El último de la filipina
Queridos amigos,
hoy iba a hablar del olor, pero, la verdad, paso. Se lo resumo y tan amigos: he recuperado tanto el sentido del olfato con esto de no fumar que he llegado a la conclusión de que en el 95% de las ocasiones se está mucho mejor siendo un capado sensorial, un ciego de la nariz, un sabueso sin olfato.
Estoy atufado. No busque en "Recuperarás tu sentido del olfato" un buen argumento para dejar de fumar. En Madrid, en general, huele que apesta, salvo que se estén ustedes fumando un puro como el que me metí ayer para el cuerpo... Un cañonazo... Exacatamente es el sonido del barrenazo que avisa del cierre de la dársena del puerto de La Habana atrapado en un cigarro, mielmano, y conservado dentro para ser traído de Cuba a modo de tartera del placer.
He dejado los cigarrillos, pero no los puros. Existe una enorme diferencia que ahora no voy a explicar. De hecho, para hablarles del puro anterior, me tengo que remontar al viernes 7, un H.Upmann Connossieur nº1 (vitola de galera hermoso nº4), que me fumé en la siempre placentera compañía de Jesús Llano y David Torres.
Cuando entré en su estanco, Jesús atendía a un buen cliente suyo de rasgos orientales al que, una vez que se fue, llamó "el vietnamita" (no sé por qué), a pesar de que era claramente filipino. Para los que aseguran que los orientales son todos iguales y que no es posible diferenciar a un vietnamita de un filipino les diré que mientras que los vietnamitas están en todas partes (¡Dios mío, esto es un infierno, señor!), los filipinos sólo se encuentran en el estante de las galletas, tienen un agujero en el medio (como de cañonazo) y un baño de chocolate.
El cliente de Jesús era, claramente, un filipino.
Al parecer, un día entró en el estanco la mujer de este filipino, es decir, la filipina, para comentarle a Jesús que su marido no quería volver a su estanco, porque estaba mosqueadísimo con él...
-- ¿Y qué le he hecho yo? -le preguntó Jesús.
-- ¡Nada! Pero es que está convencido de que nuestro último hijo, en verdad, es tuyo- el último hijo de la filipina, claro.
-- ¡No me jodas! ¿Y por qué piensa eso este hombre? Traételo, anda, ¡qué cosas se le ocurren!
El filipino más que cabreado, que sí y mucho, estaba más obsesionado que Imelda Marcos con la tienda de Manolo Blahnik, pero Jesús es un hombre que maneja muy bien las relaciones internacionales (mucho mejor que Moratinos) y, con ese tacto suyo tan característico, que serviría hasta para convencer a Chávez de que calladito está más guapo (que el rey se lo dijo por esto), fue envolviendo al filipino con argumentos. Todo era cuestión de fijarse bien en los detalles.
-- Pero, ¿te has fijado bien en el chaval? Si tiene tus ojos -aunque para hacer esta comparación entre dos filipinos se tenga que levantar el párpado con un dedo, pero el filipino que no, que el niño era como Jesús.
El filipino no cedía.
-- Pero, hombre, fíjate bien en el chico. Mira el pelo negro que tiene, que es como el tuyo... ¿Te has fijado bien en el pelo?- y el filipino que nones, que su mujer y Jesús lo habían traicionado.
La discusión aún duró un buen rato, aunque parezca increíble porque el crío es claramente de rasgos orientales, mientras que Jesús tiene un aspecto rubicundo, como de walkiria estilizada que acabara de salirse de una ópera de Wagner para echarse un cigarrito en la calle o de bardo asturiano, epicúreo y cultivado entreteniendo a la corte de Enrique IV de Trastámara. Cualquier semejanza entre el niño y el bardo sólo podía ser fruto de la obsesión de los celos: los celos son la clave mágica que consigue que la teoría de la conspiración más disparatada encaje a la perfección.
El filipino estaba tan obsesionado que por más parecidos que Jesús encontrara con su "pero tú te has fijado bien en...", no entraba en razón y no entraba en razón. Ya chinado, Jesús miró fijamente a los ojos de su cliente (supongo que levantándole los párpados con los dedos) y le dijo a la claras:
-- Pero, ¿tú te has fijado bien en tu mujer?
X. Bea-Manila (Imelda Marcos, mucha melda)
hoy iba a hablar del olor, pero, la verdad, paso. Se lo resumo y tan amigos: he recuperado tanto el sentido del olfato con esto de no fumar que he llegado a la conclusión de que en el 95% de las ocasiones se está mucho mejor siendo un capado sensorial, un ciego de la nariz, un sabueso sin olfato.
Estoy atufado. No busque en "Recuperarás tu sentido del olfato" un buen argumento para dejar de fumar. En Madrid, en general, huele que apesta, salvo que se estén ustedes fumando un puro como el que me metí ayer para el cuerpo... Un cañonazo... Exacatamente es el sonido del barrenazo que avisa del cierre de la dársena del puerto de La Habana atrapado en un cigarro, mielmano, y conservado dentro para ser traído de Cuba a modo de tartera del placer.
He dejado los cigarrillos, pero no los puros. Existe una enorme diferencia que ahora no voy a explicar. De hecho, para hablarles del puro anterior, me tengo que remontar al viernes 7, un H.Upmann Connossieur nº1 (vitola de galera hermoso nº4), que me fumé en la siempre placentera compañía de Jesús Llano y David Torres.
Cuando entré en su estanco, Jesús atendía a un buen cliente suyo de rasgos orientales al que, una vez que se fue, llamó "el vietnamita" (no sé por qué), a pesar de que era claramente filipino. Para los que aseguran que los orientales son todos iguales y que no es posible diferenciar a un vietnamita de un filipino les diré que mientras que los vietnamitas están en todas partes (¡Dios mío, esto es un infierno, señor!), los filipinos sólo se encuentran en el estante de las galletas, tienen un agujero en el medio (como de cañonazo) y un baño de chocolate.
El cliente de Jesús era, claramente, un filipino.
Al parecer, un día entró en el estanco la mujer de este filipino, es decir, la filipina, para comentarle a Jesús que su marido no quería volver a su estanco, porque estaba mosqueadísimo con él...
-- ¿Y qué le he hecho yo? -le preguntó Jesús.
-- ¡Nada! Pero es que está convencido de que nuestro último hijo, en verdad, es tuyo- el último hijo de la filipina, claro.
-- ¡No me jodas! ¿Y por qué piensa eso este hombre? Traételo, anda, ¡qué cosas se le ocurren!
El filipino más que cabreado, que sí y mucho, estaba más obsesionado que Imelda Marcos con la tienda de Manolo Blahnik, pero Jesús es un hombre que maneja muy bien las relaciones internacionales (mucho mejor que Moratinos) y, con ese tacto suyo tan característico, que serviría hasta para convencer a Chávez de que calladito está más guapo (que el rey se lo dijo por esto), fue envolviendo al filipino con argumentos. Todo era cuestión de fijarse bien en los detalles.
-- Pero, ¿te has fijado bien en el chaval? Si tiene tus ojos -aunque para hacer esta comparación entre dos filipinos se tenga que levantar el párpado con un dedo, pero el filipino que no, que el niño era como Jesús.
El filipino no cedía.
-- Pero, hombre, fíjate bien en el chico. Mira el pelo negro que tiene, que es como el tuyo... ¿Te has fijado bien en el pelo?- y el filipino que nones, que su mujer y Jesús lo habían traicionado.
La discusión aún duró un buen rato, aunque parezca increíble porque el crío es claramente de rasgos orientales, mientras que Jesús tiene un aspecto rubicundo, como de walkiria estilizada que acabara de salirse de una ópera de Wagner para echarse un cigarrito en la calle o de bardo asturiano, epicúreo y cultivado entreteniendo a la corte de Enrique IV de Trastámara. Cualquier semejanza entre el niño y el bardo sólo podía ser fruto de la obsesión de los celos: los celos son la clave mágica que consigue que la teoría de la conspiración más disparatada encaje a la perfección.
El filipino estaba tan obsesionado que por más parecidos que Jesús encontrara con su "pero tú te has fijado bien en...", no entraba en razón y no entraba en razón. Ya chinado, Jesús miró fijamente a los ojos de su cliente (supongo que levantándole los párpados con los dedos) y le dijo a la claras:
-- Pero, ¿tú te has fijado bien en tu mujer?
X. Bea-Manila (Imelda Marcos, mucha melda)
Etiquetas: David Torres, Imelda Marcos, Jesús Llano
2 Comments:
Jajajajaja, es genial. Sólo a Jesús le ocurren estas cosas...
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