Soy gordo, sí.
Me va a perdonar la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, Dios Todopoderoso, su Santísimo hijo Jesúcristo, la Virgen María, los nueve coros de los ángeles, empezando por Signifer Sanctus Michael, el arcángel San Rafael (que es un segundón) y San Gabriel (que San Miguel, donde va, triunfa) y todos los otros bichejos con pluma, querubines, serafines, tronos, potestades, virtudes, principados, ángeles (me dejo un coro, pero que me perdonen también).
Me van a perdonar el Papa Palpatine I y el cardenal Rouco Sifredi, que el perdón es una virtud y parte de la caridad cristiana
Voy a blasfemar (quiero decir, blasfemar más aún).
¡Que ninguna voz atiplada me declare en herejía en el siglo XXI! (¡Qué cosa más ridícula, por cierto, monseñores! Hacen ustedes creíbles a los personajes de Amenábar).
Paren mi ex comunión, que la razón de tanta blasfemia es de peso... Y tanto que de peso.
La madre de Dios y todos los santos del calendario, menudos tres platos de fabas del copón bendito y por las llagas de Cristo Señor Nuestro que me comí ayer, la hostia, Dios, la Virgen y el madero. Con su chorizo, su morcillo y toda la Sagrada Familia.
Y las consecuencias, amén de la bronca de mi señora por husmias y lampón, que fueron terribles: me estuve toda la tarde y toda la noche que no podía ni respirar, en mi muy particular Ecce Homo (Fabis), Via Crucis y posterior calvario.
Todo por un puñado de fabas. He sufrido, por segunda vez, el llamado Efecto Obélix, que es ese estado de hinchazón o de implamiento que padece aquél desdichado que, no es que se haya comido unos platos de fabas, es que se cayó en la marmita cuando era pequeño.
Los efectos parecen perpetuos en uno que, por un momento, piensa que no va a poder volver a atarse los zapatos sin ayuda.
Porque yo me caí en la marmita del garbanceo de pequeño. Llámenme palurdo, anticuado, diputado a Cortes con caspa, filósofo existencialista o postmoderno (¡qué cosa más antigua un postmoderno! ¿Verdad?). Llámenme cateto, pero si a mí me dan a elegir entre una olla de fabas y un plato de canapés de caviar... Entre unos garbanzos con arroz o una tortilla deconstruída... Entre unas alubias rojas de Tolosa con su pringue o unas lentejas con todo su chorizo y unas angulas...
No hay color. Son gustos y a mí me va la cuchara de palo y el plop plop plop cantarín de las mañanas frías que prometen un cocido.
Así que ayer me llené el ojo antes que el papo y me endiñé al buche tres platazos de fabas que estaban de muerteabuela y de blasfemia y gorda, Diossantobendito, cada vez que me acuerdo. Y de postre, rematé el pringue de Jesús Llano, que para el chorizo se me ha vuelto melindroso, por aquello de la gota.
Y mientras tragábamos, Jesús le daba a la letanía cosa fina:
-- No. Si ya se sabe. Que no hay gordos de milagro. Que todos son de comer.
Ora pro nobis.
Soy gordo, sí. Hoy dos o tres kilos más que ayer. La Virgen, qué mal lo pasé con el Efecto Obélix. Toda la tarde pensando en que la hinchazón sería perpetua. Pero, no no no... Me he ido deshinchando y hasta aquí puedo leer.
Ya estoy mejor. Mi mujer, peor, pero, ¿qué quieren que les diga? Somos pobres y los pedos son gananciales.
Ya estoy bien. No como la otra vez.
La otra vez fue alubiada del Copón Bendito de la baraja acompañada, de de postre, con jabalí estofado de Santos, Casas Yagüe, que más obelíxtica no podía ser la cosa. Me pasé tres días como un globo, que mi mujer me puso un cordel para que la acompañara a comprar el pan sin llegar a la estratosfera y el papá de un niño caprichoso quiso comprarme (no debió de ofrecer mucho, porque, aunque yo sé que mi mujer me quiere, cien euros son cien euros).
Yo lo habría hecho por cincuenta.
Fueron tres días meando de oído porque era incapaz de ver el inodoro (y no, lo otro tampoco podría haberlo visto, en caso de que hubiera sucedido, que ya les veo venir), que yo me decía: "Bueno, pues, un día más, aquí implao. Mañana se me pasará" y, oye, que no había manera. Estaba como una embarazada de trillizas [besos] a punto de romper aguas pero sin llegar a hacerlo. Igual. Tres días me duró el empacho, no exagero, que al final fui al médico y todo (y para que yo vaya al médico, tela), porque alguien dijo, cerca de mi mujer, la palabra peritonitis y ya no hubo más.
La doctora que me exploró (les presto el título para una de ese James Bond que ni fuma) notó tal tirantez en mi abdomen, que me contrató para el cumpleaños de su hija: estaba que ni pintado para hacer de cama elástica en el jardín:
-- Con esto, quizá consigamos un parto a propulsión o reducir ese meteorismo.
Meteorismo, es decir, un huevo gordo y el otro lo mismo.
-- Te vamos a hacer una placa -me dijo.
-- ¿De abdomén? -pregunté yo.
-- No. De granito. ¿Te ponemos los dos apellidos? Dinos tu fecha de nacimiento.
Después, con el cliché de mi radiografía en el luminoso:
-- No es peritonitis -aseguró-. Puedes respirar tranquilo.
-- No puedo respirar, ni tranquilo ni nervioso, doctora, porque no me cabe ni un mg de aire ya en el cuerpo. ¡Estoy por salirme yo un rato!
-- Pero, ¿qué has comido obeso mórbido mío?
Y confesé de plano. Todo. Confesé hasta lo que se había comido el gordo de al lado y "salvame fons pietatis".
-- A ti lo que te pasa es que estás empachado y lo que necesitas es desatascarte. Espera que tengo aquí un cebador de trabucos que va por el recto y te deja niquelado.
-- Deja, deja, que después todo se sabe. Prefiero a mi negro mandinga que, por lo menos, me da besitos en el cuello.
Soy gordo, pero me gusta que me traten con cariño.
El lugar del crimen fue el restaurante asturiano de Diego, en la calle Hartzenbusch. Ya saben. el de ¡Diego Gallu! ¡Ah! Que no saben. De este Diego:
X. Bea-Murguia (Unes fabes quiero).
Me van a perdonar el Papa Palpatine I y el cardenal Rouco Sifredi, que el perdón es una virtud y parte de la caridad cristiana
Voy a blasfemar (quiero decir, blasfemar más aún).
¡Que ninguna voz atiplada me declare en herejía en el siglo XXI! (¡Qué cosa más ridícula, por cierto, monseñores! Hacen ustedes creíbles a los personajes de Amenábar).
Paren mi ex comunión, que la razón de tanta blasfemia es de peso... Y tanto que de peso.
La madre de Dios y todos los santos del calendario, menudos tres platos de fabas del copón bendito y por las llagas de Cristo Señor Nuestro que me comí ayer, la hostia, Dios, la Virgen y el madero. Con su chorizo, su morcillo y toda la Sagrada Familia.
Y las consecuencias, amén de la bronca de mi señora por husmias y lampón, que fueron terribles: me estuve toda la tarde y toda la noche que no podía ni respirar, en mi muy particular Ecce Homo (Fabis), Via Crucis y posterior calvario.
Todo por un puñado de fabas. He sufrido, por segunda vez, el llamado Efecto Obélix, que es ese estado de hinchazón o de implamiento que padece aquél desdichado que, no es que se haya comido unos platos de fabas, es que se cayó en la marmita cuando era pequeño.
Los efectos parecen perpetuos en uno que, por un momento, piensa que no va a poder volver a atarse los zapatos sin ayuda.
Porque yo me caí en la marmita del garbanceo de pequeño. Llámenme palurdo, anticuado, diputado a Cortes con caspa, filósofo existencialista o postmoderno (¡qué cosa más antigua un postmoderno! ¿Verdad?). Llámenme cateto, pero si a mí me dan a elegir entre una olla de fabas y un plato de canapés de caviar... Entre unos garbanzos con arroz o una tortilla deconstruída... Entre unas alubias rojas de Tolosa con su pringue o unas lentejas con todo su chorizo y unas angulas...
No hay color. Son gustos y a mí me va la cuchara de palo y el plop plop plop cantarín de las mañanas frías que prometen un cocido.
Así que ayer me llené el ojo antes que el papo y me endiñé al buche tres platazos de fabas que estaban de muerteabuela y de blasfemia y gorda, Diossantobendito, cada vez que me acuerdo. Y de postre, rematé el pringue de Jesús Llano, que para el chorizo se me ha vuelto melindroso, por aquello de la gota.
Y mientras tragábamos, Jesús le daba a la letanía cosa fina:
-- No. Si ya se sabe. Que no hay gordos de milagro. Que todos son de comer.
Ora pro nobis.
Soy gordo, sí. Hoy dos o tres kilos más que ayer. La Virgen, qué mal lo pasé con el Efecto Obélix. Toda la tarde pensando en que la hinchazón sería perpetua. Pero, no no no... Me he ido deshinchando y hasta aquí puedo leer.
Ya estoy mejor. Mi mujer, peor, pero, ¿qué quieren que les diga? Somos pobres y los pedos son gananciales.
Ya estoy bien. No como la otra vez.
La otra vez fue alubiada del Copón Bendito de la baraja acompañada, de de postre, con jabalí estofado de Santos, Casas Yagüe, que más obelíxtica no podía ser la cosa. Me pasé tres días como un globo, que mi mujer me puso un cordel para que la acompañara a comprar el pan sin llegar a la estratosfera y el papá de un niño caprichoso quiso comprarme (no debió de ofrecer mucho, porque, aunque yo sé que mi mujer me quiere, cien euros son cien euros).
Yo lo habría hecho por cincuenta.
Fueron tres días meando de oído porque era incapaz de ver el inodoro (y no, lo otro tampoco podría haberlo visto, en caso de que hubiera sucedido, que ya les veo venir), que yo me decía: "Bueno, pues, un día más, aquí implao. Mañana se me pasará" y, oye, que no había manera. Estaba como una embarazada de trillizas [besos] a punto de romper aguas pero sin llegar a hacerlo. Igual. Tres días me duró el empacho, no exagero, que al final fui al médico y todo (y para que yo vaya al médico, tela), porque alguien dijo, cerca de mi mujer, la palabra peritonitis y ya no hubo más.
La doctora que me exploró (les presto el título para una de ese James Bond que ni fuma) notó tal tirantez en mi abdomen, que me contrató para el cumpleaños de su hija: estaba que ni pintado para hacer de cama elástica en el jardín:
-- Con esto, quizá consigamos un parto a propulsión o reducir ese meteorismo.
Meteorismo, es decir, un huevo gordo y el otro lo mismo.
-- Te vamos a hacer una placa -me dijo.
-- ¿De abdomén? -pregunté yo.
-- No. De granito. ¿Te ponemos los dos apellidos? Dinos tu fecha de nacimiento.
Después, con el cliché de mi radiografía en el luminoso:
-- No es peritonitis -aseguró-. Puedes respirar tranquilo.
-- No puedo respirar, ni tranquilo ni nervioso, doctora, porque no me cabe ni un mg de aire ya en el cuerpo. ¡Estoy por salirme yo un rato!
-- Pero, ¿qué has comido obeso mórbido mío?
Y confesé de plano. Todo. Confesé hasta lo que se había comido el gordo de al lado y "salvame fons pietatis".
-- A ti lo que te pasa es que estás empachado y lo que necesitas es desatascarte. Espera que tengo aquí un cebador de trabucos que va por el recto y te deja niquelado.
-- Deja, deja, que después todo se sabe. Prefiero a mi negro mandinga que, por lo menos, me da besitos en el cuello.
Soy gordo, pero me gusta que me traten con cariño.
El lugar del crimen fue el restaurante asturiano de Diego, en la calle Hartzenbusch. Ya saben. el de ¡Diego Gallu! ¡Ah! Que no saben. De este Diego:
X. Bea-Murguia (Unes fabes quiero).
12 Comments:
Si se pone así por una fabadita de nada...
Fdo: Álvaro, grueso de las tropas.
Es que no son edades...
¿Álvaro?
Ya
Fdo: Alvarito, el fino
Para tres platos, de los que se gasta mi gordo, no (desde luego). Esta mañana, porque ha dormido en el sofá (anoche no pudo levantarse) ha aparecido suspendido en el techo del salón. Ni te cuento lo que hemos tenido que hacer para bajarle. Además de conocer ya a toda la Guardia Civil del pueblo, ya hemos invitado a café a todo el cuerpo de Bomberos. A ver si aprendes de éstos, macho y algún día puedo ver tu cuerpo serrano en un calendario, que a este paso vamos a tener que serrar los dinteles de las puertas.
¿No temes que algún organismo público, preocupado por tu salud, te encierre en algún lugar rodeado de psicólogos, psicopedagogos y trabajadores sociales que intenten convencerte de que eres gordo por que, en realidad, sufres malos tratos en el ámbito digestivo-doméstico?
Vamos que te veo sin fumar, adelgazando postrado a los pies de la Salgado y gritando desnudo por las calles: ¡Arrepentíos, el final del capitalismo neoconservador se aproxima!
Por no hablar de las ventosidades que te ahorrarías. O no.
A ver que no todo es malo. Que los gordos proporcionamos siempre dos orgasmos: cuando nos ponemos encima y cuando nos quitamos.
Además, Íbero, uno debe ahorrar en todo menos en ventosidades, que después se enquistan y se parecen mucho a los infartos. Te lo digo yo que lo sé de buena tinta.
Javier
Estos gordos aficionados sois todos iguales... no aguantais ni una fabadita....
Una vez acabé yo en urgencias con un amigo (un ex-gordoaficionado) que pasó por tres médicos, y cuando ya le estaba viendo el cirujano que le iba a rajar para quitarle el apéndice, va y le dice: "Macho, tu lo que tienes son gases".... XD
Mucho aficionado es lo que hay. Voy a promober el "Colegio Profesional de Gordos", y a partir de entonces, todas las bacanales van a tener que estar supervisadas por un colegiado.
Ya esta bien de intrusismo, coño....
Coño con el teclado.... "Promover", no "Promober"... XD
"Colegio Profesional de Gordos"... suena bien, hasta podría ser una reivindicación plausible en la próxima reforma de mi Estatuto de Autonomía matrimonial.
Ahora, lo de confundir unos gases (de fabes, cocido o lo que se tercie) con una apendicitis o peritonistis es más común de lo que creemos. Me atrevo a decir que pasa todas las semanas tres o cuatro veces sólo en Madrid.
Pero con un infarto, macho Javier, debiste ponerte malo, malo, malo.
Yo con un cocido salvaje que me comí en un cutre-bar de Tirso de Molina sufrí los males al día siguiente, y ni aerored ni masaje ni nada. Posición fetal 48 horas y las ventanas bien abiertas.
¿Ha probado a tomar el café con sacarina? No sirve de nada, pero acalla la conciiencia.
Fdo: Cheewaka, estilista.
Cheewaka, la Coca Cola light provoca el mismo efecto "conciencia tranquila" en el Menu Super-Mega-Double-Big-Mac de 3500 calorías al peso.
Pero eso es bueno. Si no hubiese estos pequeños chivos expiatorios, ¿cómo podríamos sobrevivir en este mundo que nos señala en todo momento por la calle?
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