viernes, junio 13, 2008

Por un amigo...

Queridos amigos,

no sé si lo huelen. Yo sí: soy carne de vacaciones. Empiezo a oler a mar y a desmemoria. Lo digo porque ya no recuerdo bien, de esta tercera temporada de H.Wells & X.Bea-Murguía, lo que les he contado y lo que no. Este trabajo de mar que me he impuesto por las mañanas consiste en pegar un manotazo a la arena tras otro, todos distintos, pero indistinguibles. Y en esta niebla empiezo a creer que se va acercando el momento de detener las mareas.

Ayer estuve en la presentación de los libros de David Torres en el Hotel Kafka: la novela tan mencionada en este blog, "Niños de tiza", y una recopilación de perfiles, que publicó en El Mundo y que ahora Román Piña ha editado bajo el título "Bellas y bestias". Estuvo muy bien el acto. Me reí mucho.

Recomendados quedan los dos libros.

Cuando fui a despedirme, a una hora bien decente... ¡Qué coño! A una hora bien indecente, que no eran ni las nueve y media... Rafael Reig me deseó que pararan en el control de alcoholemia.

-- Hoy no, Rafael -le dije-, que no he bebido más que dos sorbitos de vinos.

Quería decir que, por esa buena suerte que me caracteriza, los del globo sólo me están esperando cuando saben, no sé cómo, que hay posibilidades de dar positivo. Yo bebo más bien poco, pero tengo esa suerte.

-- Lo decía -me aclaró- porque a ti te paran y nosotros lo disfrutamos.

Gracias, Rafael. Aquí, un amigo. Los halagos me sientan tan bien como a todos los demás. Si vienen de una persona con criterio, como Rafael, mucho más. Me vine a casa dándole vueltas a si he contado o no la historia que me dispongo a relatar ahora, que tiene que ver con la Guardia Civil. Creo que se la he contado a algunos de ustedes, pero en el blog no la he publicado completa, porque me da mucha vergüenza.

Si me repito, ustedes sabrán perdonarme, pero lo hago por un amigo...

Me había tomado un whisky. Uno... Bueno, casi dos, porque a mitad del Talisker 12, mi amigo Jesús Bernad consiguió Talisker 18 y, claro, me cambié. El vino prácticamente ni lo probé, y con esa mínima carga de alcohol en el aliento, convencido de que habría un control de alcoholemia esperándome, me marché para casa. Sería la una y media.

Fui todo el camino pensando en la lotería funesta de las entradas a Tres Cantos, que son tres como un timo de trileros: ¿detrás de cuál de ellas se habrían puesto esa noche los del globo? Apostar, en mi caso es perder: por la que elija, estarán esperándome con una sonrisa maliciosa. Sin embargo, esta vez pensaba ser más listo que ellos. El Pescaílla del Guadiana me había recordado una trocha que, tomada con habilidad, permite entrar en el pueblo, asomarse al lugar habitual del control de alcoholemia y ver, sin ser visto, si han montado la parafernalia de "Bienvenido Mr. Bea-Murguía" o no.

Más listo que nadie, insisto, decidí probar. Llegué a la rotonda anterior al punto peligroso, que es un pequeño otero, y me asomé un poco. ¡No estaban! Respiré aliviado. Avancé un poco más y... Grasiento (sic) error. Sí que estaban, sí, pero aún había escapatoria porque quise creer que no me habían visto. Di marcha atrás cinco metros de nada y aparqué de culo en la rotonda. Me bajé del coche como si me quemara el asiento y me dije: Javier, a casa a patita. Estaba lejos, justo al otro lado del pueblo, pero mejor era eso que soplar. Whisky y medio no es para dar positivo, desde luego, pero no olvido que la otra vez consideré lo mismo y fueron 600 euros.

Esa noche, sin embargo, la suerte estaba de mi lado. Apenas había caminado veinte metros cuando pasó por delante de mí, a toda velocidad, un Golf negro y, detrás, dos o tres patrullas de la Guardia Civil en modo persecución, con las sirenas puestas. El control había sido desmantelado. El paso quedaba expedito gracias a que un capullo armado con un 16 válvulas se lo había saltado por las buenas.

¡JA! ¡JAJA!

Raúdo, regresé a mi coche y, ya tranquilo, sosegado, sonriente, puse la proa hacia casa. Antes, como serían pasadas las dos de la mañana y no tenía tabaco, decidí parar en una de las calles de bares del pueblo, aún muy lejos de mi zona, para comprarme un Lucky. Aparqué en el bulevar, fui a por el tabaco y, con esa pachorra que me caracteriza, mi traje y mi gabardina azul, me apoyé en el capot de mi coche a fumarme un pitillo tan pichi.

Me encanta fumar de noche en la calle, más aún si hace un poquito de frío y me siento satisfecho y feliz, si hay una pequeña victoria contra la histeria que celebrar.

¡Jeje!

Tan campante, a eso de las dos y cuarto, fumando apoyado en el coche que estaba yo cuando un Patrol de la Guardia Civil se detuvo a diez metros de mí. Antes de aparcar, los guardias me miraron y, por lo visto, me reconocieron. Salieron del coche cada uno por un lado y se me acercaron separados, uno por la izquierda y otro por la derecha, como obedeciendo a un protocolo de detención de un sospechoso probablemente armado.

Flipé. El sospechoso era yo. El sospechoso de la gabardina azul que no dejó de fumar ni hizo ningún otro movimiento que llevarse el pitillo a la boca y exhalar humo y miedo (¡mamá!).

-- Buenas noches, ¿es este su coche?

A punto estuve de decir que no, pero asentí. Creo que fue de lo poco que hice bien esa noche (aparte, claro está, de trincarme un whisky). Seguro que una respuesta negativa sólo habría traído más pesquisas; seguro que no me iban a decir "Ah, pues usted perdone, señor, muchas gracias, circule, buenas noches" y pirarse.

-- Sí, es mi coche -empecé a ser consciente de que me habían pillado.
-- ¿Me puede usted mostrar la documentación?
-- Claro -dije intentando simular sosiego- pero... No entiendo. ¿Pasa algo?
-- Su coche coincide con la descripción de un turismo que se ha saltado un control antiterrorista...

¡Antiterrorista! No alcoholemia. ¡Antiterrorista!¡Me he saltado un puto control antiterrorista y soy tan idiota que me pongo a fumar mirando las estrellas!

En cosa de cinco minutos, mientras los dos primeros guardias comprobaban mi carnet de conducir y los papeles del coche, doce guardias más, cuatro patrullas y un Golf negro (el mismo que pasó a toda leche para arriba), me rodearon, me cachearon, registraron mi coche de arriba a abajo, el capot, el maletero, los asientos... Me apabullaron con preguntas. La más frecuente, la que me hicieron más veces, fue:

-- ¿Urgoiti? ¿Es usted vasco?

Venía un guardia y luego otro distinto, siempre con mi carnet en la mano.

-- Urgoiti, ¿no? ¿Vasco?

A la deseperada, hice varias gilipolleces más. La primera negarlo todo. Yo estaba en mi casa tan tranquilo y había bajado a comprar tabaco.

-- Mire con qué pintas he bajado -dije para dar fuerza a mi testimonio, pero me percaté de que llevaba traje oscuro, camisa con gemelos y gabardina, es decir, las típicas pintas de uno que está tan a gusto en su casa y se ve obligado a bajar a por tabaco.

-- Usted vive en el otro lado del pueblo, ¿por qué ha venido a comprar tabaco aquí?
-- Cerca de casa suele estar todo cerrado a estas horas.
-- Jose, llama al Tugurio a ver si está abierto.

El puto Tugurio. Siempre abierto. Si lo sabré yo que voy a menudo con Vernia y el Frutero después del mus.

-- Urgoiti... Vasco, ¿no?

¿Por qué no leerán el puto carnet de identidad? Pone claramente "Nacido en La Coruña". No entiendo por qué no viene el gilipollas y me pregunta "Nacido en La Coruña, ¿no? ¿Gallego?". En este caso, me temo, aplican la máxima: "los de Bilbao nacen donde les da la gana".

En cuanto pude, a pesar de la oposición de uno de mis custodios (en todo momento tuve a dos o tres guardias a mi alrededor), llamé a mi amigo Jesús, por sí podía hacer algo por mí. Tiene unas influencias en la poderosa 112 Comandancia, uno de los bastiones antiterroristas de la Guardia Civil que, para mi desgracia, está en Tres Cantos.

-- Jesús, sálvame (fuente de piedad).
-- ¡Cuelgue usted el teléfono inmediatamente! -me increpó el guardia en cuanto me vio-. Está usted retenido. No puede llamar... Tampoco puede fumar -y, como vio que me estaba entrando la risa, añadió más serio aún- y tampoco puede sonreír.

La situación estaba empezando a ser cómica, pero de dramática. A mí el llanto y la risa me suelen venir juntos. No lo puedo evitar. Que no me deja sonreír este tío, no te jode. Ni fumar. Échame sifón al careto si quieres, que yo fumo y sonrío.

-- ¿Todo este tinglado es por mí? -intenté parecer jocoso.
-- Sí, señor -me explicó con severo tono de reproche-. No tiene usted ni idea de lo que ha hecho. Hemos mandado patrullas a Colmenar Viejo a buscarle.

Empezaba a hacerme una idea de lo que había hecho. Jesús, el pobre, no dejaba de llamarme al móvil. Le había metido un buen susto, pero el guardia no me dejaba contestarle.

-- No descuelgue -me advertía.
-- No sea así, hombre -y, por un instante, casi le supliqué-. Le he metido un buen susto. Déjeme que se lo aclare.

Y el hombre reblandeció un poco el gesto adusto y feroz y me dio permiso. En el fondo, pienso ahora, se trataba de meter un susto a un capullo con cuatro ruedas. Le conté a Jesús lo que me pasaba en treinta segundos con lo que lo único que conseguí fue quitarle el sueño a él.

Ni recuerdo a qué hora, como yo seguía negándolo todo, a pesar de que mi versión no se sostenía por ningún lado, uno de los guardias se me acercó a decirme que me iban a denunciar por conducción temeraria y no sé cuántos delitos más. Hubiera cantado un tango si los huevos no me estuvieran oprimiendo la glotis, pero sí que me vino a la mente:

-- Deténgame sargento y póngame cadenas, si soy un delincuente, que me perdone Dios.

Como yo seguía negando más que San Pedro y aún quedaba un buen rato para que cantara el gallo, uno de los guardias, supongo que el de más rango, que no había intervenido aún, se me acercó con gesto de estar hasta las narices de mí y me increpó:

-- Mire, usted. No me haga perder más tiempo. Si lo que ha pasado es que usted ha bebido y se pensaba que era un control de alcoholemia, dígalo ya y nos olvidamos de todo esto.
-- ¿Quiere decir que, si les digo que he bebido, me dejan ir?
-- Eso mismo.

Parecía una salida. No esperé a que cantara el gallo. Ya canté yo de plano.

-- He bebido- y a punto estuve de decir que me había bebido todo Palazuelos de Eresma y que de pequeño había intentado meter mano a mi prima, por si había por ahí alguna otra cosilla que perdonar, pero esa noche ya había superado con mucho el cupo de las imprudencias.

-- Vale. De acuerdo. No le vamos a denunciar. Jose, llama a la Municipal y que vengan a hacerle el control de alcoholemia.

JAJAJAJAJA. ¡Qué cabrón! Como que te ibas a ir de rositas, so capullo.

Perdonado, ¡qué enorme alivio espiritual es la confesión!, fumando de nuevo, llegó el momento de darle una explicación más larga a Jose, que resultó ser fumador apasionado de puros.

-- ¡Hombre! Eso se dice. ¿Cómo te apellidas?

Me dijo su apellido, M., pero me prohibió tajantemente mandarle puros a la comandancia.

Llegaron los pitufos con el globo, como si aquello fuera el final de una fiesta (de hecho, a pesar de ser las tres de la mañana o más tarde, había una buena cantidad de mirones, que a veces parece que los traiga la Guardia Civil en el Patrol o que los haya puesto de atrezzo del ayuntamiento) y, lo que me faltaba, es que el pitorro no funcionara bien.

-- ¿Le han hecho usted el control del alcoholemia alguna vez? -me preguntó, el cachondo.
-- Lo que me duele de su pregunta -le dije-, es que denota que no se acuerdan de mí, porque me someten ustedes a la prueba semanalmente.

Pero el pitorro no funcionaba y el municipal se estaba empezando a mosquear. Cogió un pitorro nuevo y sopló él (dio 0,0) para comprobar que funcionara. Funcionaba.

-- Sople usted bien que vamos a tener problemas.
-- ¿Problemas a mí? Como no me dé una embolia de soplar, no sé que otro problema se me puede plantear esta noche.

Yo soplaba, soplaba y soplaba como el lobo de los tres cerditos, pero, por lo que se ve, tenía poco fuelle, seguramente porque estaba aún bastante nervioso. Ahora me descojono, pero la Benemérita me metió un susto de narices.

-- Perdone, agente -y creo que fue de lo poco sensato que dije en toda la noche-, pero estoy un poco nervioso. Le ruego que tenga paciencia.
-- Vale, vale. Tranquilícese un poco... Pero no fume, hombre, que va a ser peor.

¿Peor? La embolia que viene.

Me costó lo menos un cuarto de hora que la prueba fuera válida: 0'6 (creo recordar). Negativo. El guardia Jose M., el amante de los puros, me miró extrañado y me dijo:

-- ¿Para esto tanto? ¿Para esto se salta usted el control?
-- Ya me han atizado una vez y, ¿qué quiere?, tampoco entonces había bebido mucho.
-- Ande, ande. ¡Váyase! ¡Váyase a casa! Y dé gracias, que no sabe usted de la que se ha librado esta noche.

Eran las tres y media. Di gracias. Me fumé un pitillo. Me senté al volante de mi coche sin saber si reír o llorar. Mandé un mensaje a Jesús, para que el hombre se pudiera dormir.

Un mes más tarde, me encontré, por la noche, con el guardia Jose M. en el Tugurio. Yo venía con Vernia y el Frutero de jugar al mus y llevaba dos o tres puros que me habían sobrado. En cuanto le vi, me acerque a saludarle y a regalarle un Padrón nº9 de la serie 26.

-- De buena te libraste -me recordó tuteándome-. Tiene buena pinta -y queriendo devolvérmelo, añadió-. ¡Será muy caro!
-- 32 euros, Jose, pero fúmatelo a mi salud -le pedí-. Por un amigo...

Y nos dimos la mano.

X. Bea-Murguía (buen fin de semana a todos).

Yo miento mucho en el blog, siempre se lo digo.

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5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hombre de Dios, que le retengan por ostentar apellido vasco me parece injusto y deleznable, pero que le dejen ir después de constatar que ha nacido en La Coruña, me parece un escándalo de todo punto inadmisible.
¡Cómo no va a haber inseguridad ciudadana ante tamañas muestras de pasividad policial!

Fdo:Godzillo Cancalbús, oxímoron y leonés.

13 junio, 2008 11:23  
Anonymous Anónimo said...

Te has quedado tan pancho... Di 0,6 y negativo. Con dos cojones. Con 0,6 en la prueba del etilómetro te hubieran puesto frente al coche, con las patas en forma de triángulo isósceles, y con el guante de goma ajustándose en cada dedo (y ese sonidito de "splash" previo a visitar la luna de saturno....

Machote, con 0,6 no te salva ni un Cohiba Aniversario de la creación de la Benemérita.

Frutero.

¿Montamos jurgol el sábado o no? Tengo el Craganmore al ralentín

13 junio, 2008 11:54  
Anonymous Anónimo said...

JAJAJAJAJAJAJA

Godzillo, me parece una injusticia tamaña, porque, si repasa usted, la mezcla de gallego y vasco, en la historia reciente de España, ha dado algún dinosaurio peligrosote. Repase, repase. Me tenían que haber entrullado pero bien.

Frutero,

0'06, se entiende. El límite está en 0'25 y si no di 0'06 fueron 0'09. Disculpe el lapsus. El sábado a las seis de la tarde, este que escribe ahora está en tu casa con el vaso preparado. ¡ESPAÑA! CLIN CLIN CLIN. Y esta tarde, si quieres, hay cervezas en el parque.

Eso sí. Andando todo.

Javier

13 junio, 2008 12:08  
Anonymous Anónimo said...

Muy buenas.
Creo que soy uno de los afortunados que conocia la historia, pero solo de imaginar la situacion me despatarro de risa... ¡delincuente!!! como se entere chan, no te quita el apodo ni cuando lleves a tus nietos a por chuches..
Un abrazo.

15 junio, 2008 22:48  
Blogger oakleyses said...

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05 noviembre, 2015 03:56  

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