¡Ay si supieras cocinar!
"¿Qué es más levantado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?".
W. Shakespeare. Hamlet. Acto III.
Queridos amigos:
bajo este título, sacado del preámbulo de la Ley de Igualdad, esa ley tan tonta que igual-da lo que diga, quiero hacer un pequeño homenaje hoy a las ovejitas, eso tiernos animalitos que nos ayudan a dormir. Cuando ustedes se acuestan atribulados por la infinidad de problemas que los agobian, dándole vueltas y revueltas a la hipoteca, al cole de los niños, a los devaneos de su José Luis o José Luisa, buscando la fórmula, la Ley de Igualdad que disipe o que, al menos, mitigue la preocupación, ellas aparecen en su prado verde saltando un vallado con jovialidad, con elegante sensualidad, si me permiten decirlo, numerándose en el aire como los murciélagos de Barrio Sésamo. Así, con ese estudiado arrullo numérico ustedes olvidan todo aquello que les atenaza el ánimo y, finalmente, concilian el sueño deseado, alcanzan el descanso y, con tanto saltito sensual, abren su subconsciente a la visita nocturna de íncubos y de súcubos. ¿Se dan cuenta de que, en la vida real, nunca han visto ustedes a una oveja saltando como una cabra? Esto les da aún más mérito, si cabe: las ovejitas saltan, lo que no han hecho nunca, por usted.
¿Merecen o no merecen un homenaje las ovejas? ¿Qué homenaje? Merecen una calle... ¡Una avenida! Se lo han ganado a pulso. No es justo que se las encierre en el redil de personajes chuscos como Carmen Sevilla, ese aprisco lleno de lobos, ellas que con generosidad nos dan la lana para vencer los rigores del cambio climático y nos ofrecen la carne de sus retoños, aún lechales, en holocausto para que nos ríamos a boca llena del médico y de la ministra de Sanidad Frau Salgado Meinführer y pringuemos pan de hogaza candeal en la tartera, hasta mojar la yema de los dedos en la salsa para deleite de nuestros sentidos. ¿Son ustedes, acaso, capaces de concebir una generosidad más espléndida?
A las ovejitas, de las que yo sé que más de uno de ustedes es devoto acólito, les debemos logros en el arte y la literatura como "Brokeback mountain", que no es, como muchos han dicho, una historia sobre vaqueros homosexuales, sino sobre ovejeros, y también la renombrada "Blade runner", basada en la novela de Philip K. Dick "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". El autor reflexiona sobre la cada vez más borrosa frontera entre lo natural y lo sintético, con lo que la novela comienza con la visita de su protagonista, el cazador de bonificaciones Rick Deckard, a su animal doméstico: una oveja eléctrica que anda medio chunga. ¿Puede un ingenio creado por el hombre, sea oveja eléctrica o androide Nexus-6, llegar a niveles de consciencia humanos, alcanzando sentimientos como el miedo a la muerte o la tristeza por el mal ajeno o la empatía?
Estaba yo en Glasgow, con mis amigos, tomando café en un pub y comentando que las ovejas de Escocia tienen cuernos cuando creo que hallé la respuesta a esta pregunta: en el baño, junto a la tradicional máquina de profilácticos a cuadros con sabor a whisky (sólo les faltaba la falda para ser del clan McLeod), me topé con una máquina expendedora de diversos artilugios eróticos. Entre esposas y consoladores de varias formas y aplicaciones, brillaba con luz propia, al moderado precio de cinco libras esterlinas, un canal que ofrecía ovejas hinchables ("fun inflatable sheep"), lo que me brindó la respuesta. Logré imaginar a alguno de ustedes acariciando su lomo y, en esa coyunda neumática, supirando: "¡Ay, si supieras cocinar!". Las ovejitas, amigos y amigas, son casi humanas.
No la compré, aunque a ratos me arrepiento, pero estas cosas son así, que hagas lo que hagas, te arrepientes. Yo preferí actuar con rectitud, lo que me caracteriza (como ustedes saben de sobra) y no fomentar esta profanación zoofílica.
X. Beeeeeeeeeeeeeeeeeea-Murguía
W. Shakespeare. Hamlet. Acto III.
Queridos amigos:
bajo este título, sacado del preámbulo de la Ley de Igualdad, esa ley tan tonta que igual-da lo que diga, quiero hacer un pequeño homenaje hoy a las ovejitas, eso tiernos animalitos que nos ayudan a dormir. Cuando ustedes se acuestan atribulados por la infinidad de problemas que los agobian, dándole vueltas y revueltas a la hipoteca, al cole de los niños, a los devaneos de su José Luis o José Luisa, buscando la fórmula, la Ley de Igualdad que disipe o que, al menos, mitigue la preocupación, ellas aparecen en su prado verde saltando un vallado con jovialidad, con elegante sensualidad, si me permiten decirlo, numerándose en el aire como los murciélagos de Barrio Sésamo. Así, con ese estudiado arrullo numérico ustedes olvidan todo aquello que les atenaza el ánimo y, finalmente, concilian el sueño deseado, alcanzan el descanso y, con tanto saltito sensual, abren su subconsciente a la visita nocturna de íncubos y de súcubos. ¿Se dan cuenta de que, en la vida real, nunca han visto ustedes a una oveja saltando como una cabra? Esto les da aún más mérito, si cabe: las ovejitas saltan, lo que no han hecho nunca, por usted.
¿Merecen o no merecen un homenaje las ovejas? ¿Qué homenaje? Merecen una calle... ¡Una avenida! Se lo han ganado a pulso. No es justo que se las encierre en el redil de personajes chuscos como Carmen Sevilla, ese aprisco lleno de lobos, ellas que con generosidad nos dan la lana para vencer los rigores del cambio climático y nos ofrecen la carne de sus retoños, aún lechales, en holocausto para que nos ríamos a boca llena del médico y de la ministra de Sanidad Frau Salgado Meinführer y pringuemos pan de hogaza candeal en la tartera, hasta mojar la yema de los dedos en la salsa para deleite de nuestros sentidos. ¿Son ustedes, acaso, capaces de concebir una generosidad más espléndida?
A las ovejitas, de las que yo sé que más de uno de ustedes es devoto acólito, les debemos logros en el arte y la literatura como "Brokeback mountain", que no es, como muchos han dicho, una historia sobre vaqueros homosexuales, sino sobre ovejeros, y también la renombrada "Blade runner", basada en la novela de Philip K. Dick "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". El autor reflexiona sobre la cada vez más borrosa frontera entre lo natural y lo sintético, con lo que la novela comienza con la visita de su protagonista, el cazador de bonificaciones Rick Deckard, a su animal doméstico: una oveja eléctrica que anda medio chunga. ¿Puede un ingenio creado por el hombre, sea oveja eléctrica o androide Nexus-6, llegar a niveles de consciencia humanos, alcanzando sentimientos como el miedo a la muerte o la tristeza por el mal ajeno o la empatía?
Estaba yo en Glasgow, con mis amigos, tomando café en un pub y comentando que las ovejas de Escocia tienen cuernos cuando creo que hallé la respuesta a esta pregunta: en el baño, junto a la tradicional máquina de profilácticos a cuadros con sabor a whisky (sólo les faltaba la falda para ser del clan McLeod), me topé con una máquina expendedora de diversos artilugios eróticos. Entre esposas y consoladores de varias formas y aplicaciones, brillaba con luz propia, al moderado precio de cinco libras esterlinas, un canal que ofrecía ovejas hinchables ("fun inflatable sheep"), lo que me brindó la respuesta. Logré imaginar a alguno de ustedes acariciando su lomo y, en esa coyunda neumática, supirando: "¡Ay, si supieras cocinar!". Las ovejitas, amigos y amigas, son casi humanas.
No la compré, aunque a ratos me arrepiento, pero estas cosas son así, que hagas lo que hagas, te arrepientes. Yo preferí actuar con rectitud, lo que me caracteriza (como ustedes saben de sobra) y no fomentar esta profanación zoofílica.
X. Beeeeeeeeeeeeeeeeeea-Murguía
Etiquetas: Escocia, Literatura, Risas, Sexo, Sociedad, Viajes
3 Comments:
Sí, todos soñamos con ovejitas, aunque yo últimamente lo hago con temas del trabajo que ahora tampoco vienen a cuento.
Lo que no soy capaz de entender hoy es ¡¡¡¡cómo no compraste la oveja!!!! sería todo un éxito. Otra pregunta que me sugiere tu anecdota escocesa es ¿tenía cuernos la oveja inchable? y ¿durante el tiempo que estuviste allí alguien compró alguna? Hay que ver lo mal que anda los escoceses, pero la duda real sería ¿que animal habría que poner en las máquinas españolas?.... ummmm que duda. Besos Aripg
Lo mismo digo, Javi:
"Si supieras cocinar...."
Adamita Joe (ovejero en paro)
Vamos por partes.
Aripg, no compré la oveja porque me pareció engorroso tener que dar explicaciones en la aduana, en el cuartito lleno de espejos donde los guantes adquieren un profundo significado. Tampoco vi que nadie comprara ninguna y si no tiene cuernos, tendrá asideros para hacer más fácil su uso (y disfrute). Respecto a los españoles, parafraseando el chiste, las vacas tienen amplias fosas nasales. Esto no lo digo por experiencia, por supuesto, sino por el chiste demasiado verde incluso para mí.
Respecto a Adamita Joe, cuya verdadera identidad imagino, efectivamente, no sé cocinar. Nadie es perfecto.
Javier
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