Ruah, pneuma, spiritus
Queridos amigos:
gracias a los que han puesto mensajes de apoyo, pero tampoco hacía falta. Me siento muy halagado (gracias Ángel), pero de verdad que una temporadita en el dique seco me viene bien. A la vecina de enfrente, por favor, que me diga cuál es su ventana y a qué hora se pone el camisón... Aunque, no sé por qué, me huelo que el que ha hecho el comentario es un vecino.
Dicho esto, esta semana va a ser muy corta, porque mañana es San Isidro y el jueves me voy, junto a mi pequeña familia al completo, a Estocolmo, ciudad que estoy deseando conocer porque, según me han dicho, está llenita de suecas. ¡La Meca del Landismo me espera! Ya les contaré... O tal vez no... Forse l'omertà assoluta.
Esta semana he aprendido algo curioso, sobre todo por las circunstancias, de la lectura de "Crónica de Dalkey", de Flann O'Brien (Nordica Libros). Ya sé que lo de las solapas es publicidad más o menos, pero cuando un libro viene con una recomendación de Anthony Burgess, que compara al autor con James Joyce, y te dice que el propio Joyce y su secretario, Samuel Becket, lo leían con entusiasmo, pues no hay que pensárselo mucho.
Joyce es, además, uno de los personajes de la novela, situada a mediados de los sesenta en un pueblo irlandés, Dalkey, cercano a Dublín. Y los listos de ustedes dirán ¿cómo puede aparecer Joyce si palmó en los años 40? ¡Coño, pues eso es lo bueno! También aparece San Agustín, Obispo de Hipona. Además, la parte en la que el protagonista se encuentra con Joyce es la más divertida. No se la voy a destripar, no se preocupen.
Lo que quería contar es que leer es bueno porque uno aprende, coño, aprende de verdad y, lo que es mejor, la lectura ayuda a sacar conclusiones propias, como la que me dispongo a desarrollar yo en estos mismos instantes, a pesar de que no tengo ni idea de teología.
En un momento de la novela, James Joyce se larga un breve discurso etimológico sobre ruah, pneuma y spiritus, tres palabras que vienen a significar lo mismo: soplo (pero no uno cualquiera). Cuenta, y es curioso, que el Espíritu Santo fue instituido en el Concilio de Nicea, en el año 325, donde también se le otorgó el rango divino a Jesús (antes era hijo de Dios, pero no Dios, algo así como Hércules, pero sin currárselo ni la mitad). Antes de este concilio, el cristianismo era monoteísta, Dios era uno, y no trinitario ni reparatodo, Dios es tres en uno, donde se nota la influencia de otras religiones que sí creen en las triadas (Amon, Mut y Jonsu), los triángulos divinos que son el signo de la perpetuidad de la vida.
De dos sale siempre un tercero. Dios es padre, Dios es hijo y Dios es Espíritu Santo, pero este último, y aquí viene lo curioso, lejos de ser un fantasma o una paloma (o pichón), como yo siempre había creído, no es otra cosa que el "Soplo Santo"... Ruah, en hebreo, el soplo con el que Dios insufló vida a Adán; pneuma, en griego, ese silbido que seguía a la muerte, que anunciaba que el alma dejaba el cuerpo (y que se ha quedado hoy día en pulmón, dentro de la nueva religión del siglo XXI que es el culto a la salud); spiritus, en latín, que si es sanctus, no es más que el soplo de Dios sobre la Virgen María... El soplo dador de vida.
Sí, amigos y amigas, ahora estoy dispuesto a exponer mi conclusión teológica. La doctrina nos ha engañado durante todos estos siglos en que hemos creído en la paloma, pero no, ni paloma, ni pichón, ni ángel, ni virtudes, ni potestades, ni principados, ni nada que se le parezca: Dios las deja embarazadas con el aliento. Ésta es la verdad.
Pero, esperen, que hay más...
Les he dicho que esta teoría teológica es curiosa "por las circunstancias", pero tiene una conclusión para los ateos... El hombre está dotado de ese espíritu dador de vida, de ese poder divino que lo convierte casi en un Dios en cierta manera. Estoy convencido porque el otro día, hace unas ocho semanas, estaba yo probando un nuevo colutorio y le dije a Beatriz:
-- Este colutorio es fantástico. Mira, mira que bien me huele el aliento.
¡¡¡¡ Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh!!!!!!
X. Bea-Murguía (especialmente contento).
Ahora entiendo por qué en algunos países del Lejano Oriente van todos con mascarilla por la calle. No es por la gripe del pollo ni por la contaminación... ¡Es por el control de natalidad! ¿Cómo no lo había pensado antes?
Etiquetas: Literatura, personal, Suecia, Viajes
3 Comments:
Enhorabuena por ese aliento. Yo, hace siete meses, me concentré para dejar el huevo con la yema como la de la foto.
¿EL huevo a la benedictín?
Ahora entiendo todo...
I'm a slowly man...
Íbero
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