Restos diurnos
Para las soñadoras
Queridos amigos,
nunca, o muy pocas veces, recuerdo lo que sueño. A veces, en el estupor del despertar, con el sueño aún fresco, trato de retener al menos algunas imágenes deslavazadas, pero es inútil: como si me hubiera levantado la piedra de la sesera, mis sueños huyen como hormigas deslumbradas a refugiarse por entre las sombras de mi cerebro.
Esas pocas veces en que sí consigo recordar el sueño, prefiero callármelo: nada hay más íntimo que un reflejo del inconsciente. Pienso que los sueños son, en el fondo, proyecciones del deseo y del temor (que es lo mismo), anhelos, aspiraciones, preocupaciones, obsesiones que reprimimos en estado de consciencia, pero que están ahí, esperando el momento para burlar el veto que la mente les ha impuesto, sortear la autocensura, y por eso aparecen más o menos disfrazados y sujetos a interpretación. Pero la simbología del sueño carece de un significado universal, sino en función del individuo, de su realidad y de su propio lenguaje simbólico. Freud (en la foto), que los llamaba "Restos diurnos", intentó encontrar un patrón de significado estándar para los sueños, pero, según tengo entendido, no llegó a ninguna conclusión demasiado sólida.
Dicho esto, hoy sí voy a contar un sueño que he tenido que me ha dejado helado.
Estaba en una sala muy espaciosa, vestida con varias filas de asientos, aunque pudieran ser bancos y, tal vez, la sala fuera una iglesia. Al principio pensé que estaba solo, pero me equivocaba: dos o tres filas detrás de mí, había una mujer casi octogenaria, peinada con una permanente enlacada más tiesa que... (bueno, piensen ustedes un símil para tieso, que hoy estoy freudiano y sólo me vienen a la mente falos) y ataviada con un traje de chaqueta de color hueso, como si se fuera a casar por lo civil. Su enorme boca se perfilaba con unos llamativos labios carnosos pintados de rojo pasión. En sus orejas lucían dos enormes pendientes circulares de diamantes y remataba su imagen con unas gafas de sol de Cartier con pedrería.
La mujer no hacía nada. Sólo estaba allí, detrás de mí, parapetada en la sombra de mi espalda, como un sueño que no huye dentro de mi sueño. Yo me volvía de vez en cuando para mirarla con timidez, pero ella ni se inmutaba, inmanente, hierática, con cierto aspecto bovino, como si estuviera pintada que dice mi amigo Sergio.
Fin del sueño.
Esta imagen fue directa a algún rincón del olvido. No me acordaba de nada hasta que ayer entré en un bar para comprarme un bocadillo de jamón y... ¿adivinan? Sí. La señora estaba en ese bar, vestida exactamente como en mi sueño, con las mismas gafas de Cartier, con los mismos pendientes de bisutería barata, con el mismo morro enorme repintado de color chorizo. ¡Horror!, pensé al verla, ¿ésta es la mujer de mis sueños?
Porque, en ese instante, el sueño saltó de donde se había refugiado al recuerdo y lo vi todo, de nuevo, tal y como se lo he contado. Estaba un poco azorado, supongo que por efecto del dejavu, así que opté por acercarme a la barra, procurando, como si yo mismo fuera parte del sueño de esta mujer, parapetarme a la sombra de su espalda, quedar fuera del alcance de sus ojos. Sin embargo, había un enorme espejo en la pared que me devolvía su mirada quieta. Durante los diez minutos que tardaron en prepararme el bocadillo, no pude evitar observarla en el espejo fugazmente, con ojos sorprendidos. Sus falsas gafas de sol de Cartier se habían clavado en mí (o tal vez no) a través del reflejo. No me cabía ninguna duda: ella era la mujer del sueño.
Al final, como me había quedado de piedra mirando su cara de Medusa en la rodela, tan sorprendido que estaba, la mujer se dio la vuelta y, con voz cazallera, me dijo, casi me gritó:
-- ¡Ya sé quién eres! ¡No caía pero ahora ya lo sé! Ayer te vi en la televisión.
X. Bea-Murguía (Cuéntame tu sueño, por difícil que sea distinguirlo de la vigilia, tanto como el temor del deseo).
Mañana, amigos y amigas, que lo de mañana no es un sueño... ¿No pueden oler el mar? Una de Guillaume Apollinaire, ese maldito que agonizaba escuchando por su ventana los gritos de los franceses "¡Muerte a Guillermo!" (era en 1918 y se referían al kaiser). Le gusta a mi padre y he tenido un poquito de ayuda de San Google Bendito:
"Los efluvios salinos daban a tus labios el sabor del mar
Olor marino olor de amor bajo nuestras ventanas se moría el mar".
Y este tema es para mi amiga Amaya Corral Yunquera, que me acuerdo muchas veces de ella.
Queridos amigos,
nunca, o muy pocas veces, recuerdo lo que sueño. A veces, en el estupor del despertar, con el sueño aún fresco, trato de retener al menos algunas imágenes deslavazadas, pero es inútil: como si me hubiera levantado la piedra de la sesera, mis sueños huyen como hormigas deslumbradas a refugiarse por entre las sombras de mi cerebro.
Esas pocas veces en que sí consigo recordar el sueño, prefiero callármelo: nada hay más íntimo que un reflejo del inconsciente. Pienso que los sueños son, en el fondo, proyecciones del deseo y del temor (que es lo mismo), anhelos, aspiraciones, preocupaciones, obsesiones que reprimimos en estado de consciencia, pero que están ahí, esperando el momento para burlar el veto que la mente les ha impuesto, sortear la autocensura, y por eso aparecen más o menos disfrazados y sujetos a interpretación. Pero la simbología del sueño carece de un significado universal, sino en función del individuo, de su realidad y de su propio lenguaje simbólico. Freud (en la foto), que los llamaba "Restos diurnos", intentó encontrar un patrón de significado estándar para los sueños, pero, según tengo entendido, no llegó a ninguna conclusión demasiado sólida.
Dicho esto, hoy sí voy a contar un sueño que he tenido que me ha dejado helado.
Estaba en una sala muy espaciosa, vestida con varias filas de asientos, aunque pudieran ser bancos y, tal vez, la sala fuera una iglesia. Al principio pensé que estaba solo, pero me equivocaba: dos o tres filas detrás de mí, había una mujer casi octogenaria, peinada con una permanente enlacada más tiesa que... (bueno, piensen ustedes un símil para tieso, que hoy estoy freudiano y sólo me vienen a la mente falos) y ataviada con un traje de chaqueta de color hueso, como si se fuera a casar por lo civil. Su enorme boca se perfilaba con unos llamativos labios carnosos pintados de rojo pasión. En sus orejas lucían dos enormes pendientes circulares de diamantes y remataba su imagen con unas gafas de sol de Cartier con pedrería.
La mujer no hacía nada. Sólo estaba allí, detrás de mí, parapetada en la sombra de mi espalda, como un sueño que no huye dentro de mi sueño. Yo me volvía de vez en cuando para mirarla con timidez, pero ella ni se inmutaba, inmanente, hierática, con cierto aspecto bovino, como si estuviera pintada que dice mi amigo Sergio.
Fin del sueño.
Esta imagen fue directa a algún rincón del olvido. No me acordaba de nada hasta que ayer entré en un bar para comprarme un bocadillo de jamón y... ¿adivinan? Sí. La señora estaba en ese bar, vestida exactamente como en mi sueño, con las mismas gafas de Cartier, con los mismos pendientes de bisutería barata, con el mismo morro enorme repintado de color chorizo. ¡Horror!, pensé al verla, ¿ésta es la mujer de mis sueños?
Porque, en ese instante, el sueño saltó de donde se había refugiado al recuerdo y lo vi todo, de nuevo, tal y como se lo he contado. Estaba un poco azorado, supongo que por efecto del dejavu, así que opté por acercarme a la barra, procurando, como si yo mismo fuera parte del sueño de esta mujer, parapetarme a la sombra de su espalda, quedar fuera del alcance de sus ojos. Sin embargo, había un enorme espejo en la pared que me devolvía su mirada quieta. Durante los diez minutos que tardaron en prepararme el bocadillo, no pude evitar observarla en el espejo fugazmente, con ojos sorprendidos. Sus falsas gafas de sol de Cartier se habían clavado en mí (o tal vez no) a través del reflejo. No me cabía ninguna duda: ella era la mujer del sueño.
Al final, como me había quedado de piedra mirando su cara de Medusa en la rodela, tan sorprendido que estaba, la mujer se dio la vuelta y, con voz cazallera, me dijo, casi me gritó:
-- ¡Ya sé quién eres! ¡No caía pero ahora ya lo sé! Ayer te vi en la televisión.
X. Bea-Murguía (Cuéntame tu sueño, por difícil que sea distinguirlo de la vigilia, tanto como el temor del deseo).
Mañana, amigos y amigas, que lo de mañana no es un sueño... ¿No pueden oler el mar? Una de Guillaume Apollinaire, ese maldito que agonizaba escuchando por su ventana los gritos de los franceses "¡Muerte a Guillermo!" (era en 1918 y se referían al kaiser). Le gusta a mi padre y he tenido un poquito de ayuda de San Google Bendito:
"Los efluvios salinos daban a tus labios el sabor del mar
Olor marino olor de amor bajo nuestras ventanas se moría el mar".
Y este tema es para mi amiga Amaya Corral Yunquera, que me acuerdo muchas veces de ella.
Etiquetas: Guillaume Apollinaire, personal, Sigmund Freud, Sueños
7 Comments:
Eso es porque ibas a misa a Mirasierra. Si hubieras ido al Valdeluz no tendrías esos sueños. Cuidate mucho.
(De la entrada de ayer)
Hace falta ser desagradecido para solamente acordarse de la dinamita porque haya provocado muertos... ¿te gusta viajar en coche al pueblo y tardar hora y media?, ¿verdad?, ¿te gusta ir en AVE a Sevilla o (te gustará) a Barcelona?, pues todo eso, sin Nobel no se hubiera podido hacer, ahora bien, que le den el permio a Al Gore no tiene nada que ver con Don Alfred que se merece ser tratado con respeto y consideración.
Saludos
Luis
Pasarlo muuuuyy bien en las vacaciones y cuidarse, amigos! besos.Martha
Por un momento creí que hablabas de María Antonia Iglesias y no podía creer lo que leía. Era como un sueño dentro de otro sueño en el bolsillo de una pesadilla.
Yo un día, hace no mucho, soñé que te conocía en persona y no hacíamos más que descojonarnos de no sé qué historia en Murguía.
(Por cierto, siguiendo el tema de los sueños pero de refilón, invito a todo el mundo a que escuche Tales of mistery and imagination de Alan Parson's Project, me sigue pareciendo de lo mejor que se ha hecho nunca).
Juanjo
PD: Disfrutad de vuestros días de asueto isleño. Bien merecido los tenéis.
¡Eh! Ese anónimo sabe cosas ocultas de mi vida que yo nunca me he atrevido a decir... ¿Quién eres?
Luis, hermano, ya sabes que para mi la química se resume en la frase: quimicago en la leche.
Gracias Martha, me parece una buena idea. Eso mismo pienso hacer. Besos
Íbero, quedemos. El 26 viene Hormon Wells. ¿Puedes venir por el foro? Mándame un mail y te paso mi movil y nos llamamos.
Javier
Vivo en Madrid, en la zona de Arguelles-Moncloa. El día 26 quizá podría pasarme por algún lado, pero dependerá de la peque.
Juanjo
top [url=http://www.c-online-casino.co.uk/]uk online casinos[/url] coincide the latest [url=http://www.realcazinoz.com/]online casino[/url] free no set aside perk at the leading [url=http://www.baywatchcasino.com/]spare casino games
[/url].
Publicar un comentario
<< Home