martes, noviembre 10, 2009

He vuelto (aunque algo de mí se ha quedado en México)

No se crean. Me ha costado volver más que nunca. Como si mi cuerpo ya estuviera en mi cama pero mi espíritu, o al menos una parte importante de mí, se hubiera quedado en México. Suena a cursi... No: es cursi, pero no encuentro otra explicación para este trastoque horario que me ha durado cinco noches. He supuesto que esa parte de mí que se quedó en México seguía con el horario transatlántico, porque no ha sido ésta la primera vez que cruzo el charco, pero nunca antes había padecido un insomnio tan prolongado y angustioso.

Ahora ya me he centrado. Ya he vuelto.

He estado pensando en qué parte de mí se ha quedado en México, aunque suene a cursi, le he dado al magín por la noche, en esas horas largas de lectura nocturna, de mirada fija y desesperada en los rojos destellos de la hora del despertador, y creo que lo he averiguado.

Podría ponerme aquí a describir la claridad invisible de las aguas del cenote Chac Mool, donde buceamos Beatriz y yo, que nunca antes tuve tanta sensación de estar colgado en el vacío, la visión oleosa que se producía con la mezcla de sus aguas dulces y saladas, como si estuvieras avanzando por un cuadro impresionista o en un vaso de agua y aceite; podría intentar describir (que, como no lo voy a conseguir, ahí dejo una foto) la belleza de la luz azulada, penetrando en cortina dentro del agua; o el efecto surrealista de la separación de las aguas por causa de sus distintas densidades. Eso es increíble: llegas a la superficie del agua a 14 metros de profundidad.




Pero esto no es lo que me he dejado en México. Esto me lo he traído. Puede resultar cursi, pero yo me he dejado algo allá, en Playa del Carmen.

Podría contarles algo sobre la grandeza de la pirámide de Chichen Itzá o sobre el puto calor que pasamos viendo ruinas mientras decíamos que no cada dos pasos a los chacmooleros o del viaje en coche alquilado por una solitaria autopista méxicana que te mete de cabeza en una selva partida en dos pedazos, sin más paisaje que una interminable hilera de árboles a cada lado del coche. O sobre el baño en el cenote Ik kil o sobre el salto que dio Pepe desde 18 metros al agua (por lo menos).

Pero esto, también me lo he traído.

Les contaría algo sobre el arrecife de coral de Cozumel, donde vi mi primer tiburón (grande), un nodriza de unos tres metros, marrón, dormidico (más mono). Pensé que sentiría miedo cuando viera un tiburón, pero no, no. Fue emoción lo que sentí. Hice sonar el cascabel de Isabel como si estuviera tocando a fuego la campana de la iglesia para llamar a todos los demás.

Pero tampoco es eso, porque esa caricia del mar, que te empuja flotando al capricho de su corriente, como si estuviera ya programada la visita al arrecife y tú fueras simplemente un turista que se deja llevar... Leve, suavemente, delicado como la misma vida submarina... Eso, también me lo he traído conmigo.

Entonces, ¿qué es lo que me he dejado en México? Porque volver he vuelto, pero algo de mí se ha quedado en allá, en Playacar, de ahí mi jetlag de cinco días.

Mi mujer quiere que le dé la razón, pero, ¡no!

No contaba con que, a la llegada a Cancún, iban a escanearme la maleta de nuevo. Yo ya me había olvidado de que llevaba doce latas de aceitunas de contrabando (con anchoa, que quede claro). Abandoné mi maleta a su suerte en el escáner del aeropuerto con la confianza del inocente que no sabe que, sin su consentimiento, se ha convertido en mulero de traficantes. La propia que leía la maquinita salío de detrás de su celosía escopetada:

-- ¡Señor! ¿Qué lleva usted en su maleta?

Yo ni sabía de qué me estaba hablando...

-- ¿Yo? ¿En qué maleta? -porque llevábamos dos, una negra y pequeña con la ropa y una azul grande con más ropa y el equipo de buceo. Inmediatamente, siempre he sido un valiente, acusé a Beatriz, pensando en que la mujer se refería a la maleta del buceo-. ¿Qué has metido en la maleta? El relec, que es ilegal en México.
-- No, señor, en esa negra... Lleva usted unas latas, ¿de qué?

¡Dios! ¡Las aceitunas! ¡Que no pasan! Adiós a mi cruce de culturas, porque llevar aceitunas españolas para maridarlas con tequila debería considerarse una acción de contraste cultural.

-- Son aceitunas (con anchoa) -confesé finalmente, no sin un poco de vergüenza y la propia, con el celo habitual de la seguridad aeroportuaria (cógete el librito de los protocolos de seguridad y aplica el correspondiente a "tráfico ilegal de aceitunas (con anchoa)" si tienes narices) me dejó pasar sin siquiera abrir la maleta.

Así que las aceitunas cumplieron su misión de contraste cultural y, no, tampoco es esa la parte de mí que se ha quedado en México (al menos no en su forma original verde con agujero relleno de anchoa).

Pero el Relec.

Después de un día de cañismo en una playa blanca de aguas turquesa y en el magnífico chiringuito de la piscina, después de comer tostadas, burritos y tortillas con doble picante...

-- ¡Hey, amigo, le prepraro una tostada con doble picante!
-- ¿Pica mucho?
-- No, no es muy picoso, pero pica cuando entra y también cuando sale.
-- Dale.

...al atardecer, cuando el sol tiñe de color tabasco el mar hasta Cozumel, que se diría que los peces nadan en doble picoso, nos sentábamos los amigos en la terraza, mirando a la playa oscurecida, bajo los focos del bar, a echar una partida de cartas. Entonces, Beatriz sacaba el Relec y, a pesar de que nos ungíamos con él hasta los talones para resultar invencibles a la miríada de mosquitos (moscos, que les dicen allí) que cada anochecer entraba en el hotel a su particular bufet libre, nos comían.

Yo no he ido a México a hacer turismo, amigos. Yo he ido a donar sangre. Y ésa es la parte de mí que se ha quedado allá: litros y litros de sangre. Todos los días llovía algo, un poquito, pero el día que jarreó, que nos metimos con la barca, en Cozumel, en el ojo de la tormenta y estábamos empapados hasta los huesos antes de sumergirnos, vinieron sin esperar a su hora vampírica millones de mosquitos, miles de millones de ellos, formando una nube enorme en la que se podía leer:

¿RELEC? JA JA JA JA.

X. Bea-Murguía (¡Pues eso! ¡Que corra la sangre!)

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Si no dejó en México nada más que sangre, le recomiendo Evacuol. Mano de santo, oiga.

Fdo: Moctezuma, vengativo

10 noviembre, 2009 11:11  
Anonymous Anónimo said...

Vale, como resumen está bien, pero... ¿Qué tal si cuelgas alguna/s foto/s más en Facebook? Con o sin mosquitos... :-)

Abrazo

Carlos FG

10 noviembre, 2009 20:43  
Anonymous Anónimo said...

Tranquilo, Moctezuma, que yo soy de lo más regular. ¿Qué? ¿De visita por el mundo maya con la máquina del tiempo?

Carlos, no he tenido tiempo, pero tampoco es que haya hecho muchas fotos, no te creas. Otro abrazo

Javier

11 noviembre, 2009 06:44  

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