martes, noviembre 20, 2007

Un momento, que...

Queridos amigos,

sé que tengo pendiente contarles lo de mi nueva y honorable condición de "agente favorecedor del cambio climático" y "contaminación acústica", pero seguro Al Gore anda todavía sobrevolando mi casa como un águila calva alrededor de su presa, en su jet privado superecológico y no quiero que me fulmine.

Les cuento que a mi Rodrigo le gusta el ajedrez. Ahí le tienen. La foto, que es un poco regulera, se la ha hecho su padre. Eso y que la palabra "camomila" siempre me ha sonado a una mezcla entre "camelo" y "pantomima". Se pueden imaginar que, en estas semanas finales del embarazo, acabo el día bastante hecho polvo. Madrugo, porque es mi condición, y no paro ya en todo el día. ¡Hasta estoy aprendiendo a cocinar! Y resulta que, como sucede casi siempre, no es que fuera negado para la cocina, es que no me había puesto.

Pero para el niño nunca es suficiente. Araña siempre pequeñas prórrogas a las obligaciones del carrusel de la rutina con "un momento, que..." Tengo que ponerme en plan ogro total si quiero que se duche rápido, porque él estira, estira y estira el tiempo de jugar, y hace bien, ¡qué narices!, que luego a los 35 pensará que la infancia fue corta. Beatriz ha pasado del yeso al reposo y yo tengo que azuzar al niño para que el asunto tenga cierta ligereza, pero él "un momento, que le voy a hacer el mate pastor" al ajedrez del Windows Vista y lo dice tan convencido que me sorprendo a mí mismo mirando embobado la partida por encima de su hombro. A las nueve y media tiene que estar en la cama, si quiere que haya cuento porque aquí, su padre, se va a la cama poco después.

La situación siempre acaba tensándose porque no hay manera: ducha, "un momento, que cojo un juguete"; vístete, sécate, baja a cenar, "un momento, que me hago la cresta"; cena (coññññño), "un momento, que le doy un beso a mamá"... ¡Tiene un cuento, el cabrón! ¡Y no se le acaban las pilas!

Así que le he comprado un gel de camomila "Buenas noches", "Felices sueños", "Relax total", "Más chutes, no" o algo así, pero no funciona: empiezo a pensar que he sido víctima de una publicidad engañosa. En la etiqueta, aparece un niño dormidico, un serafín rubicundo endrogado, ya, frito, con estrellitas y carita de bueno que te convence. Lo compré por si ayudaba en algo, no se crean que llegué a pensar que iba a ser un bálsamo milagroso: de serlo, la etiqueta mostraría a unos padres tomándose un whisky, descalzos, relajados y con los pies sobre la mesita del salón. Creo que hoy voy a revisar el modo de empleo: impregnaré bien la esponja con el gel de camomila y esperaré a Rodrigo emboscado tras la esquina. Cuando llegue el "un momento, que voy a hacer el pino-puente", lo agarraré por el cuello y se lo aplicaré en nariz y boca, como hacen en las películas de espias, a ver si así, respirando hondo la camomila, logro algún parecido con el angelito de la etiqueta. O eso o compro "Nenuco" al cloroformo.



Háganse cargo: llego extremo a las diez de la noche. No me hace falta ni gel de camomila para caer como un saco de patatas (un saco bastante grande, por cierto) en la cama. Tengo paciencia, pero no puedo más y he de ser duro e inflexible, porque si no, mi hijo me hace el jaque mate pastor con la izquierda de todas, todas y no se lava los dientes, no se mete en la cama, no acabamos... No acabamos: hay que sacar el caballo a F3 y enrocarse.

A veces me quedo con el comecome, porque él se va llorando a la cama todos los días... Todos. No se resigna hasta que se queda dormido, pero yo aguanto en defensa siciliana, porque sé que si entro en la habitación a consolarle, llevando mi alfil a G5, me mete la dama en B2 y me papea la torre. Así que, duro, inflexible, oigo el llanto de mi hijo y espero a que la camomila haga efecto.

Pienso que, por la mañana, cuando voy a despertarle, habrá rencor en su abrazo, pero nada de eso. Tiene tanto cuento por la noche, es tan claro que lo que quiere es tenerme en jaque para no irse a la cama, que entro en su habitación, le muerdo el culo, le llamo Manolito, le digo que hay que prepararse para ir al cole y él, como si las mañanas no tuvieran memoria, como si cada día fuera la misma apertura clásica que ha olvidado la derrota de la noche anterior, me agarra fuerte del cuello y me aprieta tanto que sé que, otra vez, la partida va a merecer la pena.

Hasta que un día me gane.

X. Bea-Murguía (un momento, que lo voy a corregir)

Hoy, 20 de noviembre, es el cumpleaños de mi tía Carmen. Un beso, tía, luego te llamamos para que te felicite el ajedrecista. Por cierto que ayer hice un compendio de las cosas que no me gustan, pero no quiero que me vean como una persona negativa. Aquí va algo que sí me gusta, pensando en Pedro que anda por Chicago.



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4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Coclusión: Que Rodrigo, con muy buen criterio, te vacila hasta límites insospechados... y te prueba, para saber dónde está el límite...

PD: Yo lo veo lógico... No porque tú seas el típico pardillo que se merece ser toreado... (que también!!). La vida no es más que una sucesión de situaciones, en muchas de las cuales tienes que saber dónde están los límites...

La próxima: la bici. ¿Cuál es el límite para torcer rápido y no caerse? Claro que eso sólo se descubre cayéndose...

:-))

Abrazo

PD: Físicamente, Rodrigo es una buena mezcla tuya y de Bea... o eso me parece!!

Carlos FG

20 noviembre, 2007 13:17  
Anonymous Anónimo said...

No desesperes anda, puede que la lavanda tarde un poco más en hacer efecto que la camomila, que está comprobado que no funciona para esto y solo vale para ponerse el pelo rubio.
O que la solución esté, no en dormir al niño con champú sino en comprarte unas vitaminas para ti y así alargues tu cuerda un poquito más.

Besoa grandes

20 noviembre, 2007 13:23  
Anonymous Anónimo said...

Me parece una foto reveladora de un domingo por la tarde, el pobre niño acosado por las fichas negras que curiosamente maneja su padre. Igual le provoca un trauma y luego hace películas como Bergman que eran un tostón pero muy afamadas.
Se nota que en esa casa de maneja intelectualidad porque el normal del español tira hacia el parchís y las pipas.
¿Quién ganó?, no hace falta... siempre ganan las negras. Así es la vida del peón

20 noviembre, 2007 14:09  
Anonymous Anónimo said...

Carlos! Efectivamente, me vacila pero bien. También que me dejo un poco, pero no mucho. Hay que tener hijos para entender a tus padres, macho. ¿Estás ya en ello? Después, claro, hay que reconocerlos y tutelarlos. No vale con esparcir la semilla al viento. UN abrazo.

Sí, cariño, dame vitamina.

Rafa, gané yo. Le di una paliza. Hay que aprovechar ahora que después...

Javier

20 noviembre, 2007 17:54  

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