables, pero esto tampoco lo voy a discutir con nadie, pues es sólo un convencimiento que a mí me es útil.
Así, el otro día, en Peón, Asturias, sin comerlo ni beberlo (aunque puede que fuera por beberlo), me atacó un dolor de cabeza muy fuerte. ¡Ay la sidrina que perrina es!Cabezón por partida doble, sin decir nada a nadie, besé a mi señora, a Helena, a Federico y al Puntu, y me fui a la cama. Me dolía tanto que no pude leer ni media línea. Apagué la luz y me vi de pronto envuelto en el clásico bucle agobiante que siempre se adueña de uno en la duermevela. No sé cuántas horas pasaron ni si fueron sólo minutos. Vino mi mujer a acostarse y yo seguía despierto, seguía con dolor, seguía enseñando a mi cuerpo a resistirlo.
Hasta que no pude más. Bien de madrugada, cedí: fin de la lección. Mi cuerpo se fue al recreo.
Me levanté pensando dónde guardaría Helena las aspirinas. En aquella casa aislada de todo salvo de los ruidos nocturnos, cuyas maderas crujen como hachazos en el silencio del bosque, no era cuestión de merodear ni de despertar a nadie ni de ponerme a revolver buscando las pirulas. Se me ocurrió entonces, porque cuando las personas reniegan de sus principios y se entregan a la perdición lo hacen siempre sin medida ni juicio, ir al cuarto de baño y meterle un trago al Apiretal del niño.
Registré el neceser de Rodrigo como un dipsómano en busca de una botella de vodka y, sin pensar cuál sería la dosis para mis taytantos kilos, le metí bacalao del bueno, tragué, puse cara de dibujo animado antes de estallar, me entró una náusea del copón, me volví, abrí la tapa del inodoro y, para redondear mi heoricidad, vomité la cena.
-- ¡Joder con San Pablo! -un chorro de vómito por cada una de las tres fuentes que manaron de los rebotes de la cabeza decapitada del de Tarso.
Desesperado, cansado, asqueado y con mucho dolor de cabeza, me quedé cinco minutos abrazado a la fría cerámica de la taza buscando consuelo. Apoyada la bola sobre la tapa como si estuviera esperando mi propia decapitación (¡y qué alivio sería la caída del hacha!), lo vi. Estaba colgado de la pared, detrás de la puerta. Era blanco y en letras bien gordas rezaba: BOTIQUÍN.
Casi me da la risa.
X. Bea-Murguía (dale a tu cuerpo alegría Macarena).
¡Felicidades Mitxu!
5 Comments:
Otro nuevo y estremecedor testimonio sobre los riesgos del javierismo extremo.
Fdo: Casandro Melón, bombero a tiempo parcial y objetor de hígado.
¿Javierismo extremo?
Jajajajajajaajajajajajaja
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
Javier
Si es que hay que mirar antes de enchufarse la medicina del niño en vena... Con lo organizada que está mi casita de la montaña, y tú sin encontrar el botiquín. ASpirina, Ibuprofeno, Miolastán y Miorelax (estos son mis preferidos, soy medio yonki ya), Paracetamol, Zeninas para los estreñidos y muchas gasas, vendas, alcohol (el de beber está en el mueble bar, por favor, no confundirse) y como no, el famoso e imprescindible Betadine para las leches que se pega Federico con sus juguetitos en Asturias.
En realidad, lo confieso, la culpa posiblemente sea de la sidra en combinación con el corta cesped de mi marido (que casi es un tractor), con el que nos martiriza día sí día también: mmmhhhhm hmhmhhmmhmhmhm hmhmhmhm hmhmhmh pooop poop pop!
La otra realidad es que nos hacemos mayores, y el cuerpo no aguanta los mismos saraos que antes. ¡Menos mal que podemos ir a Asturias a relajarnos y descansar y, si hace falta también a "enamorarnos" de la taza del water mientras tiernamente la abrazamos al ritmo de la pota!
Y sí, Bea, estoy contigo, empastillados hasta la muerte, que el dolor es para los pobres.
Hmmmm. Apiretal del niño... tendré que probarlo.
Ningun padre hipocondriaco que se precie se bebe el Apiretal del niño sin hielo, servido en vaso ancho. Ahora bien, los verdaderos gourmands preferimos el Dalsy "chambré", agitado, no batido, of course.
Fdo: Nar, Az-Nar.
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