martes, febrero 06, 2007

El precio del chocolate


Queridos amigos:

hace tiempo ya que les relaté la historia de "Chasca, rechasca y requetechasca", que quizá ustedes ya no recuerden pero que versaba sobre el enfrentamiento culinario de un hombre del antiguo régimen con la nouvelle cuisine del sifonismo desestructurado más in. Si no lo recuerdan, y les apetece y tienen tiempo, ahí les he colocado el enlace. Creo que ver a un ex ministro de Franco comiendo algas caramelizadas es una experiencia en la vida que merece ser contada.

Ayer volví a comer con este hombre, cuya trayectoria profesional, archivo personal y memoria merecen, desde cualquier punto de vista, respeto y admiración, por lo menos, por mi parte. Él perteneció al gobierno del almirante Carrero Blanco, aquellos que llamaban los Tecnócratas, que modernizaron la España caduca y maltrecha que quedó como resultado de la Guerra Civil y de los años de represión dura del Franquismo, cosa que digo usando la cabeza y no el corazón: no estoy tratando de dar carta de naturaleza a ningún régimen autoritario, que detesto, sino constatando una realidad histórica comprobable.

Y, ¡Qué coño! No quiero justificar lo que digo. Que cada cual piense lo que le dé la gana.

Bueno, imaginen la situación, que me enredo. S.E. el Jefe del Estado (en adelante, El Muerto), despachando con los ministros a principios de los 70, final de los 60. Tenía el hombre ya cerca de 80 años y empezaba a oler un poco a 20N, era un corrupio encogido y la voz se le había esmerilado del todo hasta la categoría de regatillo silvestre.

Los ministros, que en sus respectivos ministerios serían gallos, en la mesa de madera noble de El Pardo no pasaban de polluelos. Todo esto, por supuesto, es aportación mía y no tiene por qué ser cierto, pero me gusta imaginar que lo único que se ve de Franco, al final de la larga mesa, es una cabeza blanquecina y dos manitas arrugadas pero firmes, lo suficiente como para no temblar en el desayuno ante sentencias de muerte, aferradas al canto, golpeando con el dedo índice la madera al ritmo de los latidos de sus colaboradores. Estos, tiesos, encorbatados o con todas sus medallas, con el culo más cerrado que el Club Social Barajas y los huevos encogidos, esperan su vez para dar el informe semanal.

Llega el turno de Laureano López Rodó, que aún no era ministro de Exteriores, sino comisario de Desarrollo, aunque con categoría de ministro. El hombre se había preparado un detalladísimo informe sobre el IPC del mes anterior, mucho más preciso que los actuales, lleno de datos, como le gustaban a S.E. el Muerto, rematado por un descomunal rosario de productos e incrementos porcentuales

-- ... las patatas han subido un 0'25%; el pan, un 0'16%; la leche, un 0'1%; el pollo, un 0'3%; la ternera, un 0'24%... - y, así, cien bienes de consumo más.

Cuando termina, satisfecho, cierra su carpetilla y se queda mirando al Muerto. Hay un silencio en el eco del consejo que se podría calificar de sepulcral. Todos los ministros están esperando a que la cabecita del final de la mesa haga su breve y tradicional comentario. Cualquiera diría que está hecho un viejo chocho, que no se entera de nada, pero saben que no, son conscientes de que él está enterado de todo.

-- ¿Y el chocolate? -suena la voz de silbato
-- Disculpe, Su Excelencia... -contesta López Rodó.
-- El chocolate... Que cuánto ha subido el chocolate.
-- ¿El chocolate? Sí, claro, claro... El chocolate -abre la carpetilla y empieza a repasar la larga lista, chupándose el dedo, escuchando los amagos de risa de sus detractores-. Chocolate... Chocolate... -dan ganas de decir: molinillo, corre,corre que te pillo- Chocolate... -pasa una hoja y otra y otra y el chocolate que no, que no está-. Disculpe, Su Excelencia, pero ahora mismo no... No lo sé, pero si quiere voy un momento a llamar...
-- Vaya, vaya.

Y López Rodó visiblemente apurado, intrigado y asustado, temiendo la visita inminente del motorista que llevaba los ceses desde El Pardo, sale del consejo a preguntar por el precio del chocolate, sin blasfemar, claro, por razones obvias, pero realmente fastidiado. ¿A quién coño le importa el chocolate?

Residencia oficial de los Franco. Esa misma mañana. Hora del desayuno.

El ayuda de cámara del Generalísimo Franco le lleva unos papeles para que firme mientras se toma el café. Carmen Polo unta mantequilla en la tostada y habla con su marido de algo que a él no le interesa. Está tratando de concentrarse en unas sentencias de muerte que tiene que firmar y su nieta no para de bailar alrededor de la mesa. (Soy consciente del anacronismo, pero reconozcan que tiene su gracia).

-- ¡Te quieres estar quieta, niña!
-- ¡Jo, abuelito! Es que quiero ser bailarina.
-- ¿Bailarina? ¡Carmen! ¿Quién le mete esas ideas a la niña en la cabeza?
-- No sé, Paco, pero no sabes cómo se ha puesto todo. Tienes que hacer algo...
-- A ver...-Franco deja de escuchar a su mujer y trata de concentrarse en la sentencia que tiene delante-. ¿Qué ha hecho este pieza? ¡Huy madre mía! Nada, nada. A muerte.
-- ...el café, la leche... ¡Todo! -tratando de que su marido le escuche, al final, grita-. ¡EL CHOCOLATE!
-- ¿Chocolate? -contesta Franco saliendo de su ensimismamiento.
-- Sí, el chocolate... El chocolate... Se ha puesto por las nubes.

X. Bea-Murguía

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4 Comments:

Blogger Último Íbero said...

JAJAJAJAJAJAJAJA

Sublime.

06 febrero, 2007 21:55  
Blogger H.Wells y X.Bea-Murguía said...

¡Gracias!

Javier

07 febrero, 2007 06:14  
Anonymous Anónimo said...

¿Acaso insinua el bloguero que en tiempos de Franco el costo entraba en la lista del IPC?
Ahora no firmo, pa´ chulo, yo

07 febrero, 2007 10:04  
Anonymous Anónimo said...

Te sorprenderías...

Javier

07 febrero, 2007 12:26  

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