El ansia (es lo que tiene)
Con el acariciante recuerdo de las croquetas de la Encarna en la memoria de mi paladar. Ojalá, amigas mías, volvamos a vernos pronto y, así, disfrutemos juntos de nuevo de la desinteresada amistad y entrega mutua que tanto nos une.
Queridos amigos:
ando últimamente entregado a la cosa del fogón y no me queda otra (aunque lo hago con mucho gusto) porque si normalmente mi mujer es fina de olfato (que siempre que le doy un poco al frasco me pilla), con esto del embarazo Beatriz ha desarrollado una asombrosa capacidad para oler el suelo y decir a qué hora ha pasado el coche de los malos, de qué color era, cuántos iban dentro, cuántos de ellos fuman, cuántos padecen alitosis y hasta si el conductor llevaba puesto el cinturón o no
Y no exagero. Se pasa el día olisqueando el aire como un sabueso.
De hecho, la van a fichar para el CSI.
Lo malo es que casi todos los olores le dan un asco terrible a la pobre (casi es mejor reírse). Por eso, lógicamente, dice que no puede cocinar, ni abrir la nevera, ni el lavaplatos, ni la lavadora, ni pasar la aspiradora, ni hacer las camas... A veces pienso (pero me arrepiento enseguida de haberlo pensado) que, en cierto modo, me está timando.
Me da la impresión.
Igual ni está emb... No, no, no. Sería demasiado cruel por su parte.
Con todo esto lo que quería decir es que me toca cocinar. ¡Tiembla Abraham que voy! ¡Cocinar yo! La cocina es una de mis más secretas habilidades, tanto que aún no la he descubierto.
Este capricho del destino, junto con algún alineamiento misterioso de Jupiter con la Luna y Tauro, me colocó el otro día al frente de una sartén friendo croquetas con un tenedor de patas largas, cuya curva, según descubrí, es ideal para hacer palanca y darles la vuelta.
Me las prometía muy chulito friendo croquetas con el tenedor de patas largas, imaginando que había descubierto algo nuevo, algo que no viene escrito ni en el "Abraham boca", ni el Simone Ortega ni en la Ley de Igualdad. Estaba a punto de echarme a cantar "Cocinero, cocinero", lo que, estamos de acuerdo, habría sido para darme de leches.
Además, hay que añadir que a ese estado de alegría cocinera contribuye el hecho de que me encantan las croquetas. Yo soy el clásico gocho ansioso que se mete en la boca la croqueta cuando se ve que quema más que un pecado recién cometido. La gente cuando me ve se ríe.
-- ¿Qué? ¿Quema?
-- Hí, hí, guema, guema, ero eh'á ojonúa (1).
Pero yo ya lo sé antes de metérmela en la boca. Lo que me pasa es que me gusta que las croquetas estén hirviendo, lo que hay que calibrar muy bien porque cualquier día me abraso el paladar por ansioso.
Supongo que ya están viendo por dónde va la historia. Yo, el ansioso, friendo croquetas (y juro que antes de acabar la entrada de hoy voy a llamarlas por su verdadero nombre) y esas croquetitas con su cuerpo lleno de curvas, tiernas, doradas como la Garota de Ipanema, calientes, tentándome con su chisporroteo sicalíptico sobre el papel de cocina. ¡Hay que ser muy hombre para decir no!
De pronto, quizá por culpa del tenedor de patas largas (cuyo ascenso a "Útil de cocina" pensaba vindicar), a una de las croquetas que tengo en el fuego se le quiebra la corteza y le empiezan a brotar el relleno como si fuera la lava de un volcán (nunca mejor dicho). ¡Dios! Tendrían que haberme visto intentando retener sus tripas como en una de Tarantino. Si me hubiera sentido un poco Samuel L. Jackson me habría hecho una corbata, pero no, amigos, me sentí Nabokov: cuando me fijo mejor, veo que la hija pequeña de la croqueta se está dorando prometiendo convertirse en un tierno bocado, en la Lolita de las bechameles, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía...
El ansia, ya lo he dicho, me puede. Me metí la crujiente bechamel en la boca directamente de la sartén en cuanto vi que adoptaba un color cobrizo. Y me quemé. Claro. Me quemé igual que el profesor Humbert. Si es que hasta el nombre suena a diablesa bíblica (¡Aléjate de mí, Bech Amel!).
Pero no fue la bechamel lo que me abrasó la boca. Ya lo he dicho. Estoy acostumbrado. Fue el tenedor de patas largas el que, al cerrar mis labios sobre él, me marcó como un hierro candente en la grupa de un caballo, con el mismo suspiro ofidio, chsssssssssss
Cocretamente me hice cuatro quemaduras seguidas en cada labio, como el paso de cebra de mi boca. Una cosa muy moderna
X. Bea-Murguía (Cocinero, cocinero, Mariví. Cocinero, cocinero)
(1) Cita literal de "Ulises", James Joyce.
Queridos amigos:
ando últimamente entregado a la cosa del fogón y no me queda otra (aunque lo hago con mucho gusto) porque si normalmente mi mujer es fina de olfato (que siempre que le doy un poco al frasco me pilla), con esto del embarazo Beatriz ha desarrollado una asombrosa capacidad para oler el suelo y decir a qué hora ha pasado el coche de los malos, de qué color era, cuántos iban dentro, cuántos de ellos fuman, cuántos padecen alitosis y hasta si el conductor llevaba puesto el cinturón o no
Y no exagero. Se pasa el día olisqueando el aire como un sabueso.
De hecho, la van a fichar para el CSI.
Lo malo es que casi todos los olores le dan un asco terrible a la pobre (casi es mejor reírse). Por eso, lógicamente, dice que no puede cocinar, ni abrir la nevera, ni el lavaplatos, ni la lavadora, ni pasar la aspiradora, ni hacer las camas... A veces pienso (pero me arrepiento enseguida de haberlo pensado) que, en cierto modo, me está timando.
Me da la impresión.
Igual ni está emb... No, no, no. Sería demasiado cruel por su parte.
Con todo esto lo que quería decir es que me toca cocinar. ¡Tiembla Abraham que voy! ¡Cocinar yo! La cocina es una de mis más secretas habilidades, tanto que aún no la he descubierto.
Este capricho del destino, junto con algún alineamiento misterioso de Jupiter con la Luna y Tauro, me colocó el otro día al frente de una sartén friendo croquetas con un tenedor de patas largas, cuya curva, según descubrí, es ideal para hacer palanca y darles la vuelta.
Me las prometía muy chulito friendo croquetas con el tenedor de patas largas, imaginando que había descubierto algo nuevo, algo que no viene escrito ni en el "Abraham boca", ni el Simone Ortega ni en la Ley de Igualdad. Estaba a punto de echarme a cantar "Cocinero, cocinero", lo que, estamos de acuerdo, habría sido para darme de leches.
Además, hay que añadir que a ese estado de alegría cocinera contribuye el hecho de que me encantan las croquetas. Yo soy el clásico gocho ansioso que se mete en la boca la croqueta cuando se ve que quema más que un pecado recién cometido. La gente cuando me ve se ríe.
-- ¿Qué? ¿Quema?
-- Hí, hí, guema, guema, ero eh'á ojonúa (1).
Pero yo ya lo sé antes de metérmela en la boca. Lo que me pasa es que me gusta que las croquetas estén hirviendo, lo que hay que calibrar muy bien porque cualquier día me abraso el paladar por ansioso.
Supongo que ya están viendo por dónde va la historia. Yo, el ansioso, friendo croquetas (y juro que antes de acabar la entrada de hoy voy a llamarlas por su verdadero nombre) y esas croquetitas con su cuerpo lleno de curvas, tiernas, doradas como la Garota de Ipanema, calientes, tentándome con su chisporroteo sicalíptico sobre el papel de cocina. ¡Hay que ser muy hombre para decir no!
De pronto, quizá por culpa del tenedor de patas largas (cuyo ascenso a "Útil de cocina" pensaba vindicar), a una de las croquetas que tengo en el fuego se le quiebra la corteza y le empiezan a brotar el relleno como si fuera la lava de un volcán (nunca mejor dicho). ¡Dios! Tendrían que haberme visto intentando retener sus tripas como en una de Tarantino. Si me hubiera sentido un poco Samuel L. Jackson me habría hecho una corbata, pero no, amigos, me sentí Nabokov: cuando me fijo mejor, veo que la hija pequeña de la croqueta se está dorando prometiendo convertirse en un tierno bocado, en la Lolita de las bechameles, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía...
El ansia, ya lo he dicho, me puede. Me metí la crujiente bechamel en la boca directamente de la sartén en cuanto vi que adoptaba un color cobrizo. Y me quemé. Claro. Me quemé igual que el profesor Humbert. Si es que hasta el nombre suena a diablesa bíblica (¡Aléjate de mí, Bech Amel!).
Pero no fue la bechamel lo que me abrasó la boca. Ya lo he dicho. Estoy acostumbrado. Fue el tenedor de patas largas el que, al cerrar mis labios sobre él, me marcó como un hierro candente en la grupa de un caballo, con el mismo suspiro ofidio, chsssssssssss
Cocretamente me hice cuatro quemaduras seguidas en cada labio, como el paso de cebra de mi boca. Una cosa muy moderna
X. Bea-Murguía (Cocinero, cocinero, Mariví. Cocinero, cocinero)
(1) Cita literal de "Ulises", James Joyce.
Etiquetas: Abraham García, Beatriz, cocina, Lolita, personal
14 Comments:
Doy fe del ansia, de las quemaduras y de que efectivamente últimamente se acerca bastante al fogón, aunque solo sea para freir unas croquetas que ya estaban hechas (no vayáis a pensar que se encargó de todo el proceso)hay que decir a su favor que estaban muy bien fritas. Lo que ya no me gusta tanto es que con un mes de práctica comienza a investigar e innovar. Yo soy de librillo, de seguir al pie de la letra la receta porque me gusta que siempre me salga igual. De hecho, si invierto dos horas en la cocina no me gusta cagarla al final porque le he metido dos cucharadas de eneldo (que a quién coño se le ocurriría utilizar por primera vez esa mierda de hierba) al guiso o porque en lugar de freir las patatas de la tortilla de patatas las he cocido con agua y me ha salido una "omelette" como la que le dan a los viejos en Los Camilos. Y de esto que no se entere Abraham, aunque no estaría mal que te diese unas clasecitas... ummm
Qué rencorosa, vengativa...
Besos
Javier
Dandole a "La Cocinera" ¿eh?
Pues no es por aguar la fiesta, ni por hacerle de menos a Beatriz... Me temo que sí, que está embarazada y que el tema del olfato no es exclusividad suya. Mi amiga Lola tenía una filtración en casa. Meses y meses tratando de averiguar qué puta cañería estaba rota, pero ná de ná... no había manera. Ni el fontanero ni un indio con los palitos esos busca agua daban con la rotura.
Todo hasta que Lola se embarazó... un día, andando por el pasillo de su casa:
- Fernandoooooo!!!! Fernandooooo!!!! Ven aquí ahora mismo.
Y Fernando, como no, corrió hacia el pasillo para encontrarse con su mujer y un dedo inquisidor que apuntaba al suelo, en mitad del corredor, donde aparentemente no había NADA.
- Aquí está la rotura, ya te lo digo yo, que está aquí.
Y efectiviwonder, llegó el fontanero, picó y encontró la cañería rota gracias al infalible olfato de Lola en cinta.
Lo malo, es que además de encontrar humedades, Lola tampoco podía soportar el champú de su marido, ni el after shave, ni el desodorante... Vamos que todo se fue a la basura. Y sin éxito. La cosa terminó con que Fernando no se fue a la basura, pero sí a dormir al salón, porque además de no soportar el olor de sus enseres de baño, lo que Lola no podía soportar era el propio olor de su marido.
Con esto quiero decir que, Javier, agarra la espumadera, la sartén y el fairy. Todo lo que haga falta, con discreción y sin llamar mucho la atención, que con suerte no ye echan al sofá a ti también!!!!
Lo que me huelo yo es el nombre del comentarista anónimo. No. Las croquetas fueron entregadas por mi suegra en un tupper que sólo había que freírlas. Muy ricas, por cierto. A César lo que es de César y a Pilar, lo demás.
En cuanto a La discípula, hija mía, al sofá y a mí sólo nos falta culminar nuestro ayuntamiento, que es habitual, porque, como sabes de sobra, soy habitualmente expulsado a delicadas patadazas y sutiles codazos del lecho conyugal.
Ya estoy hecho.
Besos
Javier
Querido amigo las croquetas hay que freirlas con aceite muy caliente y...... dos cucharas
muac. ya sabes quien te está dando el consejito
No os quejéis, al menos vosotras pudísteis averiguar que olor era el que os hacía poneros malas. Mi mujer, durante su embarazo olía algo que la ponía malísima y nunca conseguimos averiguar que era.
La cosa es que cuando llegábamos a casa después de trabajar, nada más abrir la puerta ¡corriendo al baño!
El misterio, más de un año después, sigue sin desvelarse.
Los verdaderos sibaritas croquetiles sabemos que la croqueta se muestra en todo su esplendor si, una vez pasada por el huevo y el pan, la comemos ANTES de freírla. Yo, sin ir más lejos, en los cumpleaños familiares en los que mi madre aparece con el bendito tupper, aparto mi ración antes de que se cometa la blasfemia de pasarla por aceite hirviendo cual mártir cristiano. Respecto a la capacidad olfativa de las embararazadas... que no, que ni embarazo ni leches, que es que son así. La mía, que no está en estado y espero que no vuelva a estarlo, averigua qué, dónde, cuánto y con quién he comido sólo con acercarse a la camisa. Como comprenderán, le soy fiel por amor y por instinto de supervivencia.
Fdo. Benicio Tergas, animero hipostático
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Sí, sí. Ya sé de quién viene el consejo. Es bien recibido, te haré caso.
Íbero, es algo personal. No lo dudes. A mí, con mi mujer, no me cabe ninguna duda. Es un reflejo de un odio cerval porque, en el fondo, te echa la culpa de lo que le pasa.
Benicio, la próxima vez te haré caso, pues no ha nacido en el mundo quién me afee el comportamiento como sibarita de la croqueta. Lo voy a probar.
Javier
Doy fe de lo de la croqueta sin freir, las de mi madre ( que para mí son las mejores del mundo, con permiso de todas las demás mencionadas en el blog...), sin freir ganan un puntito... y eso que fritas son la puta releche.
Además ahorras una operación lenta, sucia y, por que no decirlo, arriesgada, lo cual para un pragmatico de la cocina como yo ya es un factor decisivo.
Besos a bea y abrazos al maestro de la cocina moderna.
Gunter Prien.
Algún día os daré la receta de las croquetas a la Oppenheimer que tuve el placer de degustar en casa de Alvaro Muñoz Robledano. Baste decir que su fórmula ha saltado de las cocinas a los laboratorios de física atómica y que ha dado lugar a uno de los principales axiomas de nuestra época: "La materia, aunque infinitamente subdivisible, sigue siendo comestible"
Gaitero
Y podía añadirse "Y algunas croquetas son como pequeños universos: en su interior cabe de todo".
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