A 24 horas
Queridos amigos,
tranquilos todos que, después de una semana sin escribir, no pienso castigarles con otra entrada sobre golf. Soy un obseso, pero no tanto. He estado bastante ocupado este fin de semana largo, disfrutando de muchas cosas, del Día del Padre (el mejor día del año), de algunas sensaciones nuevas reconfortantes (mi Rodrigo, que se hace mayor), de mis niños boquiabiertos en el Zoo, a los que no pareció importar que dos millones de personas tuvieran la misma idea que nosotros, y de mi mujer, con la que últimamente comparto, sobre todo, un cansancio vital que nos abruma un poco.
A ella más que a mí, por supuesto. Se lo curra más. Tengo que reconocerlo. No es que yo escurra el bulto. En absoluto. Yo también hago todo lo que puedo y más. Nadie puede decir lo contrario.
Por eso no voy a recordarles a todos, al menos no mucho (aunque ya lo esté haciendo) que mañana me piro una semana de vacaciones a Normandía con mi amigo Cristóbal. Sí les quiero contar qué sentido tienen, para mí, estos días que ya se han convertido en una tradición y que no paro de recomendar a todo el mundo, a todos los que están casados y tienen hijos, incluida a mi mujer. Todo gran reserva tiene que oxigenarse para estar en su punto.
Las vacaciones no están lejos, ni en la playa, ni en la montaña, ni bajo el oceano, ni en la visita a parajes exóticos o a monumentos históricos o a las nuevas maravillas del mundo. Las vacaciones no son probar cosas nuevas ni hacer algo que nunca se ha hecho ni emprender actividades lúdicas que, normalmente, quedan fuera de nuestro alcance. Las vacaciones, las de verdad, están dentro de la cabeza. Podría irme con Cristóbal a recorrer la Castellana durante una semana, que serían vacaciones, porque de lo que me libero es solamente de la obligación de hacer algo, lo que sea. Así es como se oxigena mi ánimo, como renuevo mis fuerzas, como vuelvo fresco y dispuesto a seguir tirando para adelante.
No me libero de mis hijos, a los que me llevo en el pensamiento, ni de mi mujer, a la que adoro... Llevo 17 años con ella (para 18), me he casado dos veces (sin separación de por medio) con Beatriz porque he querido y me casaría con ella cinco veces más... Lo haría todos los años. Probablemente ella es la única decisión firme que he tomado en toda mi vida. En este tiempo, que es la mitad justa de mi existencia, hemos compartido un sinfín de silencios cómodos y tantas alegrías que se eclipsan los momentos amargos. Para olvidar los malos ratos me basta un gesto, una caricia en la mano, una sonrisa, un abrazo a tiempo, una palabra de ánimo, una carcajada cómplice, una confesión. Mi hogar es sólo el calor de su cuerpo por las noches, ella es mi sitio y mi indulto.
Pensaréis que estas palabras las mueve la mala conciencia y, en el fondo, es así, pero no el arrepentimiento, porque no hay, y no por ello es menos verdad que diga aquí, públicamente, lo que tanto me esfuerzo en demostrar día a día (aunque haya días, como ayer, en que no con demasiado acierto). Me piro una semana y aquí la dejo con el pastel. Cuando programamos el viaje, lo calculé todo porque yo, que lo sepan ustedes, soy más listo que la media. Pensé en todos los detalles: en que ella no tendría cierres de revista; en que sus padres estarían cerca para echarle una mano; en que la niña ya dormiría toda la noche de un tirón...
Soy tan listo, que no he dado ni una. Pero ya no hay vuelta atrás. Así son las cosas. Ni ha cerrado su revista (al menos no del todo), ni sus padres se quedan toda la semana, ni Ana duerme toda la noche de un tirón (y son 15 meses ya... Un marathon agotador).
Con este pesado lastre, con la misma culpablidad que me atenazaba el corazón cuando iba de camino a un examen sin haber dado ni chapa, sin dejar de pensar en ella, me voy de vacaciones. Que por qué me voy, se preguntarán. Lo hago porque me mueve una pulsión puramente egoísta, porque estoy empeñado en que ella haga lo mismo cuanto antes y porque esta semana es, para mí, para cualquiera en mi situación, el monzón que aliviará dos años de sequía extrema.
Pregúntenme si el año que viene voy a hacer lo mismo.
Sí.
No se corten. Digan ustedes lo que opinan. Más no puedo desnudarme. Pero si usted está pensando que por qué no me quedo, si tanto quiero a mi mujer, es que no he sabido explicarme. Creo que sólo hay dos personas en el mundo, sólo dos, que entienden de verdad por qué lo hago. Curiosamente, sólo esas dos personas. Tal vez tres.
X. Bea-Murguía (hace años, cuando elegí este pseudónimo para firmar fotos en una revista, lo hice porque era el apellido del marido de Rosalía de Castro, Manuel Murguía (Martínez Murguía, en verdad), combinado con el nombre de aquélla que duerme ahora mismo a cinco metros de donde estoy yo confesándome, cuya sonrisa es fundamental para rematar la peor de mis jornadas en un feliz sueño... Quizá por eso me voy, como quien coge distancia para ver un todo).
tranquilos todos que, después de una semana sin escribir, no pienso castigarles con otra entrada sobre golf. Soy un obseso, pero no tanto. He estado bastante ocupado este fin de semana largo, disfrutando de muchas cosas, del Día del Padre (el mejor día del año), de algunas sensaciones nuevas reconfortantes (mi Rodrigo, que se hace mayor), de mis niños boquiabiertos en el Zoo, a los que no pareció importar que dos millones de personas tuvieran la misma idea que nosotros, y de mi mujer, con la que últimamente comparto, sobre todo, un cansancio vital que nos abruma un poco.
A ella más que a mí, por supuesto. Se lo curra más. Tengo que reconocerlo. No es que yo escurra el bulto. En absoluto. Yo también hago todo lo que puedo y más. Nadie puede decir lo contrario.
Por eso no voy a recordarles a todos, al menos no mucho (aunque ya lo esté haciendo) que mañana me piro una semana de vacaciones a Normandía con mi amigo Cristóbal. Sí les quiero contar qué sentido tienen, para mí, estos días que ya se han convertido en una tradición y que no paro de recomendar a todo el mundo, a todos los que están casados y tienen hijos, incluida a mi mujer. Todo gran reserva tiene que oxigenarse para estar en su punto.
Las vacaciones no están lejos, ni en la playa, ni en la montaña, ni bajo el oceano, ni en la visita a parajes exóticos o a monumentos históricos o a las nuevas maravillas del mundo. Las vacaciones no son probar cosas nuevas ni hacer algo que nunca se ha hecho ni emprender actividades lúdicas que, normalmente, quedan fuera de nuestro alcance. Las vacaciones, las de verdad, están dentro de la cabeza. Podría irme con Cristóbal a recorrer la Castellana durante una semana, que serían vacaciones, porque de lo que me libero es solamente de la obligación de hacer algo, lo que sea. Así es como se oxigena mi ánimo, como renuevo mis fuerzas, como vuelvo fresco y dispuesto a seguir tirando para adelante.
No me libero de mis hijos, a los que me llevo en el pensamiento, ni de mi mujer, a la que adoro... Llevo 17 años con ella (para 18), me he casado dos veces (sin separación de por medio) con Beatriz porque he querido y me casaría con ella cinco veces más... Lo haría todos los años. Probablemente ella es la única decisión firme que he tomado en toda mi vida. En este tiempo, que es la mitad justa de mi existencia, hemos compartido un sinfín de silencios cómodos y tantas alegrías que se eclipsan los momentos amargos. Para olvidar los malos ratos me basta un gesto, una caricia en la mano, una sonrisa, un abrazo a tiempo, una palabra de ánimo, una carcajada cómplice, una confesión. Mi hogar es sólo el calor de su cuerpo por las noches, ella es mi sitio y mi indulto.
Pensaréis que estas palabras las mueve la mala conciencia y, en el fondo, es así, pero no el arrepentimiento, porque no hay, y no por ello es menos verdad que diga aquí, públicamente, lo que tanto me esfuerzo en demostrar día a día (aunque haya días, como ayer, en que no con demasiado acierto). Me piro una semana y aquí la dejo con el pastel. Cuando programamos el viaje, lo calculé todo porque yo, que lo sepan ustedes, soy más listo que la media. Pensé en todos los detalles: en que ella no tendría cierres de revista; en que sus padres estarían cerca para echarle una mano; en que la niña ya dormiría toda la noche de un tirón...
Soy tan listo, que no he dado ni una. Pero ya no hay vuelta atrás. Así son las cosas. Ni ha cerrado su revista (al menos no del todo), ni sus padres se quedan toda la semana, ni Ana duerme toda la noche de un tirón (y son 15 meses ya... Un marathon agotador).
Con este pesado lastre, con la misma culpablidad que me atenazaba el corazón cuando iba de camino a un examen sin haber dado ni chapa, sin dejar de pensar en ella, me voy de vacaciones. Que por qué me voy, se preguntarán. Lo hago porque me mueve una pulsión puramente egoísta, porque estoy empeñado en que ella haga lo mismo cuanto antes y porque esta semana es, para mí, para cualquiera en mi situación, el monzón que aliviará dos años de sequía extrema.
Pregúntenme si el año que viene voy a hacer lo mismo.
Sí.
No se corten. Digan ustedes lo que opinan. Más no puedo desnudarme. Pero si usted está pensando que por qué no me quedo, si tanto quiero a mi mujer, es que no he sabido explicarme. Creo que sólo hay dos personas en el mundo, sólo dos, que entienden de verdad por qué lo hago. Curiosamente, sólo esas dos personas. Tal vez tres.
X. Bea-Murguía (hace años, cuando elegí este pseudónimo para firmar fotos en una revista, lo hice porque era el apellido del marido de Rosalía de Castro, Manuel Murguía (Martínez Murguía, en verdad), combinado con el nombre de aquélla que duerme ahora mismo a cinco metros de donde estoy yo confesándome, cuya sonrisa es fundamental para rematar la peor de mis jornadas en un feliz sueño... Quizá por eso me voy, como quien coge distancia para ver un todo).
10 Comments:
Estoy con usted: negarse el placer, la felicidad, el espacio propio, es negárselo a quienes más queremos. No siempre el sacrificio es bueno. Diecisiete años se cumplen de mi matrimonio (veintisiete ya de relación) y todavía me sorprendo mirándola como la primera vez que me cruzé con ella. Y conste que en aquella ocasión yo sólo pretendía fotocopiar sus apuntes... quien termina el día junto a quien ama, ése ha vencido.
Fdo: Como si no lo supieras
Gracias, como si no lo supieras. Tu opinión, precisamente la tuya, es muy valorada en este blog.
Fdo: Como si no lo supieras tú.
Hola! Nunca había comentado porque, no sé... Por pereza o porque nunca se me ocurría nada más interesante que el silencio.
Pero hoy sí. No puedo hablar con tanta experiencia como vosotros (no tengo edad para ello), pero sí con la suficiente para entenderlo perfectamente. Desde luego me parece una idea estupenda, muy sana individual y "parejilmente". E incluso me atrevo a decir que, si todo el mundo opinara como tú (y como Beatriz, que, no sé si más o menos de acuerdo, tiene el acierto de respetarte) y se aplicara el cuento, otro gallo les cantaría a muchas parejas.
Me alegra ver que ve la vida de esa manera. Le has dado un rayito de esperanza a mi concepto, últimamente demasiado pesimista, del amor y las relaciones. ¡Gracias por alegrarme el lunes!
Que alguien ve la vida de esa manera, me refería en el último párrafo, claro.
Hola, pues no sé por qué no has puesto comentarios antes, si lo que dices está muy bien dicho y tiene sentido, al menos para quien tiene que tenerlo que eres tú.
Lo de joven, espero que no lo digas con recochineo, pero estamos de acuerdo: un poquito de aire entre los dos, abrir un poco la ventana para ventilar, es algo muy sano.
Abre la ventana.
Javier
Pásalo muy bien, javier...
Disfruta hasta el ultimo minuto...
Y sigue con tu remordimiento de conciencia...
Te lo mereces!! :-))
Bea: por esta vez, se lo ha currado... No seas excesivamente dura con él... sólo un poco .-)
Abrazos
Carlos FG
Pues yo aún no puedo plantear algo así a mi esposa. Quizá en el futuro, pero ahora mismo no.
Al menos ya la tengo ganada para las timbas, y encima nos gana a mi grupo de amigos y a mi.
Cría cuervos...
Disfruta del viaje, Javier.
Y si vais a Jersey no olvides visitar el Elizabeth Castle y el German Underground Hospital.
Un abrazo.
Gracias, Carlos, eso pienso hacer. Te diré que ya ha cerrado su revista y el remordimiento es mucho menor...
Juanjo, como te dije, vamos sin plan, pero una de las cosas que sí me gustaría hacer es ir a Jersey... Si pasamos cerca, claro.
Un abrazo
Javier
(Lo de las timbas es mucho mejor sin tu mujer)
No era con recochineo en absoluto :-)Es una verdad objetiva: tú te has confesado avistando los 40, yo no hace mucho que cumplí 23...
¡Diviértete y disfruta! ¡Es una zona preciosa!
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