martes, octubre 30, 2007

Del tamaño de un garbanzo

Queridos amigos,

permítanme que me ponga de pie para hablar del cocido de Abraham García.

De pie. Suene el himno (el de Riego, claro, que estamos hablando de Viridiana). Callen las autoridades. ¡Callen, coño! ¡Qué sopa! ¡Qué garbanzos, Dios Mío! ¡Una república de sabor!

No era un cocido, sino un bautismo que imprime carácter; una celebración por todos los bajos; una mezcla entre la más deliciosa indecisión, que me tuvo sin saber por dónde empezar como un niño ante una cesta de gominolas, y el espíritu de contradicción: lo más rico, los garbanzos; no, el tuétano; no, el chorizo; no, la morcilla; no, los garbanzos; no, las manos; no, el tuétano; no, el chorizo; no, los garbanzos; no... Si la felicidad es la víspera, cada cucharada era la víspera de la siguiente cucharada. ¡No se acaben nunca ese cocido si no quieren esquilmar la dicha!

Un cocido así, anula por completo la importancia de la compañía. Ni Pepiño Blanco habría conseguido que dejara de disfrutar por un instante; ni José Luis Carod; ni el mismo Juan José Ibarretxe. La compañía fue secundaria. Como saben los que mejor me conocen, tengo algo de Galdós: ante la felicidad que promete una montaña de garbanzos, les dejo a ustedes que se atiborren de caviar, esa otra montaña pero de garbanzos negros; me ciego, como otros ante el chocolate, dejo de tener amigos, me vuelvo huraño, me los como a cucharón, a dos carrillos, empuñando el cuchillo en la izquierda por si fuera necesario defender mi montaña, mi puesto avanzado, como un perro que tasca un hueso mostrando amenazador los caninos. Los garbanzos de Abraham tienen, además, la propiedad de que activan la desmemoria, te aislan de cualquier cosa que suceda fuera de tus dientes y restan importancia a los temas más profundos y a las reflexiones más sesudas.

¿Con quién comí ayer cocido en Viridiana? A ver. Esperen que haga memoria.

Pues no me acuerdo ahora mismo, pero ¡qué garbanzos, Dios mío! ¡Qué tuétano! ¡Cuánto sabor agazapado en el hueco de una o!

¡Ah, sí! Si con esfuerzo y sacrificio aparto el recuerdo del sabor de los garbanzos, fresco aún como está en mi memoria sin dientes, me doy cuenta de que comí con Fernando Savater y con David Torres. Es cierto, comí con ellos... ¿O eran Charlot y Groucho? No, no. Eran Torres y Savater. Casi seguro. ¿Que de qué hablamos? ¡Qué más da! Disertamos sobre lo bueno que está el cocido de Abraham e intercambiamos anécdotas de Homer Simpson. ¿De qué podíamos hablar que fuera más importante ante la solemnidad de aquellos garbanzos? ¿Qué conclusión podría siquiera llegarle al tupé a este caviar dorado?

Ninguna: no hay verdad ni causa que supere el tamaño de un garbanzo.

X. Bea-Fuentesaúco (ya se pueden sentar).

Los lunes, en Viridiana.

Etiquetas: , ,

6 Comments:

Blogger Jika said...

Tuve la suerte (o el susto) de comprobar, en esa curva pronunciada que te sobresalía sobre el cinturón al llegar, los resultados de esa ingesta masiva de garbanzos y tuétano y chorizo y morcilla y tengo que decir: ¡qué envidia!
Definitivamente, no me importaría que me llamases a mí también Groucho si con ello me sentase en esa misma mesa, algún lunes.
Hala, ahora dile a tu mujer que te haga la cena y a tu hijo que se bañe solo. Gensanta...

30 octubre, 2007 09:02  
Anonymous Anónimo said...

Amigo: hace no mucho escribí que el patrón de riqueza ya no es el lingote de oro sino el ladrillo del Pocero. Pudiera ser que el garbanzo sea nuestra unidad de riqueza nacional, aquel producto que reconforta los sentidos y potencia la salida de escapes estomacales, (de tal forma que hay gente que después de un cocido parece que lleva puesto el tubarro de una Bultaco Lobito). A este comentario añado una parte crítica, lo que decía el padre de mi abuelo Rafael: ¡qué se puede esperar de un pueblo que coma garbanzos! Su teoría era que si hubiéramos comido foie como en Francia, habríamos derrocado antes el absolutismo de Fernando VII.

De lo que se come se cría.

www.rafaelmartinezsimancas.com

30 octubre, 2007 10:51  
Anonymous Anónimo said...

Aunque el origen de los garbanzos es un poco incierto; os recuerdo es un prodcuto muy castellano y habrá que defenderlo como reliquia al ser el futuro de la energía alternativas y renovables con gases nobles de Egggpaña.

Besitos a los cuatro y no asustéis más a Anita.

30 octubre, 2007 11:11  
Anonymous Anónimo said...

¿Comí yo ayer con Savater y contigo? Qué cosas, no lo recuerdo. Sólo veo un platillo volante lleno de garbanzos, tocino, oreja, zanahoria, chirivías, chorizo pata negra y morcilla del Esla. Ni los emperadores de Roma comieron mejor en su puta vida. Y de postre, dos Montecristos.
Como sería la cosa que al salir andando de semejante templo del yantar, mi barriga dio un suspiro galileico: "Eppur si muove"

30 octubre, 2007 12:25  
Anonymous Anónimo said...

¿Queda más la amistad o el soplido del viento cuando uno se despide de unos amigos después de haber comido cocido?
Pregunto.

31 octubre, 2007 14:18  
Anonymous Anónimo said...

Todo es cuestión de ir un lunes a Viridiana. Fija fecha, Groucha. Bea no me hizo la cena. Tampoco le hizo gracia mi chiste. Después, me echó la bronca. Un gusto veros tan guapos y con ese o'morrosco tan guapetón que tenéis por hijo.

Rafa, hermano, estoy completamente en desacuerdo contigo. Recuerda que el garbanzo es el proletariado de la mesa. Un abrazo.

Anónimo, al garbanzo se le atribuye, con mucha mala leche, propiedades meteóricas que no se corresponden en absoluta con la verdad, siempre que sea pequeño, fino y sin pellejo. En lo otro, estoy de acuerdo: ¡Viva la España garbancera! A la otra, que le den.

David Torres, supongo. No me preguntes. Yo no me acuerdo. ¡No me acordaba ni de los montecristos! Un abrazo.

Anónimo, esa pregunta tiene tela. Yo opino que donde hay cocido, no hay amigos. Así que, la respuesta debe de ser el soplido del viento. Un saludo.

Javier

31 octubre, 2007 14:41  

Publicar un comentario

<< Home