viernes, marzo 24, 2006

Barra libre de lexatin II (¡Bendita lluvia!)


Queridos amigos,

"como decíamos ayer", los cumpleaños infantiles son un estrés total porque los niños son como el puto conejo de Duracell y aunque uno pudiera lógicamente pensar que un chaval de cinco años cuanto más potree, más brinque y más berree, más cansado estará y más rendido caerá en la cama, es todo lo contrario: acostarlo es como desplegar una hamaca de diseño, que no hay manera de que quede extendida.

Mi mujer y yo nos enfrentamos a la encrucijada de organizar la fiesta de cumpleaños de Rodrigo como cada año, es decir, ella lo hace todo y yo obedezco en plan "Sí, mabibi", y el cerebro de nuestra relación (que es ella, no lo duden) lo tenía ya todo pensado para, como otros años, montar un guateque en el jardín de la casa de mis suegros. Sin embargo, el clima de Madrid, con tanto nubarrón panzaburra y tanta lluvia, frío y viento, amenazaba con pasar por agua la diversión y, lo que es peor, acabar montando el sarao dentro de la casa. Así que pensamos... pensó mi mujer (y yo obedecí "Sí, mabibi, hakuna matata")... que con este tiempo inestable lo ideal era ir a la piscina. A la de bolas, claro. Como la de la foto, pero con un poco más espíritu de rebeldía, un poco más de desafío a las leyes... de la gravedad.

Las piscinas de bolas son, para todos los mayores de 16 años, un invento tardío. Siempre hay uno que te hace el comentario:

-- "Estas cosas en nuestros tiempos no existían", que es verdad, no existían. Sin embargo, algo en mí me impide verme dentro de esa malla que, en el fondo, es una cárcel revestida de inocencia, potreando, brincando y berreando hasta la exaltación nerviosa aguda. Cuando me dicen tal cosa, mi cerebro siempre evoca la figura de mi madre, con cinco monstruencos en el parque tradicional, niño no te tires por la cuesta con el patín, Manolito no te pegues con tu hermana, Joselito cómete el bocadillo y el otro que se mea encima y, en fin, no sigo porque pienso en mi madre, mártir, y me entra el tembleque. Creo que ella tendría mucha más justificación que nosotros para clamar: "¿Y por qué coño nadie inventó las piscinas de bolas en 1978, cuando mis cinco hijos tenían edades comprendidas entre los 9 y el año?".

"¡Bendita lluvia!", pensaba yo mientras me tomaba una cerveza, relajadamente, en la barra de la piscina de bolas, charlando con el Pescailla del Guadiana y el Frutero (antes de que este se tirara a la piscina de bolas con la excusa, triste excusa, de tener que atender a su hijo Nacho) y con el resto de amigos que trajeron a sus hijos para celebrar el cumpleaños del mío. Después me vino a la cabeza el cumpleaños de Irene, al que habíamos ido justo el día anterior, y la imagen de su padre, Javier, contando niñas me causó un suspiro de alivio: "¡Bendita lluvia! ¡Bendita!".

Las piscinas de bolas son el invento del siglo y que se dejen de la informática, el teléfono, el coche o la muñeca hinchable. Llega usted allí con sus 15 niños, los mete en la jaula, que casi no salen ni para merendar, se acoda en la barra y a disfrutar de un rato de asueto. En esta a la que fuimos nosotros... ¡Hasta te ponen aceitunas con la cerveza! Una felicidad completa. Además, los padres de los otros niños se pueden quedar a darte charla (como fue el caso, gracias amigos) o se pueden pirar al cine, que había por allí un par de zagalas modernas, de estas ante las que no es necesario agacharse para ver las bragas, que se encargaban de todo.

Sé que les prometí hablar de regalos, playstations y de walki-talkies, pero lo voy a dejar para mañana, en "Barra libre de lexatin y III (¡Caraculo!)", porque hoy me he extendido mucho y ando jodido de tiempo (mi ciervo está a punto de despertarse y comienza mi rutina).

X. Bolas-Murguía