¡Salven a los calamares!
Queridos amigos:
Después de los exámenes, lo más ecológicamente deplorable es un escritor que no tiene nada que contar. Ambas cosas, pero más los escritores desfondados, como decía un compañero de instituto cuyo nombre ocupa ahora en mi cabeza el mismo espacio que las valencias de los elementos de la tabla periódica (es decir, nunca lo supe), colaboran tenazmente con su derroche de papel, y sin nada que aportar al lector, a la desforestación del planeta, a la lenta agonía del bosque amazónico. Nunca he creído mucho en las cositas de los frikies del medio ambiente, pero las grandes tiradas de libros absurdos (y "tirada", opino, es un calificativo que le queda como culillo al dedo a muchas de estas lucrativas macroediciones) y las eternas pruebas de aptitud, promociones internas y oposiciones son, además, un derroche de tinta que acabará por esquilmar nuestros mares de ese simpático animalito que es el calamar.
Puedo imaginar el vértigo mañanero de quien se enfrenta al folio en blanco con algo que decir, escudriñando por el seso recién avivado (con ayuda o no del tabaco), arrancando de la pereza de sus conexiones neuronales la palabra clave que merodea entre las ideas, esa frase exacta que es como un bálsamo, como un enema que desata el deseado chorro. Lo que no puedo hacer, o no quiero, es ponerme en el pellejo de quien llena folios y folios (acabando con árboles y calamares) en busca de un tema, de un argumento, de una idea que plasmar. Para eso, es mucho mejor (y más honrado) inventarse una trama que gire sobre la verdadera historia de la sociedad secreta del callo de San Ataulfo y su deber perpetuo de mantener el secreto de sus reliquias milagrosas para proteger al mundo de la avaricia focolarina. Para estos escritores de fama mundial que son como el alumno que se enfrenta a los finales sin haber dado ni chapa y que se cree que va a poder engañar a su severo lector por aguantar en el examen dos horas escribiendo hojas y hojas de bobadas y esbozos de conocimiento adquirido por hipnopedia (en clase, entre bostezos y el sopor de la siesta, rodeado de aroma de mandarina) como si el profesor fuera idiota, apruebo y aconsejo el libro electrónico, en formato PDF. ¡Que me perdonen los libreros!. Me parecerá bien que haya que comprar la clave, previamente, en la librería, pero, ya que nunca van a dejar de darnos la tostada con su vacuidad, ya que seguirán siendo traducidos a miles de idiomas, ya que nunca, por poco que tengan que decir, escribirán novelas de menos de trescientas páginas, por lo menos que no nos maten el planeta.
El sábado por la noche llegué a casa. después de darme un garbeo por el páramo segoviano, dispuesto a apretarme el final de la novela que me ocupaba. Ya se lo digo: sin sombra del entusiasmo con que la compré. Sin embargo, harto de sus diálogos forzados y absurdos, de su falta de intención, de su total ausencia de planificación, de sus devaneos argumentales, decidi colocar el libro junto a "Cien años de soledad" en el montón denominado "Un día de estos no lo termino" y eché mano de lo primero que encontré, que es "Luz de agosto", de William Faulkner.
¡Ah, amigos!
Déjenme que les cuente la diferencia.
"La mujer se alejaba. No había vuelto la cabeza. Cuando llegó a lo alto de la pendiente desapareció, hinchada, lenta, resuelta, sin prisa ni fatiga, como la misma progresión de la tarde. Desapareció también de su conversación, y también, acaso, de su mente. Porque, al cabo de un rato, Armstid dijo lo que había venido a decir. Ya había venido dos veces para decir aquello, lo cual suponía, cada vez, cino millas en carreta y tres horas dedicadas a escupir, acurrucado a la sombra, pegado a la pared del granero de Winterbottom, con esa lenta decisión de las gentes de su especie, para las cuales no cuenta el tiempo. Se trataba de discutir el precio de un escarificadora que Winterbottom deseaba vender. Finalmente, Armstid miró al sol y ofreció el precio que, tres noches antes, tendido en su cama, había decidido ofrecer".
Este párrafo encierra, para mi gusto, más intención y más literatura que todo el libro que abandoné. El verdadero chasco es que el autor desterrado es Paul Auster, cuyas historias, en anteriores ocasiones, me han dado más de una satisfacción. "Brooklyn follies" es ecológicamente deplorable. No creo que le dedique un minuto más porque, a diferencia de Armstid, para mí lo más importante que hay es el tiempo.
No lo compren: salven a los calamares.
X. Adena-Murguía
2 Comments:
Hijo, es que Paul Auster es un camelo, un tonto al sol. En sus mejores libros, la historia se desinfla completamente hacia la mitad. Lo mejor que ha hecho, para mi gusto, es el guión de Smoke y una novela titulada La música del azar. Pero el boom Auster es algo que me deja completamente perplejo. Quizá tenga algo que ver con lo guapo que es y con que su mujer es una agente literaria más lista que el hambre. Esas cosillas ayudan.
Eso sí, comparar a Auster con Faulkner, ya es mala leche.
Gaitero.
No lo voy a comparar con Faulkner, claro, es lo que tenía a mano. Estoy heredando libros a bolsa llena y, entre joyas como "Y el tren llegó puntual" de H.Böll y las obras completas de Cela, estaba "Luz de agosto". Estiré el brazo y pensé: "Coño, este no lo he leído". Mala suerte para Auster. Es como tomar un vino bueno después de uno malo. Quieras que no, el bueno se hace mejor por comparación inevitable.
Javier
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