lunes, junio 12, 2006

No me toquen el epidídimo


Queridos amigos:

padeceres les deseo los justos o ninguno, aunque hay quien opina, y doctores tiene la Iglesia, que es a través del sufrimiento que uno se fortalece y, por el contrario, el placer produce flojedad de ánimo. No pienso ponerme a disertar ahora sobre el bien del mal ni sobre la tensión entre contradictorios conceptos, ni quiero armar de razonamientos lógicos a aquellos que buscan que les zumben la badana, que les aten e insulten, que les dominen y les ahoguen. No lo necesitan: todos deberíamos ser libres para que nos marque el amor, para que nos llene de cicatrices. Allá cada cual.

Tantas veces se ha señalado la hombría en los testículos que el tópico ha hecho sombra a su verdadera fuente, que es el epidídimo. El epidídimo, amigos machotes, amigas que los soportáis, es un órgano enmadejado que es sensible como el honor y que hincha la huevera hasta la deformación cuando se altera, produciendo un dolor sordo y agudo y un paquete que ya quisiera para sí un chulo de barrio.

Por eso hay que medir bien lo que se juzga antes de dar una opinión, porque puede resultar que se piense y se extienda el rumor de que un Josean usa calcetines de relleno, cuando el pobre hombre, en verdad, sufre una enfermedad no crónica pero, a decir por quien la ha padecido, bastante dolorosa que se llama epididimitis.

Un epidídimo inflamado es un signo de hartura y es de ley vindicar aquí y ahora que se destierren para siempre del acervo y la cultura popular expresiones chuscas como "esto me hincha los huevos" o "no me toques los cojones" cuando, como ha quedado dicho, todo mérito de hombría testicular reside en el epidídimo, que es la confluencia de vasos seminales, el punto de unión del hombre con sus gónadas, el pequeño resorte imprescindible para convertir el escroto en un pez globo.

Sólo quien haya padecido epididimitis conoce esta dimensión del dolor y de la humillación; sólo quien ha tenido el epidídimo inflamado sabe de la incomprensión de la gente, pues ha catado los ojos de las mujeres clavados en la taleguilla y ha visto bocas y oídos floreadas de expresiones susurradas e insidiosas como:

-- "¿No os parece que José Alfredo no estaba tan bien armado antes?".

Yo he conocido la triste historia del epididimítico porque me ha sido revelada en la intimidad de la noche y puedo decir, solidariamente, que a todo lo relatado se une que el remedio comienza por la búsqueda de un diagnóstico acertado a través del esfinter. Quien así se me confesó, me contó que, apoyado sobre la camilla, puesto en posición y con el dedo dentro, el médico le ofreció consuelo con las manos en los hombros mientras le buscaba líquido prostático para hacerle un analís.

Hay pocas enfermedades que acarreen tanta risita floja, tanta incomprensión social, tanta insidia como la epididimitis, lo que convierte a quien la padece en una suerte de leproso con los huevos hinchados que une su soledad impuesta al intenso dolor testicular. Sean comprensivos, amigos, ellos merecen todo nuestro apoyo, que forma parte de la curación. Hemos de combatir juntos todos los aspectos de esta terrible patología, por eso, acepten mi consejo y si conocen a alguien que la haya padecido, no se guarden su nombre en el anonimato: guárdenselo en la recámara.

X. Bea-Murguía (jejeje)

Hoy es el cumpleaños de mi primo Kiko, a quien quiero como a un hermano. Quizá sea por eso que tantas veces hemos acabado a tortas primero y a besos inmediatamente después. Felicidades cabezón.